Inteligencia musical para una terrible enfermedad |
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He comentado en alguna ocasión previa que un género que suele ser complicado para componer es el drama. Es muy sencillo caer en tópicos o convertirse en un elemento excesivamente manipulador y destacado. A cambio, es un género que proporciona muchas recompensas. Es un cine que da al compositor muchas posibilidades de transmitir múltiples emociones, de mayor control de la música y lo que quiere decir, así como diferentes vías de seguir la historia y sus protagonistas. Acaba de llegar nuestras pantallas Still Alice, película independiente que viene avalada por la crudeza del tema que trata, la historia de una mujer afectada por una aparición temprana de la enfermedad de Alzheimer. Maravillosamente interpretada por Julianne Moore, que ha merecido un Globo de Oro y una nominación al Oscar este año por su papel, la música juega un papel sencillo, pequeño y realmente importante.
A algún aficionado le sorprenderá ver el nombre de Ilan Eshkeri asociado a la partitura, tras escucharle como responsable de la música para películas como Centurion, 47 Ronin o Justin and the Knights of Valour. Pero el propio compositor ha reconocido públicamente que cuando le propusieron su participación no lo dudó ni un instante, a pesar de estar en uno de sus periodos más ocupados. Dos de sus mejores amigos perdieron a sus padres por causa de la enfermedad. E incluso los tres colaboraron el pasado año en la campaña sobre la demencia, promovida por el gobierno británico. El resultado es una partitura pequeña que no quiere entrometerse ni acentuar los aspectos emocionales de la historia, y que lo hace de una manera tremendamente inteligente. Para aquellos que en ocasiones piensen que componer para este tipo de películas es sencillo y fácil, este es un precioso ejemplo de lo que trabaja la mente de un compositor a la hora de llevar a cabo un proyecto.
Primero, Eshkeri mantiene la música a un nivel tan íntimo y cercano como la propia historia de la película. Principalmente su duración, que no alcanza los 25 minutos de música. Y eso teniendo en cuenta que incluye una preciosa versión del clásico de Lyle Lovett (que también aparece sonando en la película), interpretada por la rockera brítanica Karen Elson y que se escucha en los créditos finales de la película. La idea es no sobrecargar la película con música, sino todo lo contrario, que la música aporte lo justo y necesario para conseguir acercarnos aún más a su protagonista, pero sin manipular las emociones. Para ello toda está interpretada a piano y, curiosamente, con un terceto de cuerda (viola, violín y chelo).
Este elemento final, que podía considerarse un capricho del compositor, tiene un porqué más que importante. Lo habitual hubiese sido componer para un cuarteto de cuerda. De esta manera la música y la melodía suele ser más sencilla y fluida en cuanto a su composición y su escucha. Al componer para un trío de cuerda, las tres líneas melódicas tienen que ser diferentes. Es decir, cada músico debe estar tocando una nota diferente a la de los demás en cada punto específico de la melodía para alcanzar completar un acorde completo. Y ese reto de intentar conseguir la combinación adecuada, e incluso el tener que fallar en una nota, le sirve para reflejar el reto de lidiar con dicha enfermedad. La sensación es que la música es insegura, más pausada y lenta de lo normal, y proporciona un reflejo de la débil mente de Alice cuando comienza a sentir la dureza del Alzheimer.
El elemento del piano también tiene su porqué. En la película el piano es un elemento importante en el hogar de la familia de la protagonista. Su presencia en la música queda asociada a la delicada relación entre Alice y su familia, la cual también tiene que hacer frente a las consecuencias de que la madre esté sufriendo esta terrible enfermedad. Con sólo estos elementos y su utilización, Eshkeri ya ha conseguido más que muchos compositores con partituras mucho más grandes. Pero es que además su utilización es muy variada e inteligente.
Al inicio, dos breves piezas presentan a la protagonista y su historia. “L.A. Drive” y “No Secrets” quedan introducidas a solo piano, vivo y emocionante. Mientras, las cuerdas van entrando y creando una melodía base bonita e interesante. Con la segunda pieza se proporciona un tono más melancólico pero muy emocional. Perfecto. Sin embargo, atención al estupendo cambio de tono que se produce cuando la madre cuenta a sus hijos que padece la enfermedad en “Alice Tells the Children”. Una pieza también muy breve, pero con un tono triste y apesadumbrado. Dicho tono es el que mantiene para momentos similares y que escuchamos en “Words with Friends”, “Butterfly” o “Speech”. Música que acompaña a esos momentos de concienciación de la situación y de enfrentarse a la enfermedad públicamente. En muchas de ellas se puede escuchar cómo el piano o las cuerdas introducen la pieza, para luego ir entrando el otro elemento solista y posteriormente compartir la pieza. Eshkeri aprovecha para presentar los dos elementos de la película. Por un lado ese piano que se identifica con la familia y su relación con Alice, y por otro el trío de cuerdas que representan a la propia Alice y sus sentimientos. Toda la música juega con ello, con la presencia del piano siempre acompañando a cualquier referencia a familia y las cuerdas a las reacciones y acciones de la propia Alice.
Precisamente con esa idea en mente escuchando la música, Eshkeri utiliza un elemento más para contar la historia. Y es que la enfermedad también está presente en la música. ¿Cómo? Sencillo. Si las cuerdas identifican a la propia Alice y sus pensamientos, y ella es la afectada por dicha enfermedad, que mejor que sea en dicho elemento donde se aprecie el efecto de la misma. El primer momento es una de las primeras escenas en que Alice se da cuenta de su problema mientras se encuentra haciendo deporte. “Running” va siguiendo a Alice, mientras recorre la ciudad corriendo, absorta en sus pensamientos. El piano y las cuerdas tienen ese tono emocional y brillante inicial. De repente (sobre los 50 segundos), el piano se detiene y desaparece, y la melodía del cuarteto también. Solo queda una larga y lánguida nota del chelo. Mantenida hasta el infinito. La nota es temblorosa, chirría. Violín y viola se unen con dicha sensación y se mantiene así durante más de un minuto. La música refleja la completa desorientación y sensación de extraño pánico y pérdida de la protagonista. Cuando reaparece el piano brevemente al final ya es triste y roto. Estupendo toque que reutiliza en otras ocasiones como en “Beach”, “Pills” o “Lost Phone”, y que incluso a nosotros nos hace sentir mal cuando percibimos que la música está cambiando.
La verdad es que no había tenido ocasión de escuchar a Eshkeri en este contexto musical, y realmente aunque la música es sencilla y adecuada, cómo utiliza sus recursos es realmente brillante. Los temas y melodías no son grandes ni memorables, y es una clásica partitura de película pequeña e independiente. Pero es todo el trabajo “intelectual” que hay detrás de la misma lo que la da ese punto más de interés y calidad. Una demostración realmente buena, y por encima de lo que se suele encontrar en este tipo de proyectos. Una música donde el compositor ha volcado realmente su interés y capacidad. Y queda palpable en el resultado final. |
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