Érase una vez junto al Volga |
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Uno empieza a escuchar el disco y piensa: Badalamenti morriconiza… Será cosa de la edad. Luego va Óscar y te pasa una copia en ruso de la peli y tú, enterado de que va el tema y de la historia a que se refiere, alucinas o, mejor dicho, alunizas.
La película es excepcional, por desprestigiada que esté según los críticos, aduciendo una “estética demasiado de videojuego”. Y añado -esto os gustará- que sin la partitura de Badalamenti la cinta perdería la mitad de su atractivo, como sucedía en las películas de Sergio Leone sin los chascarrillos musicales de su inseparable Ennio Morricone, que acabaron trenzando poesía tanto lírica como épica.
Badalamenti grabó Stalingrad en Moscú con una orquesta de 80 músicos y la deslumbrante voz de la soprano Anna Netrebko. Luego la masterizó en Nueva York y añadió una canción de una pop-star esteparia, Zemfira, para deleite de los popistas rusos.
El resultado es un disco redondo, se mire por donde se mire… Pensaréis que todos los discos lo son; pero muchos se escuchan con la misma facilidad que se olvidan, y éste sigue girando mucho tiempo en la cabeza aun después de acabado. Abundando en Badalamenti, me remitiría a la mítica Twin Peaks, que 25 años después de que asesinaran a Laura Palmer sigue sonando con una frescura tenebrosa que pone la piel de gallina.
¿Por qué Stalingrad? Tampoco es la primera vez que aquella mítica batalla de la Segunda Guerra Mundial se revive en el celuloide. He revisado versiones anteriores, pasando por la popular Enemy at he Gates, y concluyo que aquella Odisea nunca ha tenido mejor Homero que el realizador ruso Fedor Bondarchuk, ni mejor bardo que Angelo Badalamenti.
Hablamos de un histórico enfrentamiento bélico entre el Ejército Rojo de la Unión Soviética y las tropas nazis por el control de la ciudad soviética de Stalingrado, actual Volgogrado, que tuvo lugar entre el 23 de agosto de 1942 y el 2 de febrero de 1943 y con bajas estimadas en más de dos millones de personas entre soldados de ambos bandos y civiles rusos. Se trata de la batalla más sangrienta de la historia de la Humanidad y bien se merecía un tratamiento épico de este cariz en lo cinematográfico… ¿Estética de videojuego? No diré que no. Potemkin también se ajustaba a la estética propagandística de la Unión Soviética de entonces, pero sigue considerándose una joya cinematográfica de todos los tiempos. Seré más claro: el lenguaje del cine es el de las emociones, no el de las teorías de la forma ni de la luz…
Debo avisar con todo a los vídeojugadores de que Stalingrad les aburrirá. Su dosis de acción no supera la de intimismo entre personajes rotos, perdidos e histéricos (y no digamos si visionáis la cinta en ruso original), por lo que probablemente os perdáis y os quedéis cortos de palomitas… Aun así, defiendo la estricta geometría del guión y el equilibrio de las escenas. Nada sobra y nada falta. Si escucháis la música primero, antes, y luego después de ver la película, os sonará distinta, profundizaréis en muchos más detalles. De paso, os enteraréis de cómo la expansión nazi en Europa tocó fondo precisamente en aquel dantesco escenario… La Werhmacht nunca recuperaría su fuerza anterior ni obtendría más victorias estratégicas. Soldados y soldadas rusas, desarmados e impregnados de fuego, abalanzándose de forma suicida contra las trincheras desde donde se les disparaba con metralletas, golpearon con fuerza el subconsciente de los invasores e hicieron menos impertérrito al alemán.
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