Cuando se habla del género americano por antonomasia, es fácil que acudan a nuestros recuerdos tiroteos entre villano y héroe, en el que el más rápido imponía su ley, cabalgadas al amanecer por Monument Valley, carretas de pioneros dirigiéndose a la Tierra de Promisión, ataques indios, escaramuzas al ferrocarril en pos de botines sin cuento, bandidaje, robos a la diligencia, aventuras de jinetes del Pony Express, fuertes en el desierto y la Caballería al rescate, batallas con Winchesters, contra Colts, en la que la distancia al objetivo marcaba quién sería el vencedor, peleas inolvidables en el Saloon, o partidas a cara de perro con cartas marcadas al ritmo honkytonk del pianista de turno, y venganzas, sheriffs, marshalls, outlaws, y forajidos, pero sobre todo, un nombre, un nombre cuyo significado implicaba el Far West mismo, cuya implicación era el despliegue de la aventura, cuya vida fue la Historia, de cómo la Frontera fue borrada, de cómo las leyendas se forjaron, y de cómo el Oeste fue conquistado.
Se trataba de Wyatt Earp
Y cuando en 1993, la producción de una biografía del mito real, comenzaba su proceso de rodaje, los aficionados al género, los enamorados de la aventura, sabíamos que un film para la historia, estaba a punto de llegar a las pantallas, y que una película que haría justicia al personaje e inolvidable su leyenda, se estaba creando ante nuestros ojos. Con Lawrence Kasdan a la dirección y guión, y uno de los repartos más brillantes de la historia del séptimo arte, plagado de actores y actrices en estado de gracia, Kevin Costner, Dennis Quaid, Gene Hackman, Michael Madsen, Tom Sizemore, Bill Pullman, Jeff Fahey, Joanna Going, Isabella Rossellini, Catherine O’Hara, JoBeth Williams,…, sólo quedaba una cosa para redondear la ecuación, que situara definitivamente la película, en los altares, una partitura a la altura.
Y con James Newton Howard a los mandos, no sólo se dio lo citado, sino que nos encontramos con una de las mejores obras de toda su carrera, si no la mejor, un alarde como se han visto pocos de inspiración, talento descomunal, sentido de la maravilla, emotividad lírica, emoción genuina y perfección estilística a la enésima potencia, alcanzando el Walhalla musical con rotundidad.
La creación de Howard destaca sobremanera por considerar todas y cada una de sus escenas, como la más importante, lo cual da lugar a momentos inolvidables continuamente, a cada paso que da la historia, un nuevo temazo se nos despliega, a cada recuerdo o analogía con un suceso anterior, sutiles pinceladas de temas pretéritos enclavados en otros nuevos, variaciones llenas de belleza, dos temas de amor a cual mejor, dos motivos de acción inolvidables, un tema central glorioso, uno para el Wyatt imberbe a quien su padre educa con mano de hierro, un tema para los villanos, uno para la ciudad mítica de Tombstone, uno para el no menos legendario OK Corral, un tema para la tragedia y la venganza, otro para la dureza del personaje, uno para el ferrocarril (que en el montaje completo del director evolucionaba en el tema de los indios), uno para la leyenda, variación del central, uno para la boda con Urilla, uno para Mattie, otro para Josie, el amor de su vida, y un epílogo final donde la grandeza era incluso aumentada por la sutilidad de una coda modesta sinfonicamente, pero grandiosa en implicación emocional. Sencillamente, una obra colosal, una partitura superlativa, y un trabajo a la altura de las más grandes creaciones para el western y sus más brillantes autores musicales.
Y si alguna vez alguien les pregunta, si las cosas sucedieron de esa manera, esbocen una sonrisa cómplice, y respondan con seguridad,
“Así fue como sucedió…”
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