Toda una historia en una sola nota |
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He tenido la ocasión de charlar hace pocos meses con Pascal sobre sus inquietudes, formas de ver el arte y maneras en el tratamiento de una partitura inmensa que creó hace muchos años: El sol del membrillo (1992), película de un genio en la dirección como Víctor Erice y de las mejores de la historia del cine español.
Que un joven, en sus inicios dentro de la música del séptimo arte, fabricara una filosofía musical tan intensa para aquella obra y para un director tan extraordinario es garantía suficiente, incuestionable y atractivísima para certificarla en todos sus proyectos.
El olivo camina por derroteros distintos, lejos de la etérea concepción existencial del filme sobre Antonio López y su cuadro y más cercano a la vida misma. Una obra, dual pura, que basa su fuerza en la estructura de aplicación a la pantalla, su dramatismos sutiles y los pequeños e inteligentes detalles que nos va mostrando a lo largo de toda la historia.
La música para El olivo se mueve en dos temas principales, como lo hace la historia, entre dos personajes bien marcados (el abuelo y la nieta) o entre dos lugares ciertamente diferenciados (España y Alemania); entre dos personalidades opuestas (la pasividad del anciano y la virulencia de la joven) o dos situaciones antagónicas (la ilusión y la ternura al lado del abuelo y la energía y desbocada obsesión en busca del árbol).
En fin, la estructura de aplicación de la banda sonora está inteligentemente cuidada para dar forma, e incluso fijarla, a la de la historia en sí. El tema principal (“Parte 1”), que ya aparece con presencia desde el inicio, tiene varios significados claros, siempre escuchándose cuando Alma aparece en los primeros minutos para, finalizando la introducción, sonando con la figura del abuelo en pantalla, evidente referencia a la relación dual que se va a establecer en el filme, atando un fuerte nudo inicial para dejarnos claro quién va a marcar la historia.
Nos encontramos ante el fragmento más cercano al tono desenfadado del argumento y, sin duda, guía absoluta del viaje que Alma emprenderá, minimalista, aeróbico y en absoluto expresivo sino, acertadamente, evolutivo en sentimientos. Habría sido un error mayúsculo otorgar a esta parte unas subidas y bajadas de intensidad cuando, precisamente, se erige como el término medio de las personalidades de sus dos protagonistas. No nos basta, en la música de cine de hoy en día con escuchar y pensar; debemos escuchar, pensar y rastrear (incluso herir) los sentidos y las aplicaciones de las partituras en el interior de cada película.
El segundo de los temas (“Parte 4”) es tan sencillo como acertado, expresivo (ahora sí) y logradísimo. El artista consigue dar a su intención una globalidad de fuerza pasmosa: una sola nota mantenida de la sección grave de la orquesta contiene más historia en sí misma que minutos y minutos del propio argumento en pantalla. Es asombroso cómo puede llegarse a formar un sentimiento, una imagen, un recuerdo y un “todo” mediante una sola nota (“Parte 4”, a partir del 0:35); realmente, de los detalles más impactantes y, al tiempo, humildes y escondidos que un estudioso de la música de cine puede encontrar en una partitura en los últimos años.
A mi parecer, siempre personal (evidentemente), este fragmento, igualmente variado a lo largo del filme, resulta la parte más importante de la música, los minutos más intensos y una de las claves para entender el sentido global y el sentimiento total de la presente obra de la directora Iciar Bollain. Su atmósfera pausada, incluso ligeramente sintetizada, nos traslada al recuerdo, siempre a la figura romántica del anciano y al amor incondicional de Alma hacia él. Su escucha a lo largo de la película se torna una delicia, simplemente brotar la nota única inicial provoca estados hipnóticos y alusiones instantáneas a la unión delicada y tierna entre el anciano y su tierra: su árbol.
La edición en CD tiene un cuidado muy bien terminado, con 23:02 de música de El olivo, 28:17 correspondientes a Katmandú, un espejo en el cielo, 2:39 de En tierra extraña y 20:13 de Flores de otro mundo, todas ellas colaboraciones entre directora y músico.
En definitiva, una banda sonora en cuya estructural aplicación radica todo su encanto, bien trabajada, minimalista y con la calidad notable que siempre alcanza su compositor, Pascal Gaigne. |
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