La música perfecta para el western perfecto |
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Cuando Sergio Leone se había encumbrado en el ‘Spaghetti Western’ con su trilogía del dólar, tenía en mente cambiar de tercio y embarcarse en el que sería su proyecto estrella: Once Upon a Time in America. Sin embargo, visto el enorme éxito que había obtenido en el género, Paramount le encargó una nueva película del oeste. Leone, reticente en un principio, pues ya se veía rodando entre gangsters, terminó cediendo y aparcó su proyecto cumbre para sumergirse de nuevo en el western. Fue así como nos regaló la que sería su obra más elaborada en este género: Once Upon a Time in the West. La película se estrenó en 1968 y tiene como protagonistas principales a Henry Fonda (Frank), Charles Bronson (Armónica), Jason Robards (Cheyenne), Claudia Cardinale (Jill) y Gabriele Ferzetti (Morton).
Además de Sergio Leone, en el guion estuvieron implicados Bernardo Bertolucci, Dario Argento y Sergio Donatti. Ahí es nada.
No falta nada en este western. Hay forajidos malvados, inocentes que sufren las maldades de esos forajidos, caciques aprovechados, duelos al sol, venganzas, una mujer hermosa, desierto, polvo, calor, largos viajes, hombres con precio puesto a su cabeza, ferrocarril… Sin embargo, a pesar de ser un guion con todos los tópicos del western, la película no está contada como ninguna otra del género. La historia se nos ofrece sin prisas, en pequeñas dosis, ofreciendo píldoras de información que guían al espectador para que ate cabos y descifre la trama poco a poco.
Con una fotografía rompedora, Leone destrozó clichés existentes hasta la fecha introduciendo planos innovadores. Tiros largos, contrapicados, planos con la cámara a ras del suelo, primeros planos, y primerísimos primeros planos que otorgaron a esta película una exposición visual nunca vista hasta su estreno.
Haciendo mención a las bondades del guion y a los méritos de la fotografía, estando en BSOSpirit no podemos dejar de lado la narrativa musical.
Como suele ocurrir en las películas de Leone, la música cobra una importancia fundamental en el desarrollo de la historia. Tanto es así que se convierte en un personaje más. De ella se encargó el incombustible maestro Ennio Morricone.
Aunque no lo parezca durante el visionado de la cinta, Sergio Leone encargó la música al maestro italiano antes del rodaje de la película, participando activamente durante la composición y dando bosquejos de lo que quería para su historia. Aun así, viendo el film podemos observar que muchas secuencias importantes están perfectamente sincronizadas con los temas musicales que las acompañan, lo que nos lleva a deducir que Leone adaptó el montaje a los temas compuestos por Morricone.
Un claro ejemplo de esto es la llegada de Jill (Claudia Cardinale) a la estación de tren. Aunque al bajarse del tren suena “Bad Orchestra”, un tema que parece más para una película cómica que para otra cosa, en el momento en que Jill mira el reloj de la estación y descubre que nadie la está esperando, comenzamos a escuchar el tema “Once Upon a Time in the West”.
Las grandes novelas, las grandes historias, suelen comenzar con una primera frase esencial, atrayente, introductoria, esperanzadora, que anima al lector a seguir leyendo. Algo así sucede con este tema. Cuando suenan los primeros acordes, el oyente queda atrapado y expectante, sabedor de que algo grande viene después. La melodía dulce y melancólica entonada por la soprano Edda Del’Orso narra perfectamente la llegada de Jill a un lugar en el que espera una vida mejor. Una bella dama que proviene de un mundo difícil, que arriba a un lugar no menos complicado, pero con el sueño de una mejoría vital. Ella se adentra en el edificio de la estación, lo atraviesa y sale por el otro lado. Mientras, la cámara se eleva hasta el tejado para abrir el plano y dejar ver el bullicio de una ciudad en construcción y crecimiento, a la que Jill llega con la intención de hacerse un hueco. El montaje de esta secuencia de la película está milimétricamente adaptado a la partitura.
Si la obra de Morricone nos narra e ilustra situaciones, también nos describe personajes. De hecho, en la versión extendida hay un tema para cada uno de los principales. Charles Bronson es “Armónica”. Alguien poco hablador que busca venganza y que no camina por estos lares para hacer amigos, aunque tampoco quiere más enemigos de la cuenta. Viaja con una obsesión. Tiene un claro objetivo y no ceja en su búsqueda hasta conseguirlo. Cada vez que entra en escena suena una armónica de la que salen notas extrañas, casi desagradables, pero premonitorias, como un buitre volando pacientemente en círculos, a la espera de carroña.
Del mismo modo, en cada aparición del villano Frank (Henry Fonda), o de sus hombres, suenan los acordes de “The Man”, con más o menos orquestación, pero con las mismas notas que sirven de base identificatoria del personaje. Una pena que Henry Fonda no nos regalase más personajes así. ¡Qué magnífico villano!
Jason Robards interpreta magistralmente a Cheyenne, un forajido huido de la justicia y de prisión, cuya vida no es, precisamente, un ejemplo a seguir. Cheyenne cabalga por la vida siendo una paradoja andante, ya que se nos presenta como un ladrón honesto, un delincuente amable, un “bala perdida” con ciertos principios; un asesino con motivos. Tanto es así, que Leone nos lleva al huerto con este personaje y consigue que nos caiga simpático. Así es, exactamente, el tema que Morricone compuso para que el espectador se despidiera de Cheyenne. “Farewell to Cheyenne” es el trote lento y machacón de un caballo, la melodía pegadiza y pausada de un silbido, que nos describen a un personaje que camina por el viejo Oeste sobreviviendo como puede, como le dejan. Un tema melancólico, pegadizo y cautivador que dice adiós a alguien que no es bueno, pero que no es, ni mucho menos, el malo de la película.
Si tengo que destacar algo por encima de todo debe ser, sin lugar a dudas, el duelo final.
Se trata de una secuencia de unos once minutos, en la que dos hombres, Frank y Armónica, se disponen a batirse en un duelo al sol, dentro de un corral de piedras que forman un círculo. Los dos hombres caminan despacio, como gladiadores, envueltos en una tensa calma. Se observan, se estudian, se temen. Se funden las músicas de los dos personajes y Sergio Leone nos da una lección de cine. Aquí hay todo tipo de planos; todo tipo de encuadres. Once minutos en los que no pasa nada, pero pasa todo. Ésta podría ser, sin lugar a dudas, la secuencia más tediosa y soporífera de la historia del cine, pero nada más lejos. El espectador teme parpadear, por si se pierde algo importante. Aquí, la simbiosis entre música e imágenes es tal que casi resulta difícil discernir entre una y las otras. Luego todo se para. Se hace el silencio y únicamente podemos oír el viento. Ya sólo puede ocurrir una cosa y, de hecho, ocurre. Se desvela un misterio que nos tiene intrigados durante toda la película y se cierra el círculo. Dan ganas de aplaudir.
Es ésta, en fin, una banda sonora magistral. Una obra en la que conviven instrumentos anacrónicos en perfecta armonía y sin ningún complejo. Tanto da que suene un banjo, una trompa o una guitarra eléctrica. Todo encaja y funciona, como en una máquina perfectamente engrasada. Una obra maestra, con más de diez millones de copias vendidas en todo el mundo.
Ennio Morricone consiguió crear la música perfecta para el western perfecto.
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Me gustaría saber porqué muere Cheyenne, o sea quién lo mató.