Paul Cézanne y Émile Zola, dos enormes figuras del arte y la literatura universal, se conocieron de niños cuando iban juntos a la escuela de Aix-en-Provence y mantuvieron una gran amistad, aunque con altibajos, a lo largo de la mayor parte de su vida.
Esa amistad es lo que ha querido retratar la directora Danièle Thompson en Cézanne et moi, un recorrido no lineal de la relación del pintor y el escritor a lo largo de años y años, narrada desde la mirada de Zola, con guion de la propia directora, a modo de biopic a la europea muy basado en los aspectos más emocionales y donde el paisaje y la luz del sur de Francia desempeñan un papel poético tan esencial como los propios diálogos.
Para dar un empaque emocional más profundo tenemos la música de Éric Neveux, quien, pese a no tener formación como compositor desde un punto de vista estricto, cuenta ya con varias docenas de títulos en su trayectoria cinematográfica. Neveux no fue a ningún conservatorio, sino que aprendió a tocar el piano en una escuela de barrio, y reconoce que no ha estudiado armonía ni composición, motivo por el cual se ve obligado a confiar en el trabajo de orquestadores, como James MacWilliam en el caso de la banda sonora que nos ocupa. Él se considera un pianista que se inició en la música cantando en un coro infantil con el que recorrió medio mundo. En cualquier caso, muchas veces el talento y la sensibilidad suplen con creces las formalidades, y Neveux ha demostrado más de una vez que no le falta ni lo uno ni lo otro.
La directora, que anteriormente había trabajado con compositores como Nicola Piovani, Éric Serra o Stephen Warbeck, confió la banda sonora en primer lugar a Vangelis, pero este abandonó el proyecto debido a otros compromisos con la NASA y la Agencia Espacial Europea, y fue sustituido finalmente por Neveux.
Danièle Thompson explica en una entrevista que no quería una música de época, sino una música que estuviera muy ligada a los sentimientos, que no fuera una música exterior o contemplativa, sino emocional y que apareciera únicamente en momentos muy precisos del film. De ahí la brevedad de la edición discográfica, de poco más de media hora, que ya es mucho si tenemos en cuenta que varios de los cortes del disco no se escuchan en pantalla.
Neveux captó a la perfección las instrucciones de la directora y se marcó una de las partituras más elegantes y emotivas del pasado año, un score que han sabido apreciar muy bien los aficionados a esto de la música de cine. Asumiendo que una de sus funciones es expresar aquello que las imágenes y las palabras no consiguen transmitir, esta banda sonora representa una genuina lección magistral.
Hay que apuntar que en el film se incluye un tema que procede de la banda sonora de The Danish Girl, de Alexandre Desplat, para una escena en que varios amigos pintores pasan una jornada campestre en compañía de sus mujeres y amantes. Se trata de “Roses of Picardy”, una canción tradicional que Desplat arregló con trompeta, bajo, saxo y otros instrumentos para el mencionado score y que estilísticamente es muy distinta del resto de la obra.
Pero volviendo al trabajo original de Neveux, su instrumento, el piano, ejerce un rol central, pero también la guitarra y, en ocasiones, la flauta, el violín o el chelo solistas. “Cézanne et moi – Ouverture” ya nos presenta el tema principal de la banda sonora, ejecutado por el piano y repetido a lo largo de la pieza de forma delicada y con intensidad creciente mientras vemos los títulos de la película y una serie de objetos cotidianos que enmarcan el arte, la literatura y los elementos tradicionales de Provenza, desde una paleta de pintor a un tintero, pasando por una hogaza de pan o un salchichón. Se puede describir como un tema plácido, bucólico, que describe un entorno tranquilo e introspectivo.
El tema principal reaparece varias veces, como ocurre en el segundo corte, “Souvenirs de l’enfance”, acompañando un flashback de Paul y Émile de niños en el pueblo donde se criaron, jugando en el bosque, cazando y bañándose en el río. También aquí la música expresa un sentimiento optimista y alegre. Otras piezas que contienen el tema principal son, por ejemplo, “Retrouvailles” –interpretado con dos guitarras, aunque no utilizado en la película- y “Paul s’en va”.
Otro tema que utiliza un par de veces Neveux es el que suena con piano y chelo pasado medio minuto de “Émile et Gabrielle”, una pieza romántica que escuchamos cuando Zola tiene la primera visión, a través de una ventana, de Alexandrine, que acabaría siendo su esposa –y que se hacía llamar Gabrielle cuando era soltera a pesar de que Alexandrine era su verdadero nombre. La pieza completa suena bastante más avanzado el film, en una escena en que Zola ve a su amigo Cézanne pintar a su criada Jeanne mientras lava en el río. La intención es también de carácter romántico, puesto que Zola acabó casándose con ella más adelante.
Las piezas de tipo bucólico y cargadas de buen rollo, como “Ballade des deux amis”, se entremezclan con otras donde la carga dramática tiene mucho más peso, adagios en los que Neveux se desenvuelve de forma fantástica y que retratan los momentos más duros de la vida de los protagonistas. Es el caso de “La lettre d’Émile”, con la voz en off de Zola mientras lee una carta que resulta ser toda una oda a la amistad.
“La souffrance de Paul” es otra pieza hermosa, pero cargada de tristeza y asociada a la ausencia de éxito que persiguió a Cézanne durante toda su vida. Como en tantos y tantos casos, el verdadero valor de su obra no se apreció hasta después de su muerte. Por el contrario, Zola si que alcanzó el éxito y la fama. El mismo tono oscuro y depresivo es el que escuchamos en “La fin d’une amitié”, que recoge las consecuencias de la discusión final que separó a los dos amigos.
Y la idea persiste en parte en “Paul s’en va”, tema final de la película que enlaza con los créditos finales. A lo largo de los seis minutos y medio vemos a Cézanne pintando en el campo cuando es avisado de que Zola ha vuelto a Aix-en-Provence. Cézanne se mezcla con la gente que contempla al escritor hablando con el alcalde y escucha cómo el que fuera su gran amigo lo desprecia sin saber que está presente. El pintor abandona la escena y se marcha al bosque, al campo del sur de Francia que tantas veces plasmó en sus óleos, hasta que aparecen los crédito. La primera parte de la pieza es lenta y triste. Después suena el vals que habíamos escuchado en “La lettre d’Émile”, también con un carácter muy evocador. Va subiendo de intensidad y emoción hasta que finalmente enlaza con el tema principal, lento y dramático, con una fuerte carga emotiva que rinde homenaje al pintor de quien Picasso dijo que fue “el padre de todos nosotros”. |
No hay comentarios