Desplat es un músico atareado pero metódico, disciplinado. Su trabajo, explica, parte siempre de una atenta lectura del guión original, así como de una exploración del universo suscitado en cada historia y de los elementos de subtexto.
Se confiesa fan de la música de cine y admira especialmente a dos compositores: Mancini (que empezó tocando la flauta, como él) y Williams (cuya partitura para Catch Me If You Can prologó la vocación melocinematográfica del compositor galo). Desplat, sin embargo, huye del planteamiento temático característico de estos dos músicos y prefiere lo ambiental, lo atmosférico.
En The Imitation Game se sirve por igual de una gran orquesta sinfónica y de recursos programados por ordenador (música enlatada), como ya había hecho anteriormente en Birth o Zero Dark Thirty; aunque lo segundo viene a cuento de un cumplido homenaje a Alan Turing, padre de los ordenadores y protagonista de la película. Desplat se sintió fascinado por su historia y solicitó el concurso de un pianista y dos programadores para ensayar un arpegio recurrente en toda la cinta que se impone, no tanto como recurso dramático, sino como brisa de futuro, intuición de algo fantástico a la vez que terrible: una máquina que permite a las personas resolver muchas tareas cotidianas y, a los gobernantes, idear secretas estrategias para sacar provecho de la maquinaria bélica y ganar partidas.
La música de Desplat, en consonancia con la película, no se abona al tono épico sino que se ensombrece progresivamente por los recovecos oscuros de la maquinaria del poder… Y a otra cosa mariposa.
Desplat, como sabemos, vive sin vivir en sí. Compone partituras por docenas como si de huevos se tratara. Para este 2015 en ciernes se prevé que ponga música a lo último de directores tan distintos como Polanski o Wim Wenders. Pese a estar abonado a la Orquesta Sinfónica de Londres, sus más íntimos colaboradores en lo musical y sus intérpretes solistas tienen pasaporte francés. Así que barre para casa. Se apunta a un bombardeo, no teme a géneros ni a fronteras culturales, se codea con los «enfants terribles» de la industria sin salir perjudicado, asume el carácter muchas veces insulso de sus partituras y lo excusa con las prisas, el amor al arte y el ansia de trabajar en cosas nuevas… Conviene recordar que J.S. Bach optó en su día por algo parecido y le fue bastante bien.
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