Encontrar a un compositor de la trayectoria profesional y la experiencia de Lalo Schifrin en una película como Abominable sería uno de los grandes misterios del universo si no fuese porque su hijo es el director de la película.
Después de comprobar este fundamental hecho, entendemos que el director haya dado todo de sí para que el monstruo de gomaespuma parezca más agresivo de lo que realmente es. Decir que es casi imposible conseguirlo no debe sorprender a nadie.
Abominable es la típica película directa a videoclubs, donde lo único salvable son ciertos momentos de cachonda tensión (cuando el monstruo de gomaespuma ataca a las vecinas a lo Show de Benny Hill), algunas actuaciones (como la del camaleónico Jeffrey Combs) o por supuesto la banda sonora de Lalo Schifrin en una mezcla perfecta entre cierto sabor anticuado (también uno de los aspectos negativos de esta partitura, todo hay que decirlo) y técnicas de samplers propias de compositores jóvenes. Y es que parece como si los años no pasaran por el compositor argentino, capaz de componer una banda sonora donde se percibe bastante implicación (evidentemente por tener a su hijo como director).
Preston, nuestro protagonista, un hombre que vive sumido en una depresión total después de perder a su mujer en una escalada, en la que él se salvó milagrosamente (quedándose en silla de ruedas, eso sí), es llevado, por prescripción facultativa de su psiquiatra, a la misma montaña donde perdió a su mujer. Una especie de terapia de choque para enfrentarse directamente a su pasado y de camino a sus miedos. Ni qué decir tiene que sus miedos se agravarán a causa de un peludo vecino de la montaña, de tres metros de altura y con bastante hambre. Este Bigfoot irá devorándose a las apañadas vecinas de Preston, mientras éste, a modo de James Stewart de La Ventana Indiscreta, observa desde su silla de ruedas y con sus potentes prismáticos (aun diría más, increíblemente potentes), cómo no puede hacer nada para impedirlo.
Hay que reconocerle empeño e ilusión a su director, Ryan Schifrin, y sobre todo cierto gusto para rescatar actores secundarios de culto dentro del género de terror (Lance Henriksen, Dee Wallace o Jeffrey Combs), incluso de las comedias ochenteras (Matt McCoy o Paul Gleason). Su interés por hacer un producto atípico y fuera de la moda de terror teenager, choca directamente con una evidente falta de presupuesto, con su inexperiencia tras las cámaras (enseñando demasiado al monstruo de gomaespuma), con un guión trillado, con unos actores eficaces pero demasiado limitados, y sobre todo con un interés por tomarse esta historia demasiado en serio. Y es que si hubiésemos tenido un Bubba Ho Tep la valoración hubiese sido muy diferente.
Lo más evidente para el que vea la película, centrándonse en su banda sonora, es que hay demasiadas alforjas para tan corto viaje, o lo que es lo mismo, Schifrin ha formado una orquesta demasiado grande (90 miembros), para una película tan pequeña como ésta. Hubiese quedado mucho mejor una partitura que no echase mano de la orquesta, que fuese toda a base de sintetizador, o de algún instrumento solista que crease ambiente (una guitarra eléctrica con un contundente rebel). Pero claro, supongo que para la ocasión los implicados en la película han visto mucho más emocionante ver a Lalo Schifrin teniendo plena libertad y la opción de grabar con una gran orquesta, algo que también habrá entusiasmado a su hijo.
Es un hecho plenamente evidente en determinados momentos de la cinta, esa falta de cohesión, sobre todos en aquellos donde la orquesta se emplea de lleno. Así ocurre en «Rampage» donde la música, aunque ajustada totalmente con las imágenes, suena demasiado bien, o en «Rappelling» (en una de las escenas más nefastas de la película), donde ocurre exactamente igual. Fuera de las imágenes, uno escucha determinados momentos de la música y éstos parecen pertenecer a aquellas míticas películas de suspense de los años 50. Tal vez sea este anacronismo el principal problema de la partitura, junto al ya comentado contraste de calidad entre imagen y música.
Aparte de ese estilo anticuado utilizado por Schifrin, como hemos dicho al principio de la reseña, la partitura también toma elementos característicos de la música de cine de terror actual. En esta ocasión se observan ciertas similitudes con el estilo de James Newton Howard, especialmente en «Main Title» que musicalmente nos recuerda a Dreamcatcher, o el principio de «Monster Vision» que no hay que ser muy avispado para reconocer en él una clara influencia de Signs.
Sorprendentes son los Bonus Tracks que contiene la edición discográfica (a la que no hemos hecho referencia, pero que está un poco por encima de la media), y digo sorprendentes porque el primer bonus «Girls next Door» es demasiado jovial y cómico, para que hubiese quedado bien en el conjunto de la banda sonora. No sé que pretendían aquí compositor y director, aunque el tema es muy bueno, todo hay que decirlo. «Otis Leaves» es un corte bonus anecdótico a causa de su corta duración (escasos 45 segundos), mientras que la versión alternativa del tema «Rampage» desde mi punto de vista era más idónea que el utilizado finalmente, pues es menos estridente y grandioso, por lo que hubiese sido más coherente con las imágenes.
En definitiva, Abominable es una estupenda banda sonora de Lalo Schifrin, con una muy entretenida escucha aislada, alejada totalmente de sus sonidos jazzísticos (bastante redundantes y cargantes, precisamente por su continua utilización en películas muy diferentes), que falla, eso sí, por ser por momentos anacrónica y por no ser muy coherente con la calidad de las imágenes. Es irónico encontrarse con que el principal fallo de una banda sonora es que sea demasiado buena para las imágenes.
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