Personal, intimista e inteligente |
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Sherlock Holmes tiene 93 años en 1947. Bill Condon, autor también del guión, pone pues fecha al nacimiento del personaje de Sir Arthur Conan Doyle: 1854. Carter Burwell, a su vez, le sirve una suite de orquesta de cámara, piano, arpa, oboe, clarinete, armónica de cristal y flauta shakuhachi. Se trata de retratar a un viejo detective retirado al borde de la demencia que, con la ayuda de un curioso «lazarillo», resuelve un caso complicado que el bueno de John Watson cerró en falso precisamente para que Sherlock Holmes lo desterrara de su memoria. Mr. Holmes, sin embargo, no desea abandonar este mundo sin antes dejar sentado cómo, revelando la verdad a una mujer, la indujo a que se suicidara…
El caso es accesorio, lo interesante es la obsesión del protagonista (Ian McKellen) por torturar su debilitado ingenio con el recuerdo de cuanto sucedió. El tema «An Incomprehensible Emptiness», abundando en un tema central que admite pocas variaciones, sirve a Burwell para dibujar el vacío interior del detective.
Se da la circunstancia de que Condon encargó la música a Burwell desentendiéndose del resultado. Mientras el compositor trabajaba en la partitura, el realizador se hallaba totalmente metido en el estreno del musical Side Show en Broadway. De este modo, tuvo absoluta libertad para construir una banda sonora afín a la película ya montada.
Esa confianza ciega de Condon por el trabajo de Burwell se justifica porque ambos han trabajado juntos en seis largometrajes; sin embargo, la música de Burwell suena bien distinta en cada uno y, en Mr. Holmes, se aleja bastante de todo lo anterior.
La música de Mr. Holmes, sin marcar un ritmo propio, se resuelve en la película, cuenta Burwell, «como la arena de un reloj, agotando el tiempo».
Desde el primer tema, «Mr. Holmes», el caso enigmático que el detective trata todo el rato de recuperar de sus atolondrados recuerdos, se sirve musicalmente como un quinteto de cuerda intimista que se acentúa también en otros temas como «Ann’s Plans», «Now We Can’t Leave», «Two Such Souls» y, finalmente, en «An Incomprehensible Emptiness».
Un dato curioso es que Condon introduce en el guión un instrumento salido de la mente de Benjamin Franklin que, con toda lógica, Burwell otorga protagonismo en su partitura. Se trata de la armónica de cristal. Se cuenta que en 1757 Benjamin Franklin se encontraba en Europa cuando, en un agasajo, los invitados reverberaron el vértice de sus copas de cristal con el dedo humificado, produciendo un sonido que Franklin consideró «el más dulce que había escuchado nunca»… De vuelta a Estados Unidos construyó un mueble con una colección de platos de cristal y que bautizó como «Armónica», asegurando que su sonoridad, parecida a la de un órgano, «era tal que la voz de los ángeles»…
En 1785 el instrumentista alemán Karl Rollig ejecutó un concierto con la Armónica de Franklin (que se conserva en un museo de Filadelfia) y lo exportó a Europa. Un hipnotista también alemán lo utilizaba en sesiones espiritistas, y el instrumento acabó cautivando incluso la atención de consagrados compositores como Mozart, Beethoven, Donizetti, Richard Strauss o Saint-Saens. La armónica de cristal se deja oír en «The Glass Armonica», «Prickly Ash» o«Always Leaves a Trace».
Por su parte, la exótica flauta japonesa shakuhachi oscurece con su bambú la melancolía de temas como «Holmes in Japan», «I Never Knew Your Father» y «Hiroshima Station».
El tema «Investigating Mr. Holmes» permite a Burwell un sutil tratamiento jazzístico en base a un bajo eléctrico, y «The Other Side of the Wall» concita furtivamente a la armónica de cristal y la flauta shakuhachi.
El tema que cierra el disco y la película, «The Consolation of Fiction», se resuelve como una prolongación elegíaca de toda la partitura de Burwell, muy al estilo de las producciones clásicas de la BBC. Un trabajo muy personal (libre), intimista y a la vez inteligente. |
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