“Por una parte, aunque la música no esté nada mal, tampoco es que se quede en la memoria”. Esta precipitada sentencia sobre la partitura de El recuerdo de Marnie demuestra una común costumbre de cómo juzgar fácilmente una composición por el mero hecho de la fijación o recuerdo que la música ejerce en el espectador tras el visionado de la cinta. Lejos de la realidad, al menos la mía propia, un trabajo como el presente crece desde el inicio al final y forma una estructura tan fuerte que su trabajo no necesita de fijación de notas ninguna para ser sobresaliente.
Composición hermosísima, lírica y bien hecha, aplicación estudiada y, en ningún caso, musicalización de fragmentos que no lo requieran y manchen, sin duda, el conjunto pesimista de la historia.
Discreta y hermosa, la música para El recuerdo de Marnie significa el global de una vida, la de Anna (la protagonista junto a la compleja figura de Marnie), una joven solitaria, antisocial, introvertida, triste, profunda y bellísima… No se trata, como muchísimas veces en las producciones de los estudios Ghibli, de una niña de corta edad. Anna mantiene ya una intensa madurez y la música, reflejo de su inquietud y vitalidad más allá de lo que vive, nunca podría haber sido tan variada ni tener tantos registros como las ya conocidas del genial Joe Hisaishi (aunque, ciertamente, mantiene un tono similar a la magnífica Nausicaä del valle del viento (“When Marnie Was There”).
Muramatsu opta, inteligentemente, por ofrecer al filme un sentido idílico, especialmente romántico y para eso crea una paleta de notas acordes con la vida de la joven, inquieta interiormente, describiendo siempre su mundo interno y dejando las secuencias más mundanas y triviales sin música, aspecto fundamental en la obra y, sin duda, muestra de la calidad de director y compositor.
Takatsugu Muramatsu, músico japonés con trabajos desconocidos y todavía no numerosos, compone la música para el segundo largometraje del director Hiromasa Yonebasahi (Arrietty en el mundo de los diminutos, 2010) en lo que supuso, tras la despedida del inigualable Hayao Miyazaki, un parón temporal de los estudios.
Su emparejamiento con la famosa Inside Out, de Pixar, y el mundo de las emociones podría dar lugar a una interesante comparación de la presente composición con la de Michael Giacchino, dos obras sobresalientes que orientan de forma contraria dos mismos aspectos. No obstante, la profundidad y trascendencia del largometraje japonés y la seriedad y filosofía del compositor nipón tumban drásticamente a la superproducción mencionada si nos ponemos serios (quizá en un vencedor por K.O., ahí dejamos la duda), formamos un buen estudio y cultivamos la trascendencia de ambas obras. Algo difícil, muy complicado tratándose de una de las mejores bandas sonoras que últimamente se han compuesto para animación.
Los detalles en El recuerdo de Marnie son innumerables y, siempre, envueltos en una atmósfera vital triste que los oculta sutilmente para convertirlos, en ese instante, en hermosura. El inicio del filme es prudente, tranquilo y Muramatsu, de pronto, mientras Anna viaja a su nuevo destino preocupada e inquieta y el tren pasa de los campos en sombra al verde intenso por el sol (“Anna’s Journey”) como si de su propia vida se tratara, convierte este instante en una luz tan intensa o más que la del sol que recibe a la joven.
Muchos de los temas, de igual forma, pareciendo una línea inquebrantable de melodía continua, poseen ligeros matices narrativos que sorprenden (“The Girl in the Blue Window”) y que, sin romper con brusquedad el conjunto, enriquecen este ámbito sin tratarlo en demasiados momentos. Habría sido un grave error narrar instantes que vemos, que suceden y que, precisamente, Anna rechaza y odia. Muramatsu, con maestría, vitaliza a la joven mediante tramos ínfimos y elegantes y desecha los más prolongados y sociales (fiestas, conversaciones…), parte de la angustia vital de Anna.
En definitiva, partitura hermosísima, de una calidad y cualidad sobresalientes, aplicación medidísima y una implicación en la historia que deja de lado, en todo momento, la realidad existencial de la protagonista (cediéndola admirablemente al espectador) adentrándose en los pensamientos de un ser humano entrañable, más vitalista que cualquier otro y que consigue vivir mientras muere. Admirable. |
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