Música sencilla, barata y eficaz |
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Mark Orton se perfila como un psicoanalista de las bandas sonoras. En Nebraska (2013) coció una simplista partitura para evocar el quijotesco viaje en blanco y negro de un padre anciano y demente junto a su hijo por las desérticas rutas del Oeste americano.
En My Old Lady el viaje es algo más turístico (París) y en color, pero la muerte del padre y una elíptica dependencia edípica de la madre roturan al protagonista, Mathias Gold (Kevin Kline), y exponen el espectador ante la morbosa intuición de Mathilde Girard (Maggie Smith) y su hija Chloe (Kristin Scott Thomas). La capital francesa lo es también de toda suerte de historias de amor en el cine, pero en esta cinta el porqué manda sobre todo qué, quién, cuándo, dónde y cómo.
My Old Lady no es una película almibarada de amor explícito, así a lo tonto. Lo más importante es absolutamente intraepidérmico, prisionero de las convenciones, la realidad y el sentido común. La música de Orton trabaja sobre todo el subconsciente, las emociones más íntimas e inabordables que, en forma de sonido de un instrumento particular -como Prokofiev proponía en Pedro y el lobo– dan forma a vergüenza, temor, soledad, atractivo, tristeza o gozo… Lo malo es que Orton no es un compositor sinfónico y la partitura pierde toda unidad, toda estructura narrativa.
Se trata de una fórmula que funciona y que va a más: cine nuevo de jóvenes realizadores que basan toda la fuerza de sus relatos en la emoción/tensión entre protagonistas; música sencilla, barata y eficaz que proporciona ambientes sonoros idóneos al montaje resultante.
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