Réquiem por una aguja en un pajar |
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¿Es posible dar con una aguja en un pajar? Por supuesto. Todo es cuestión de pericia, paciencia, mucho dinero y muy pocos escrúpulos. Desde el momento en que el nombre de Osama Bin Laden quedó asociado a la muerte de 3.000 estadounidenses en los atentados del 11-S, su supervivencia en este mundo se convirtió en una frenética cuenta atrás.
Con “licencia para matar”, la CIA se puso a remover cielo y tierra para dar con el cabeza de turco (de saudí, en realidad) de aquella acción tan suicida como eficaz.
Bigelow explica la agenda secreta del asesinato de Bin Laden, bendecido por el presidente Obama (pese a que la película elude ir más allá del Secretario de Estado), y toda su suerte de peripecias. Diez años de caza sin tregua que se saldaron con una especie de borrón y cuenta nueva del que muy pocos detalles asomaron.
La tensión del relato se antoja difícil. Todo el mundo sabe cómo acaba la historia; además, la realizadora se ajusta a los hechos con precisión documental. Pero aquí no importa el qué, sino el cómo, y es ahí donde la música de Desplat adquiere preponderancia.
Una música oscura
Los sortilegios de la London Symphony Orchestra quedan, con todo, muy por debajo de la elocuencia del propio Desplat al piano, de Dominique Lemonnier al violín, de los recursos étnicos de Levon Menassian (duduk) y Kudsi Erguner (flauta ney) y, sobre todo, del trabajo de Vincent Segal al violonchelo eléctrico.
La música en la película se saborea en los últimos 20 minutos, mientras que el disco se ha estructurado de forma distinta, con una escucha oscura aunque más amable con la reflexión.
La música de Desplat clama por lo no dicho, lo no mostrado; la emoción de los técnicos de la CIA y de los soldados de élite que dan caza al “terrorista” se filtra por los recovecos morales de una administración liberal y democrática dispuesta a pagar cualquier fuente verosímil con 25 millones de dólares y regalar un Lamborghini de diez válvulas al precio de una traición. Todos somos potencialmente terroristas en un sentido u otro, nos recuerda la flauta de Erguner; todos servimos a una causa, pero el pez grande siempre acabará por comerse al pez pequeño por insolente que resulte.
Desplat confiesa que compuso la partitura para Zero Dark Thirty como un homenaje a las películas de guerreros de Akira Kurosawa, “poderosas y arcaicas a la vez”. Asegura que en los estudios de Abbey Road decidió a última hora no usar la sección de violines y orquestar “solamente” con 12 trompetas, 12 trombones, 3 tubas, 12 violas, 12 violonchelos y 12 contrabajos.
Pese a la impuesta actualidad de la película, la música se vuelve muy antigua, “como en las batallas de hace veinte siglos”, explica el compositor.
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