Carter Burwell en modo épico |
|
Titanic era una película épica. La fuerza del mar, la ingeniería naval, los escarceos amorosos y el tributo a una gloria antaña se esbozaban perfectamente en las tramas del guión, de forma que la música de Horner discurría por planos muy delimitados. The Finest Hours, aun sirviendo al propósito de una veracidad casi documental, naufraga en su planteamiento fílmico. Todo está correcto, casi exacto, no hay nada dejado al azar; sin embargo, el espectador nunca se ahoga en la historia. De hecho, ni siquiera se moja. La perspectiva es tan distante que uno se olvida de la película a las pocas horas de haberla visionado, con la sensación de que más se perdió en Cuba…
Burwell no falla, teje su trama musical con la profusión y la intensidad que está imprimiendo últimamente a su larga colección de títulos. Aunque esto de hacer bandas como churros (algo que también ocurre con Desplat) resta mucho peso específico a sus discos.
Aquí, sin embargo, el problema de la música no es de Burwell, sino de Frank Sinatra («The Hucklebuck»), Paula Watson («When He Comes Home to Me»), Pete Peterson («I’ll Get You Bye And Bye»), Lester Williams («Hey Jack»), Kate Davis («Vaya Con Dios»), Ernest Bradshaw («Our Love») y The Clancy Brothers & Tommy Makem («Sit Down You’re Rockin’ The Boat»). Todas esas canciones pesan demasiado, empachan, disuelven la tensión necesaria en una película de estas características y torpedean los intentos de Carter Burwell por vestir la trama principal, la del rescate, con el ritmo necesario; un ritmo de acción más cercano a las sagas de Bond o MI que a las epopeyas con héroes de carne y hueso.
Burwell se ciñe a instrucciones muy precisas: La película reproduce con total fidelidad un suceso, un terrible accidente que ocurrió en el Atlántico Norte el 18 de febrero de 1952. La música debe ser la de entonces (nada de recursos digitales). El compositor se sirve de una orquesta al uso y acomete la banda sonora con calculada humildad, casi timidez.
Trata con sucinta maestría de imprimir emoción y ritmo en las escenas de acción a base de percusiones, metales y cuerdas debatiéndose al más puro estilo de Alfred Newman. Piezas como «Pendleton Jump» y «Bucket Line» retrotraen a la partitura de Hail Caesar!, también con impuesta vocación ad hoc.
Burwell se hace acompañar también de Phil Klein, un arreglista muy ducho en secuencias de ataque orquestal, y consigue el efecto deseado. Las escenas de estricto rescate por parte de los guardacostas, desafiando todo lo desafiable, son lo mejor de la película y la banda sonora.
El montaje musical final, obra de Jon Mooney, tal vez quede como el logro mayor de este empeño al que Burwell dedicó apenas un mes, pese a que en fase de posproducción se emplearon muchas más horas. Phil Klein, a sabiendas de que Burwell ha estado este año más liado que la pata de un romano, se prestó el pasado otoño a «trabajar» la banda sonora en continuo contacto telefónico con el acreditado compositor. Burwell trataba de evitar los clichés melocinematográficos típicos de las escenas de acción, pero vio que esas escenas quedaban reducidas a poca cosa y pidió a Mitchell Leib (de Disney) que le dejara explotar mejor la emoción del rescate con ráfagas orquestales («Crossing the Bar» y «Rescue») que en principio se habían descolgado de la banda sonora original.
La discreta pieza «Meeting Miriam», en la que chico-conoce-chica, confunde acerca del sentido y la naturaleza de la historia. «It’s Starting To Snow» se adentra más en esta confusión; pero cuando todo hace la pinta de dibujar un remake de Qué bello es vivir, «Split» presagia algo grave sucediendo a una distancia insondable de la costa, en medio de una tempestad.
Viento, lluvia, nieve y olas gigantes van excitando a la orquesta en «Lost Our Lights» y lo peor se anuncia por llegar… La música actúa como un radar y anuncia la presencia de algo terrible y muy difícil que va a requerir inusuales dosis de heroismo. Definitivamente, en «Crossing the Bar», «Pendleton Push» y «Rescue» la música de Burwell se adueña invisiblemente de la pantalla y agarra al espectador por el pescuezo…
Misión cumplida. Burwell regala una suite larga de recapitulación: «Safe Harbour». La Disney despacha por último el disco en su edición digital con una atractiva canción-tema, «Haul Away Joe», a cargo de Steve Garrigan (vocalista), Mark Prendergast (guitarra), Jason Boland (bajo) y Vinny May (batería), un grupo de estudiantes que han formado el grupo Kodaline y se disponen, con la bendición de Disney, a iniciar una gira este verano por Europa y América con álbum nuevo en su haber particular.
|
No hay comentarios