Darwin es un municipio californiano único en Estados Unidos. No tiene ayuntamiento, ni iglesia, ni gasolinera, ni comercios, ni fábricas, ni bancos, ni policía, ni escuela… De hecho, no tiene niños. Un pueblo perdido en el Valle de la Muerte (Death Valley) de sólo 35 habitantes que viven aislados y a su bola. Es el culo del mundo en el país más rico del mundo.
Estas curiosidades son aborrecidas por el gran público estadounidense, pero suscitan un cierto interés en los jóvenes realizadores de esta parte del Atlántico. El fotógrafo y realizador Nick Brandestini acogió el encargo de una productora suiza para rodar en Darwin un documental único, ejemplar. En tan sólo un año ha acaparado una docena de premios y nominaciones, y constituye todo un arquetipo con el que explicar una realidad escondida en un país exhibicionista.
Hay una carretera que cruza el desierto de Mohave antes de internarse en Death Valley y perder el mundo de vista. Es un lugar inhóspito. La zona se empleó durante años para realizar explosiones de bombas atómicas… Los habitantes de Darwin bromean con la posibilidad de que algún día una bomba perdida borre su pueblo del mapa, pero resisten alrededor del único pozo de agua contra corriente y sin electricidad.
Rotten Tomatoes da a este documental una puntuación del 88%, y parte del mérito corresponde a su banda sonora. Los tratamientos de guitarra de Michael Brook, como Ry Cooder en Paris, Texas, crean una atmósfera alucinante, un epitafio musical a un pueblo que es casi un espejismo. Sus habitantes son mineros, ex convictos, bailarinas de striptease, hippies extraviados en una carretera que literalmente se deshace en el medio del desierto… ¿Qué tiene el tal pueblo? Absolutamente nada. Es como flotar en el vacío de la intemperie.
La edad media de los habitantes de Darwin sobrepasa los 50. Su filosofía es un carpe diem total. No se conceden ningún futuro (no hay niños) y les importa un carajo el pasado. Viven cada día como una suerte perdida, inmerecida, robada. La mayoría posee armas; en algún caso, un arsenal. La policía federal suele evitar la zona para no importunar. Todo ocurre, por tanto, al margen de la ley.
Más gente curiosa: un hirsuto anarquista, un pianista de jazz, un bon vivant francés venido a menos… Toda una fauna de criaturas marginales que ha convertido Darwin en su bastión. En 1877, cuando Darwin se fundó, casi tres mil personas habitaban a diario el ectoplásmico municipio. Eran peregrinos en busca de oro, sal y promesas de trabajo en San Francisco o Sacramento. Pero el tiempo lo ha ido poniendo todo en su lugar; y lo perdido, perdido está.
Guitarra elegíaca
¿Qué hay en las BSO de Mission: Impossible 2 y Black Hawk Down que pueda echarse en falta en otras composiciones de Hans Zimmer? La guitarra (las guitarras) de Michael Brook.
Este canadiense de 61 años, maestro de músicos como Daniel Lanois o The Edge (U2), compañero de faenas de Brian Eno, Robert Fripp o Bryan Ferry, productor de gente como The Pogues, Youssou N’Dour, Nusrat Fateh Ali Khan, Cheb Khaled, U. Srinivas, Lisa Germano, David Sylvian o Djivan Gasparyan, inventor de la “guitarra infinita”, es un prodigio musical.
Cineastas como Michael Mann, Kevin Spacey, Richard Burton o Paul Schrader han recurrido en más de una ocasión a sus tratamientos de guitarra, a su depurado sonido, para la ilustración de imágenes en la gran pantalla.
La suya es una música atmosférica, envolvente, cargada sin embargo de una gran profundidad.
En Darwin, Brook emplea únicamente guitarras para ilustrar el vacío, la nada, la soledad de un pueblo sin porvenir, azotado por tormentas de arena, débilmente unido a una precaria fuente de agua, condenado a la más absoluta marginalidad.
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