El subtexto, lo que la película dice sin mostrar, es fundamental a la hora de cocer una buena banda sonora… En esta ocasión se trabaja (como viene siendo moda en este arranque de siglo) un remake de la película homónima que John Schlesinger rodó en 1967 y a la que Sir Richard Rodney-Bennett puso música: Far from the Madding Crowd (Lejos del mundanal ruido), en base a la novela escrita por Thomas Hardy.
Tanto Thomas Vinterberg como Craig Armstrong desatienden el subtexto de la novela original y su queso de oveja resultante no cuaja… El mundanal ruido al que se refiere Hardy no es la ciudad, los quehaceres sociales o los rudimentos del trabajo, sino la obstinada presión de la tradición sobre la ingenua mente de una joven mujer venida a más. Schlesinger y Rodney-Bennett, más fieles al subtexto, obviaron el folklore, el trajín agrícola, la forma, para ahondar en el torturado silencio de la protagonista, alejada por miedo de una realidad más que exigente.
Armstrong rehuye el planteamiento clasicista de Rodney-Bennett; prefiere el aderezo (ruidoso) de la Eliza Carthy Band (grupo folk inglés de pro) a la flauta intimista de un principiante James Galway (que ni tan sólo aparecía en los créditos de la película de Schlesinger), piensa que nada puede alejar más del mundanal ruido que el murmullo de una fuente perdida en un bosque, música bonita, ancestral, bien ejecutada, aunque fuera de contexto.
Armstrong juega a hacer de Rachel Portman, pero bajo un punto de vista equivocado. Elfman también lo hizo con Black Beauty, y con mejor acierto.
Puestos a utilizar instrumentación folklórica como ambientación de época, hubiera sido mucho más sensato lo que Gary Yershon consiguió hace bien poco con Mr. Turner: orquestar el silencio con la música, la mirada del actor con sus reprimidas emociones, sus miedos, sus deseos, su melancolía. Basta una flauta, un oboe, un violín, un piano amartillado y una voz rota; sin desmanes orquestales, tan bien urdidos como innecesarios, impertinentes.
El disco se saborea como excelente incursión musical en la campiña inglesa, con sonidos Sony Classical de exquisita factura, pero sin la entrañable fidelidad al espíritu y al subtexto de la novela de Hardy que presidían la partitura de Rodney-Bennett… Os propongo que, con ocio de por medio, visionéis ambas versiones y saquéis vuestras propias conclusiones. No es que «cualquier banda sonora pasada fuera mejor», sino que tal vez hizo algo irrepetible que los productores de cine insisten en repetir hasta la saciedad, comprometiendo el buen hacer de los compositores. |
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