Eterna juventud minimalista |
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Titón era un mortal, hijo del rey de Troya, del que se enamoró la diosa Eos. Ella pidió a Zeus que le concediera la inmortalidad a su amante, pero la cagó al olvidarse de un pequeño detalle: no le pidió la eterna juventud. Así que Titón se fue consumiendo con el paso del tiempo hasta convertirse en una criatura decrépita que únicamente deseaba morir. Según el mito, se fue encogiendo y arrugando tanto que al final se convirtió en un grillo. En fin, una vida nada apetecible, especialmente al final, un final realmente largo y eterno.
The Age of Adaline no va de mitología griega, pero sí de inmortalidad y juventud eterna. Un accidente de coche es la causa de la muerte de la protagonista de la película, Adaline Bowman (Blake Lively), nacida a principios del siglo XX. Pero la caída de un rayo instantes después de la muerte provoca su resurrección, que trae como regalo la inmortalidad y el efecto de nunca envejecer. El argumento incluye no sé qué justificación científica de lo injustificable, pero eso es lo de menos.
El tema es el pretexto de los guionistas y del director Lee Toland Krieger de colarnos la historia de una mujer que se autoimpone la norma de no amar y no comprometerse con nadie a lo largo de décadas y décadas, pues sabe que, antes o después, irá perdiendo a todas las personas a las que ame. Evidentemente, la protagonista es guapa, lista y experta en casi todo (obvio), además de inmortal.
En definitiva, una historia romántica, blandita, almibarada y con sus dosis oportunas de sensiblería, que tiene entre sus principales señuelos la presencia de Harrison Ford y de otra gran veterana de la pantalla como es Ellen Burstyn, en el papel de la anciana hija de la protagonista.
El encargado de la banda sonora es Rob Simonsen, compositor que ha tenido como mentor durante unos cuantos años a Mychael Danna, con quien ha trabajado en bastantes proyectos, entre ellos la oscarizada Life of Pi. Últimamente Simonsen ha firmado varias partituras en solitario, unas más acertadas que otras, entre ellas The Spectacular Now, The Way, Way Back, Foxcatcher o Wish I Was Here. Duncan Blickenstaff contribuye con música adicional.
Para The Age of Adaline, Simonsen ha tenido la oportunidad de escribir una partitura orquestal y hay que reconocer que está bastante conseguida. El piano y la sección de cuerda cargan con el mayor peso del score, con apoyo de coro femenino y puntuales aportaciones de metalófonos, arpa, guitarra y vientos de madera. Además, los sintetizadores crean en muchos momentos una atmósfera que proporciona a la música un cariz sobrenatural muy oportuno para esta historia semifantástica de amor e inmortalidad.
En cierto modo, podríamos describir la música como minimalista. Largos acordes de cuerdas, acordes de piano muy espaciados, repeticiones de frases breves, ambientes etéreos… Con estos recursos el compositor consigue momentos de gran belleza, una belleza evocadora y melancólica que puede abarcar desde la desesperación a la esperanza.
En su defecto hay que apuntar también que pocas veces se sale de ese guión establecido y por ello puede resultar monótona. La primera impresión que uno tiene al oírla es que se trata de una banda sonora bonita y de agradable escucha. La segunda impresión es que su poca variedad puede llegar a aburrir.
En cuanto a temas, básicamente se reduce a dos. Por un lado el de Adaline, un leitmotiv que encontramos unas cuantas veces a lo largo del disco. La primera vez en “At Home”, cuando al principio de la película vemos a la protagonista llegar a su casa de San Francisco donde la recibe su perro. El tema aparece ocupando pequeños fragmentos de “January 1st, 1908”, “No Scientific Explanation”, “Never Speak a Word of Her Fate” y “Hospital Confessions”. Finalmente, su desarrollo más completo y con un aire marcadamente más optimista lo tenemos en el corte final del score, “To a Future with an End”.
Según explica el propio Simonsen, quería que este tema fuera melancólico y bonito, pero sin llegar a ser demasiado triste. Consigue perfectamente ese propósito, describiendo perfectamente el espíritu de Adaline, que vive en soledad rodeada de miles de recuerdos y decidida a no dejarse amar. La música de la partitura en su conjunto tiene ese punto de nostalgia continua.
El otro leitmotiv es el tema romántico que se establece a partir de su relación con Ellis (Michiel Huisman), el joven que cambiará la anodina trayectoria vital de Adaline. El problema es que apenas lo encontramos en la edición discográfica. Simonsen dice que lo escribió para piano, pero que en la película no encontró escenas con la duración suficiente como para exponerlo completo. Así que su comienzo aparece unas cuantas veces, pero se ve interrumpido con frecuencia, lo cual funciona también como metáfora de lo que han sido las relaciones amorosas de Adaline a lo largo de su longeva vida.
Este tema de amor es una melodía lenta de piano, o más bien una sucesión de acordes espaciados con predominio de notas graves. Lo escuchamos en el film la primera vez que Adaline ve a Ellis en una fiesta de Nochevieja. También cuando se besan por primera vez. Pero ninguno de esos dos momentos está recogido en el disco. Donde sí lo podemos oír es al principio de “Hospital Confessions”, cuando ella, tras un nuevo accidente de tráfico, revela su secreto.
Por lo demás, la tónica predominante del score es una música bonita y evocadora, con una aureola mágica envolvente que Simonsen consigue fusionando orquesta y electrónica y las notas sueltas de metalófono o arpa.
Con los dos primeros cortes, “Adaline Bowman” y “At Home” nos presenta a la protagonista en el momento presente. Los cuatro siguientes abarcan un largo flashback en el que asistimos a su nacimiento en 1908, su matrimonio, el nacimiento de su hija, la muerte de su marido y su propia muerte en accidente de automóvil. El sonido sobrenatural destaca en “First Resurrection”, mientras que en la primera mitad de “Never Speak a Word of Her Fate” escuchamos lo más parecido a un tema de acción –sin serlo- que podemos encontrar en la banda sonora, cuando agentes del FBI la detienen y consigue escapar.
“Ellis Brings Flowers” es otro de los pocos cortes que se salen de la norma general, ya que el arpa, las cuerdas y el metalófono crean una pieza más dinámica con un enfoque claramente romántico, en una línea parecida a “Adaline Apoligizes”. Otro track más o menos diferente de lo habitual es “Twisted Around the Truth”, que incluye ostinantos y un cierto sentido de precipitación, acompañando la escena en que Adaline decide abandonar la casa de los padres de Ellis al haber sido descubierto su secreto.
Por lo demás, hay buenos temas que recrean esa atmósfera mágica, como “Sunken Ship”, “Constellations”, “William Recognizes Adaline” o “Second Resurrection”; piezas de profunda tristeza como “Another Death in Life” y muchos fragmentos melancólicos y de carácter ensoñador como “Tired of Running” o “He Named the Comet Della”.
Por otro lado, la película está salpicada con varias canciones, como “Simple Twist of Fate”, de Bob Dylan; “Gimme Some Lovin’”, de Sam & Dave; o temas de jazz utilizados como música diegética, caso de “The Rainbow People”, de Dexter Gordon. Estos y unos cuantos más están recogidos en otro álbum de canciones, también editado por Lakeshore Records.
El disco del score de Simonsen se cierra con la canción “Start Again”, escrita por el propio compositor, Nathan Johnson y Katie Chastain, e interpretada por el grupo Faux Fix con la vocalista Elena Tonra, una canción más que correcta, con arreglos en sintonía con lo que es la partitura general y con letra que hacer referencia al estado de la protagonista y su necesidad de empezar desde cero década tras década.
Pienso que Rob Simonsen ha cumplido con este trabajo, creando una banda sonora muy bien adaptada a lo que demanda una película de estas características y con una exigencia orquestal mayor que la gran mayoría de trabajos que ha escrito en solitario hasta la fecha. Emotividad y belleza, con un buen tema principal, envuelven todo este score cuyo principal defecto, en todo caso, es la falta de variedad.
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