El difunto Sir Thomas Beecham sostenía despectivamente que, a la hora de interpretar un concierto, las orquestas debían extremar la afinación sólo en el inicio y al final… “Lo que ocurra entre un punto y otro nunca llega a la mayoría del público”. ¿Por qué? Son dos espacios en blanco, sin preconcepciones, sin ideas, sin palabras. La música siempre manda cuando empieza y cuando acaba.
En castellano, el término “película muda” hace más justicia al cine que en inglés: silent movie (película silenciosa). Grandes cineastas como Einsestein o Chaplin pusieron reparos a la incorporación de voces a las películas por pensar que lastraban la expresividad del séptimo arte. Ambos, en cambio, eran entusiastas del papel de la música en el cine.
Pocas son las ocasiones en que un compositor de cine recibe el encargo de componer música para una película muda. Pero, de recibirlo, se gana el cielo. Significa que todo el desarrollo dramático de la cinta queda a merced del pentagrama, de los instrumentos y de sus texturas. Si se trata, además, de una película en blanco y negro, la música pone asimismo temperatura, luz y color.
Tras un discreto comienzo como músico, cantante y monologuista en Estados Unidos, Alfonso de Vilallonga, sobrino del aristocrático escritor José Luis de Vilallonga, entró en el cine componiendo música para las películas de gente como Isabel Coixet y Fernando León de Aranoa o Ramón de España. Nunca tuvo, sin embargo, la oportunidad de sacar de sí todo el duende como ahora con Blancanieves. Arropado por la cálida voz de Silvia Pérez Cruz, una de las vocalistas más interesantes del repertorio latino, Vilallonga compone una partitura tan mediterránea como el arroz caldoso, las naranjas, el vino o el aceite de oliva, tan mediterránea como las graves crisis financieras de Estado… Pese al blanco y al negro, pese al sutil juego de luces y sombras, su música brilla por encima de todo como un sol radiante.
La película de Pablo Berger, triunfadora en el Festival de San Sebastián, los premios Gaudí y los Goya, tiene en la música de Vilallonga uno de sus ejes cardinales. Los conocimientos de que el compositor hizo acopio en el Berklee College of Music de Boston han servido en Blancanieves para reunir a una orquesta de 30 intérpretes (la Sinfonietta Monteolvido), dirigida por Roman Gottwald, y grabar casi cien minutos de temas que en su mayoría quedan circunscritos en el disco. Su meticulosidad, insisto, casi desentona con los rudimentos con que las bandas de las plazas de toros ejecutan un pasodoble… no habría “olé” capaz de torcer semejante virtuosismo musical en directo. El compositor alterna temas sinfónicos con piezas solistas muy simples, eclécticas y heterogéneas. Sin embargo, el tono queda en todo momento más cercano al cabaret o el circo que al mundo intrínseco de la tauromaquia. La catalana Silvia Pérez Cruz despacha unas saetas con la maestría con que se corta el jamón ibérico en cualquier taberna de Triana.
La Blancanieves de los hermanos Grimm pierde en esta película todo su candor disneyano y arremete con fuerza contra el maltrato infantil, la discriminación, el miedo a envejecer, la ambición, la envidia o la codicia. La música de Vilallonga sirve al propósito de forma excelente, magistral. |
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