Serena, meditada e inteligente |
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Nos encontramos ante una obra mayúscula, entre las mejores del compositor y ejemplo de cómo una partitura puede controlar, a su antojo, los vaivenes sentimentales de manera absoluta y dejando muy atrás cualquier otro aspecto que pudiera influir en ellos. Nunca un director consigue una impresión pura de su contenido a no ser que la música no fluya. Más aún, cuando el binomio director-músico está tan consolidado como el presente y Almodóvar confía de manera total en Iglesias, este tiene la libertad de caminar por donde él quiera, precise y desee y con la que, con total seguridad, saldrá victorioso.
Este es el caso de Julieta, una composición con tres sectores que lo llenan todo: los vientos (trompeta sorda y flauta), la percusión jazzística y las cuerdas percutidas. Tres aplicaciones tan potentes que, solas, podrían argumentar la historia completa y que, por momentos, llegan a fusionarse admirablemente (“Tren de invierno, 1985”).
En Julieta, Alberto Iglesias desprende una calidad narrativa inigualable. Con un sonido herrmanniano muy transformado a su propio estilo sin que nunca lo lleguemos a tildar de similitud sino, sin duda, de cercanía (“Ava en el hospital”), Iglesias cuenta una atmósfera oscura al tiempo que tranquila y transforma unas imágenes no demasiado lóbregas en auténtica sensación de eclipse artístico.
En conclusión, partitura que se sitúa en la cima de las más grandes del artista y, con merecimiento, debería ser una de las candidatas a los mejores premios del año. Serena, meditada e inteligente: sobresaliente trabajo.
LO MEJOR: La templanza y serenidad con la que un artista es capaz de abordar una obra completa con su música, paciente y, al tiempo, devastadora.
LO PEOR: Que la atmósfera y fotografía del filme no estén acorde a la ambientación de la obra. No obstante, contraste ciertamente interesante.
EL MOMENTO: “En el mismo lugar II”, compendio de todo el sentido y estructura de la partitura.
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