Gaigne y su música siempre por encima de sus películas |
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La ductilidad de Pascal Gaigne en todas sus obras es realmente admirable. Nos encontramos ante una composición cuidadísima, de gran estructura y estudio por parte del músico, como suele acostumbrarnos, dentro de una película con crítica algo tibia en nuestro país y una respuesta de público casi ausente pero que, como nos comentó Pascal, “le encantan las cosas delicadas, sensibles, humanas y generosas que llegan al corazón y El faro de las orcas lo es”.
La habilidad artística de su inicio es notabilísima guardando detalles, en consonancia con el director, que al estudioso llegan a conmover de manera innegable: la fuerza del tema principal (“El faro de las orcas”), que Gaigne emplea por vez primera cuando el protagonista se acerca al mar y se encuentra con la bestia marina, es de tal magnitud que su belleza pareciere iniciar la partitura en ese preciso instante (en palabras del autor: “Es el primer tema que compuse al ver el montaje, casi al instante”). Su hermosura melódica no se inyecta en el espectador de manera gratuita o por sí sola, Pascal ha presentado su música inteligentemente bajo patrones de notas neutras en clara espera ante la llegada luminosa del motivo principal. Las notas de este brotan en una secuencia múltiple que se inicia con la figura del hombre, pasa por la mirada melancólica de la mujer y terminan en el momento natural comentado con el animal. Una estructura formal en la que la música une, ata literalmente, las tres vidas que nos vamos a encontrar en el filme, todas ellas sentimentales, una de ellas por no poder adentrarse en el mar, otra (la del niño) frenada en su deseo de contactar con el hombre y su mundo, y una tercera, la madre, angustiada por no curar a su hijo. Tres “no” que Gaigne enfatiza hacia el ámbito del romanticismo vital. Extraordinario inicio.
Los detalles compositivos y de aplicación de la obra aparecen de manera constante. La transposición de figuras en la música de cine, orientado esto hacia lo que el espectador percibe, es fundamental: la orquesta (sin ningún adorno sintetizado, libre, natural como el agua del mar que baña a las orcas y en clara representación de su global como espejo de la Naturaleza que en el filme brota por todos lados, tanto la humana como la marina, tanto la sentimental como la vida misma…) inicia un ritmo medio activo significando la llegada del ataque de las bestias a los leones marinos (“¡¡¡Atacan!!!”). La base que emplea el artista con los violines es uno de los apoyos mostrados ya en fragmentos anteriores; no obstante, la pieza elabora la percepción y el sentimiento del niño autista, en absoluto refleja la violenta situación natural entre los animales y sí la angustia interior del pequeño cuyo mundo propio se ve zarandeado por una situación exterior. Fijémonos aquí en el contraste entre esta pieza y el resto cuando nos referimos a los ambientes de la historia y, sobre todo, al del niño: la música se mueve tranquila y pausada siempre alrededor de una nota mantenida que Gaigne no cambia durante, incluso, minutos en algunos de los temas (así es la vida de los protagonistas, lineal, melancólica e invariable en conjunto; proyectada vida hacia un futuro incierto).
La historia avanza con su banda sonora en pleno trabajo. No es fácil encontrar, hoy día, compositores que, basando su obra en la imagen, no sucumban al pozo profundo que supone la parte central de la obra en la que, irremediablemente, la mayor parte de las veces la composición frena, decrece o no aporta nada. Gaigne sorprende y siempre desde el lado sutil, prudente y elegante de la música: el primer encuentro del niño con la orca, donde muestra su alegría moviendo los dedos de sus manos, en absoluto es tratado de forma excesiva y sentimental. Muy fácil habría sido tocar las emociones del espectador aplicando la belleza del tema principal en los instantes concretos del contacto; no obstante, “Primer contacto” se establece en el detalle comentado de la nota mantenida de fondo y sugiere ese primer encuentro pero con una cautela tan exquisita como la que se ha de tener con un niño autista y su evolución. Magnífico ejemplo de seriedad a la hora de “musicar” una escena tentadora.
Gaigne emplea sonidos y estructuras del folclore argentino (de hecho, en el filme suena y está presente el gran Astor Piazzolla), lugar donde se desarrolla la historia. El bandoneón está milimétricamente insertado en una intención sencilla y práctica. El tono lineal (como ya hemos apuntado) y repetitivo de ciertos esquemas es un estudio más de la obra en su vertiente de aplicación que algunos confunden con la repetición sin más. Evidentemente nos encontramos delante de la fabricación de una idea existencial del niño cuya vida, cuyos actos y cuya vitalidad no son, precisamente, activos, de ahí el matiz lento, minimalista en estructura y cauto de una composición ejemplar que necesita de un estudio detallado y atento para no caer en triviales críticas a un trabajo muy notable.
La parte final introduce ligeras variaciones. La evolución de la historia avanza, la situación de los protagonistas va cambiando (siempre de forma sutil) y los temas, que mantienen el tono intimista siempre, son detallados con estos matices (“Las orcas son mi vida”). Un desenlace medido, mirado y hermoso y la parte última del filme y de la edición en CD que hacen la delicia romántica de cualquier seguidor del autor, de la música de cine y de las condiciones elevadas de una obra. La ligera variación introducida en la melodía principal mediante la presencia arrolladoramente delicada del chelo es el colofón drástico al cambio que se genera en el niño. Fijémonos qué delicia de matiz para reflejar una situación potente y de gran fuerza e importancia en la historia y que termina por otorgar a la música de Pascal Gaigne la situación absoluta de unos sentimientos infantiles y adultos que se entrelazan y juntan formando el conglomerado global que la partitura ata. Maravillosa obra.
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