Tras las huellas de Carter Burwell |
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«Series como Hannibal, Utopia, Fargo, The Leftovers o The Knick han dejado constancia de que la música es vital para crear historias y ambientes y que hay que dar un paso hacia formas más originales y atrevidas…» Este comentario de Álvaro P. Ruiz de Elvira (EL PAIS, 16/11/2014) tiene tanto de aviso a navegantes como de mensaje en la botella. En el caso particular del Fargo de Jeff Russo tal vez tenga más de lo segundo.
Pese a guardar en casa dos premios Emmy y dos nominaciones por miniseries de televisión, Russo pasaría por un Faltermeyer cualquiera, un roquero de tres al cuarto afincado en Los Angeles y apóstol del dinero fácil y la música enlatada…
Pero si alguien por aquellos pagos sabe cambiarle la vida a un espíritu emprendedor éstos son, sin duda, los hermanos Coen. Su Fargo de la gran pantalla fue tal vez el encargo más exigente con que Carter Burwell se lanzó a una prolífica carrera melocinematográfica, y este Fargo televisivo no hace sino pisar en sus huellas… Unas huellas heladas sobre la intemperie nevada de Dakota del Norte y Minnesota, en medio de ninguna parte y con el silencio como abogado de un estremecedor y atroz relato.
Fargo no es San Francisco ni Nueva York. Allí no hay vida de calle ni mestizaje cultural, ni poco más que un largo invierno y un corto verano que no hace sino presagiar otro invierno aún peor. Es el reino de los fracasados, los perdedores, los palurdos, los perdidos y, también, los afectados… Los psiquiatras yanquis lo denominan northern exposure (que dio título a la serie conocida en España como Dr. en Alaska), y consiste en una afección del temperamento propia de espacios abiertos expuestos al clima polar, subyugados por el frío, el hielo y la nieve.
Russo confiesa que, además de chuparse una y otra vez la peli de los Coen y estudiar detenidamente el guión del remake televisivo, tuvo que viajar allí en persona para dar crédito a dicha impresión…
«La verdad es que yo estaba muy alejado de un planteamiento así», explicaba el compositor en una entrevista para la revista Playback, «pensando en regresar a los temas de corte más comercial de los grupos Tonic o Low Stars, de los que también formé parte como músico, y alejarme un tiempo de la pequeña pantalla».
Russo empezó como simple músico de estudio (guitarrista eléctrico) para apoyar grabaciones que realizaban otros compositores, pero sus conocimientos musicales y su claridad de concepto lo han llevado en poco tiempo a componer y, además, a orquestar sus composiciones para una sección de cuerda, sin las acostumbradas estridencias ni percusiones de la música que venía haciendo antes de Fargo.
La serie es pues como un bautismo de fuego para el que Russo ha escogido a Burwell como padrino… Su partitura de Fargo se inscribe sobre las huellas de la de Burwell, se recompone y se disecciona como en la camilla de un médico forense. Russo aprende a la vez que crea y resuelve acertijos. Reserva las cuerdas al ambiente suspendido del paisaje nevado y resucita un tono más vibrante a lo Twin Peaks para enfrascarse en la díscola conducta de Malvo, el asesino en serie, dando cuenta de su enfoque narrativo casi surrealista y disparatado, de su determinación atroz.
Al igual que el Fargo de la gran pantalla, este impecable Fargo televisivo mezcla suspense con comedia de forma rematadamente loca… Un chiste puede acabar en asesinato y viceversa, y la música de Russo actúa como una sutil dirección de escena, preparando al telespectador para la sorpresa en permanente estado de incredulidad…
La serie cansa, en el mejor de los sentidos, por su permanente juego de estados de ánimo, perfectamente apoyada en lo musical. Por si el listón de las series americanas de televisión no anduviera ya muy por encima de lo acostumbrado, Fargo bate una nueva marca.
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