A falta de un pequeño salto… |
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Empecemos por el punto débil: los ritmos pausados y el tema principal. Vayamos al fuerte: la magistral composición y la narración en pantalla.
Michael Giacchino se ha convertido en lo que es para un servidor, en el máximo representante, junto a Alexandre Desplat, de la música agresiva en el cine (“It’s a Hellava Chase”; “Flying Dinosaur Fight with Guts”). Sus composiciones puntuales (bien es cierto que las estira a lo largo de gran parte del metraje pero, lamentablemente, quedan algo por detrás del resto, muchos e innecesarios minutos de partitura de ritmo medio y lento) resultan de una violencia artística sin parangón, sólo alcanzada por el genio francés mencionado. Suponen un plus auténtico a la hora de la visualización de la escena y, sin duda, compiten junto a las grandes creaciones actuales en lo más alto del panorama de la música para la imagen. Siempre, y esto es indudable, son los genios aquellos que son capaces de dar un cambio intenso a estructuras artísticas ya establecidas para vitalizar otras que ellos proponen.
Giacchino, desde sus Medal of Honor, allá por 1999, ha ido creciendo de una forma meteórica. Un estilo claramente marcado e identificable y, por aquel entonces, temas principales de un alcance a la altura de un grande como John Williams. Para quien esto escribe, su sucesor (durante aquel nacimiento fulminante). Hoy día pareciere que el magnífico compositor estadounidense hubiera alcanzado su cima. Un ligero tono de estancamiento en sus creaciones que, a sus fieles seguidores, puede decepcionar en parte. No obstante, a nivel compositivo, como he comentado, nadie consigue las piezas exquisitas que presenta en todos sus trabajos en lo que se refiere a la acción y narración cinematográfica. Tal vez sean los motivos más pausados los que originan esta sensación de no evolución aunque, por otro lado, hacen que el contraste en las llegadas de sus notas más enérgicas sea inalcanzable para cualquier compositor actual (“Abdicate This”). Anunciado al inicio del artículo, este es uno de los dos puntos débiles de El destino de Júpiter. El otro: su tema principal. Vayamos con ello.
Citado motivo: en el primer tercio de la aventura ya se esboza, oculto entre los pasajes iniciales más pausados, con el segundo movimiento (“Jupiter Ascending: 2nd Movement”) como composición lenta más notable y el tercero (“Jupiter Ascending: 3rd Movement”), coincidiendo con el encuentro en la historia de Júpiter y Caine, los protagonistas, como preparación sobresaliente hacia lo que nos espera, una serie de fragmentos de acción agresiva y neuróticamente compuestos. Con acierto, Giacchino huye de este tema compuesto en estos instantes de narración rápida y los mantiene repartidos en pequeñas aportaciones durante toda la historia (resultando algo excesivos en su empleo durante la parte media de la escucha aislada de la banda sonora). Su matiz algo simplón y cierta similitud en su estructura y organización en pantalla (que no en notas) con la Imperial March de Williams parece golpear directamente en su consideración, abatiéndolo notablemente y dejando su forma en aceptable y poco más.
La historia, musicalmente hablando, comprende dos partes bien diferenciadas y opuestas: la acción y la explicación. La primera, que sin duda se eleva en calidad hasta límites muy altos, queda relegada, no obstante, a un erróneo y quizá involuntario segundo plano por el excesivo minutaje de diálogos y argumentaciones de los personajes, un sentido fallido y que entorpece la historia, tanto global como musical. Giacchino se ve obligado a componer y componer (y componer) instantes de apoyo y descripción y sin quererlo (aunque bien es cierto que no destaca en el planteamiento de esta aburrida parte) baja el nivel que luego alcanzará, como ya he dicho, en las zonas de acción. Abrumadoras secuencias, de un nivel de forma magnífico y que los hermanos Wachowski, directores de la obra, igualmente moldean y dan vida a gran nivel. Lo mejor de la película, en todo sentido. Momentos violentos, frenéticos y que sí merecen la pena ver y disfrutar.
El instante culmen del filme llega en la parte final (“Flying Dinosaur Fight” y “Flying Dinosaur Fight with Guts”). Tras un par de secuencias de nivel similar, Caine entra en lucha con el dinosaurio durante el desenlace, en un alarde de efectos especiales, realismo y una capacidad de narración del compositor inigualable, controlando ritmos, sensaciones, violencias y cambio de planos. Una auténtica delicia para cualquier aficionado al cine y una explosión de euforia para los conocedores de la capacidad de Michael Giacchino.
En definitiva: partitura dual, explosiva, muy por encima de la pobre historia en sí, sobresaliente en su parte ardorosa y suficiente y algo inapetente en los momentos pausados. Sin duda, desechando esto último (que por desgracia está muy presente en la película), recomendable trabajo de Giacchino que sigue demostrando su genialidad (a falta de un pequeño salto final en su esplendorosa carrera).
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