Expresividad, versatilidad y clasicismo |
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No resulta nada fácil la narración secuencial en el cine a través de la música. Los compositores actuales acuden a esta faceta como un elemento más del global y tener que hacerlo, en la película que nos ocupa, de forma absoluta, supone un gran reto para Ludovic Bource y, quizá más todavía, para el ávido espectador contemporáneo que se “planta” curioso ante una producción reflejo del pasado. The Artist puede recibir gran número de críticas negativas pero, al tiempo, es indudable que los halagos pueden igualar, cuando menos, a aquellas.
La narración que se aplica a todo el metraje es maravillosa y la composición permanece, evidentemente, sonando de forma continua. El artista tendrá que generar, por tanto, todo tipo de habilidades para convencer y contar, dos fórmulas esenciales en este tipo de cine narrado.
El inicio del filme, musicalmente hablando, es algo confuso. No muestra aquí Bource su mayor habilidad para enlazar un par de escenas inaugurales. Es el comienzo de la auténtica narración del argumento (que hasta ahora lo ha hecho con los créditos y la secuencia posterior). A partir de aquí, el compositor parece por fin situarse hasta llegar aproximadamente al final del primer tercio. Nos encontramos ya ante el asentamiento definitivo de la música y la narración exquisita de una de las más hermosas secuencias: el protagonista y la joven actriz contratada intentan rodar una escena de baile. Bource aplica toda su sutileza para reflejar, al mismo tiempo, la narración necesaria del momento y el sentimiento que brota de la unión de los dos actores (“Waltz for Peppy”). Su fundido musical hacia la secuencia posterior, con la joven sola, es delicadísimo.
El cuerpo central de la obra es firme. Lo iniciamos con otra escena directa y que marca un nuevo punto señalado en la partitura: Bource acaricia otra vez el rostro femenino de la actriz, que alcanza la fama y se ve en las escaleras de la productora con el despedido George (“In the Stairs”). Los encuentros entre ambos, a juicio de quien esto escribe, son la fuente de la cual debiera beber la composición en más ocasiones y con más variación. Su parte más rica aunque, al lado de las narraciones y variados temas activos, la menos llamativa. Sin duda, la variedad de registros de la obra y su ya estable comodidad a la hora de contar la historia hace igualmente que las estructuras más livianas y románticas consigan un pequeño cuerpo personal que les beneficia.
La historia contiene pequeñas escenas, ligeramente aisladas, como pegadas en pantalla, quizá para matizar el argumento o suscitar ligeras ideas menos mundanas al espectador de lo que la visualización genera. Una de ellas es hermosa y musicalmente fuerte. No deja de referirse, artísticamente, a la época romántica de los clásicos pero, sin duda, su belleza y presencia es importante. La señora esposa del protagonista, que sentado piensa en su decadencia vital, le hace saber la desgracia que siente por vivir como lo hacen. Él sólo mira al infinito. Una pena que no figure en la edición en CD, al igual que el inmediato encuentro de George con Peppy en un restaurante, durante una entrevista a la nueva y famosa estrella de cine femenina. La expresividad de Bource durante los encuentros que se producen entre ambos es, sencillamente, magnífica y estos minutos interesantísimos sí son rubricados con la metafórica y gran escena del visionado de la última y fracasada película rodada por George que, triste, la presencia en el cine en el que, sorprendentemente, también está Peppy con su pareja. La unión de la imagen proyectada en la pantalla del cine con la que nosotros vemos realmente es fantástica y el artista, sin desmerecer, compone una pieza para piano liviana por momentos, enérgica en otros. Gran momento (“Comme une rosée de larmes”). Nos encontramos de lleno en el núcleo de la historia. Nuevamente ambos se encuentran; ella le busca, en su casa, y de nuevo la pieza orquestal es de gran narración sentimental (“The Sound of Tears”). Se cierra así el segundo tercio. La partitura, sin duda, ha crecido y alcanza su máxima expresión en este apartado. Clara influencia romántica.
El último tercio de metraje, anclado drásticamente sobre la base robusta del anterior, se desarrolla bajo una línea de unidad similar y los momentos de partitura en los que Bource junta a los dos protagonistas aumentan. La base ya ha sido propuesta en los minutos anteriores: apoyos absolutos a los instantes de encuentro entre ambos. Ahora, ya colocada la intención en escena, los segundos en los que el artista fantasea con el amor son más breves y, por tanto, con una intención más drástica y directa sobre el espectador (fragmentos de “Happy Ending”). Son instantes de descripción, no se narra nada. Curiosamente, en ellos, la música toma su máxima belleza en un filme en el que la narración de la historia se apoya en la partitura por completo. Curioso.
Anterior a los fragmentos comentados presenciamos un contraste de sucesos importante; será el desenlace final previo a la unión de George y Peppy y la composición se convierte en un referente narrativo de toda la historia: el incendio de la residencia de él. El artista mantiene un nivel altísimo y multiplica considerablemente la energía que desprende (“L’ombre des flammes”). Son los minutos más angustiosos y, seguramente, los narrativos más auténticos junto con otros muy próximos en los que Peppy chantajea a los productores para protagonizar su película junto a George (“Charming Blackmail”). Deshilachando la estructura cimentada en el cuerpo central del metraje, Ludovic Bource empuja a su creación hasta conseguir las situaciones musicales más sobresalientes.
El desenlace podría haber sido de una calidad artística asombrosa, histórica e inolvidable… de no haber sido compuesto por el eterno Bernard Herrmann muchos años atrás para Vertigo (“My Suicide 03.29.1967”). ¿Homenaje?… Sinceramente, para cualquier seguidor medio de la música de cine resulta un fragmento tristón y desesperanzado, no por su calidad de arreglos y referencias, de gran altura, sino por lo que representa. Tal obra de arte creada por tan inigualable e inimitable genio no puede aprovecharse de esta forma en un filme de calidad, como es The Artist. Herrmann no puede llevarse a otra pantalla que no sea la suya y menos, absolutamente, durante cinco largos minutos. Por otro lado, la calidad compositiva de la obra de Bource queda empañada sin duda con tal elección. Personalmente no entro en plagios o cualquier otro debate. Sólo diré: una pena.
Concluyendo, un trabajo de gran nivel. Su expresividad, versatilidad y clasicismo le hacen, junto a su faceta intimista, una obra merecedora de halagos y consideraciones.
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