Las sinfonías son para el verano |
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“A veces, la música es lo primero…” Con estas palabras presentó Wes Anderson su último trabajo para el cine. Añadió que la labor creativa de Moonrise Kingdom se debía a tres autores: Alexandre Desplat, Roman Coppola (guionista y sobrino de Francis Ford Coppola) y él mismo.
El verano de 1981 tuve la oportunidad de entrevistar a Mike Oldfield en Barcelona, con quien indagué en el origen de sus “Tubular Bells”. Oldfield me habló del escalofrío que le produjo una audición de la quinta sinfonía de Sibelius en una tarde de verano en plena campiña inglesa, cuando hacía sus pinitos como guitarrista acompañante de Kevin Ayers y otros músicos del llamado sonido de Canterbury…
Anderson, el realizador de Moonrise Kingdom, explica en la contraportada del disco que a él le sucedió algo parecido en su adolescencia; un verano mágico en el que representó, junto a su grupo de exploradores (scouts) de Tejas, la ópera infantil “Noye’s Fludde”, de Benjamin Britten. El propio Anderson actuó vestido de castor en un drama musical que tiene por protagonistas a los animales del arca de Noé, y aquella experiencia fue la semilla de esta su última película.
Aún en la contraportada, Anderson anima a utilizar estas experiencias sinfónicas de una tarde de verano para profundizar en lo personal y en lo creativo de uno mismo… Desplat se aplica deliciosamente a su invitación. El músico francés, más avezado en asuntos de sinfonías, vivió un nadir semejante cuando en su juventud escuchó por primera vez las variaciones orquestales que el propio Benjamin Britten escribió sobre un tema de Henry Purcell (interpretado por la Orquesta Filarmónica de Nueva York, bajo la dirección de Leonard Bernstein) y a modo de disquisición orquestal. De nuevo, años más tarde, al escuchar las “Tubular Bells” de Oldfield, que Desplat reverencia en el corte final de su trabajo.
Todas estas piezas más o menos sinfónicas tienen en común la inocencia pura del descubrimiento, son casi música para niños, que no infantil.
Un velo de niebla
En el verano de 1965, escuchar música en un toca-discos era en Estados Unidos una afición tan licenciosa como pueda ser hoy asomarse a una red social de Internet. Moonrise Kingdom, más que una película fotografiada, parece una selección de encuadres pintados al estilo de Norman Rockwell, con olor a cuero, a madera y a tabaco de Virginia, además de las canciones del inefable Hank Williams.
Pero, a los doce años, un verano es subversivo o no lo es, y la película caracolea obstinadamente con la música de Desplat en una aventura subversiva: “The Heroic Weather-Conditions of the Universe”.
Desplatinicia sus variaciones sinfónicas con “Un velo de niebla”. Dos arpas arrancan lo que parece un inicio en falso de los “Sounds of Silence” de Simon y Garfunkel. A las arpas se suman cuerdas, flautas, guitarras, vibráfonos y percusiones, crescendo orquestal y coros, bajo la batuta de un director y orquestador de lujo: Conrad Pope.
Humo y fuego
Este es el título de la segunda variación de “The Heroic Weather-Conditions of the Universe”. Un Desplat minimalista persiste en el juego de arpas anterior, ahora con guitarras y banjo. El verano no es sólo la estación de los descubrimientos sinfónicos, también es la estación del descubrimiento por antonomasia de la naturaleza y del amor. La variación es, a este propósito, más incisiva y melancólica.
Aire salado
La tercera variación ofrece un pizzicato de violines con guitarras eléctricas y percusiones de madera. Es el aire del mar que acerca la lluvia al interior del bosque y de los íntimos descubrimientos.
Rayos, truenos y lluvia
La cuarta, quinta y sexta variaciones representan un crescendo difícil pero impecable. Órganos eléctricos y campanas tubulares anuncian la lluvia, la tempestad, el desenlace de la película. Seguimos sobre el mismo tema, pero ahora toda la orquesta se acerca al borde del orgasmo con coros infantiles, angelicales. La pieza toma el aire de un bolero a punto de explotar.
Tras la tormenta
Desplat se mete de lleno en la variación final y compone un striptease orquestal para el que Pope arregla cambios súbitos de ritmo a modo de sortilegios. Simple, fácil, potente. Uno acaba volviendo a las rutinas del verano como habiendo visto llover; eso sí, de un modo como nunca antes ha llovido.
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