Sorprendente inicio del anciano dios de la música moderna. Sorprendente digo porque, siendo en él algo habitual, este matiz solamente se mantiene en los genios, pocos en toda la historia de la música. La facilidad con la que su batuta maneja el contenido de la pantalla es asombrosa. El salto delicado, suave y latente de fotogramas que varían en sentimiento es un comienzo que ya no desaparecerá en calidad y siempre se ejecutará con una perfección increíble. Sin resultar de sus mejores aplicaciones, The BFG no desmerece a ninguna de ellas. ¡Los primeros minutos son terroríficamente variables y admirablemente dinámicos! Absolutamente leeríamos un cuento escuchando la música. Los detalles, que proporcionan esta magia, son numerosísimos y van desde la aparición de los graves en cuerdas cuando surge el gigante por vez primera hasta los registros más “puntiagudos”, breves y pulsados referidos a los devenires de la niña, pasando, con maestría, por su unión cuando la muchacha intenta escapar por vez primera de la guarida del gigante, donde Williams une astutamente registros agudos del viento con los graves del contrabajo (niña y “monstruo”).
The BFG junta nociones, atmósferas y conclusiones de partitura de varias de las últimas obras del artista: Tintin (“Sophie’s Nightmare”), War Horse (“Sophie’s Dream”), Harry Potter (“To Giant Country”); no obstante, la calidad de la presente composición adquiere individualidad propia con las melodías inyectadas por Williams, unos fragmentos con fuerza y matices intermedios entre la comicidad, el misterio y el terror: “Sophie’s Nightmare” (segundo 47), el tema principal de la obra y que representa el lado oscuro y negativo de la historia y, cómo no, la fuerza sobresaliente de sus piezas activas, paradigma de la “violencia compositiva” y que, con gran mérito, introduce en una obra de las características de la presente (“The Queen’s Dream” o “Sophie’s Nightmare”, en sus inicios).
La parte central de la historia no resulta nada sencilla para espectador y oyente. El director, Steven Spielberg, opta por dar un giro ciertamente brusco hacia la pausa cinematográfica, sorprendiendo tal vez debido a la dinámica posible que se le supone al filme. Williams también debe parar: ejerce un complejo trabajo, notable sin duda, aunque ligeramente afectado por la continua atmósfera de la aventura, seguramente más fortalecida si los silencios hubieran mantenido las secuencias y aplacado la actuación de la música. Beneficio que habría endulzado tanto a composición como al propio argumento. Una zona del filme que hunde ligeramente la estructura global de la partitura y que, no obstante, la orienta hacia una especie de concierto virtuoso para viento en el que el compositor genera una cascada de habilidad compositiva para los instrumentos de esta sección que hace disfrutar al melómano más exigente.
La parte anterior al desenlace golpea de manera incuestionable a los seguidores del genio de la música actual. Particularmente, quien esto escribe lleva años deseando que algún director sea inteligente y artísticamente atrevido y deseche los temas clásicos conocidos por otros del mismo tinte pero originales, sin duda una osadía que, con artistas como John Williams, pararía en buen puerto. Muestras tenemos de la grandeza de esta “gente” para compartir con nosotros en la actualidad piezas modernas de carácter clásico o barroco: The 3 Worlds of Gulliver, del gran Bernard Herrmann.
El desenlace de la cinta mantiene el nivel de las piezas activas en una narración de lo que ocurre realmente inalcanzable por nadie en la actualidad (“Giants Netted”) en combinación con la parte sentimental de altísimo nivel siempre (“Finale”). En definitiva, otra maravillosa pieza fílmica de un genio que nunca baja del primer puesto entre los compositores actuales. |
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