Melodías románticas con olor a libro añejo |
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Hay películas que no pueden remediar el estar cargadas, desde su origen, con toda una serie de clichés y elementos tópicos. Eso no es óbice para que el resultado final pueda ser muy bueno. Que los elementos técnicos encuentren inspiración en dichos clichés y se obtenga un resultado final al menos interesante o atractivo para los aficionados y los espectadores. Esto es algo que pudiera haber sido lo que ocurriera con la nueva película de Isabel Coixet: La librería. Sin embargo, el resultado han sido críticas muy dispares. Desde los que la encuentran un divertimento clásico encantador a los que se han aburrido como ostras. Algo que me hace pensar que es la típica película de Isabel Coixet. Si entras en su historia y desarrollo, te entretendrá. Si no lo consigues, es mejor que uno no se acerque a ella.
Un elemento que no suele defraudar es la habitual y excelente factura técnica que tienen sus películas. Algo que aquí es un elemento destacado por todos. Y dentro de esa factura técnica, la música no termina de ser uno de esos elementos técnicos destacados. Mucho tiene que ver que en sus últimas nueve películas haya contado con ocho compositores diferentes. A pesar de que algunos de esos nombres son de prestigio (Alberto Iglesias, Michael Price), la verdad es que no parece tener una coherencia musical en ese sentido. El único que parece ser, en cierta medida, un fijo en su carrera es el compositor español Alfonso de Vilallonga, con quien vuelve a contar para esta película.
Volviendo al tema de los tópicos que comentaba al inicio, la película adapta una reconocida novela de Penelope Fitzgerald, que narra una de esas clásicas batallas de un soñador contra el entorno que no le quiere dejar ser como es. En este caso el de una mujer, en la Inglaterra rural de 1959, que decide abrir una librería en un pequeño pueblo creando una pequeña “revolución mental” en la población. Algo que la traerá una cierta sensación de estar haciendo por fin algo de valor para la gente. Pero también el enfrentamiento contra lo establecido y el poder. Una historia que aporta mucho simbolismo, para reflejar maneras de actuar y pensar que están muy de boga en la actualidad, en un entorno muy diferente.
El marco desde luego es propicio para poder crear una interesante partitura, con múltiples posibilidades. Y de entre las mismas Vilallonga decide quedarse con las típicas y con regusto muy de época. Algo que no es malo de por sí, pero que no termina de brillar en la película. aunque los aficionados a la música más clásica y melódica tendrán material suficiente para sentirse interesados. Eso sí, la música tiene un cariz bastante intimista y pequeño. Es evidente que Vilallonga se ha adaptado perfectamente al entorno de la historia y sus protagonistas con su partitura. Aunque la historia tenga claros referentes simbólicos, la música se mantiene fijada a su pequeño marco de referencia que son esa librería y la gente de este pequeño pueblo.
Dentro de ese carácter, en ocasiones la música parece claramente ser interpretada por una pequeña orquesta de cámara. Eso cuando no remite directamente a solos o un cuarteto de cuerda. Los momentos más expansivos, por decirlo de alguna manera, son aquellos que nos proporcionan los momentos más claramente jazzísticos de la partitura. Principalmente las canciones, compuestas por Vilallonga e interpretadas por ALA.NI (deliciosa interprete británica de jazz negro) que proporcionan un toque de clase y de época a la película, y que nunca se sienten fuera de lugar, a pesar de ser muy diferentes en tono al resto de la partitura. “Feeling Lonely in a Sunday Afternoon” y “Just Take Me in Your Arms” son las piezas principales que aparecen a lo largo de la banda sonora en diversos tempos. En un inicio brillante y melódico, pero tornándose lentas y melancólicas en su tortuoso final. Incluso “Feeling Lonely…” cuenta con una versión instrumental que, durante un breve instante, parece contagiar a la banda sonora. Es la sensación que nos da “My First Costumer” en un primer instante. Con la música tomando un punto vivo y divertido, en la que piano, cuerdas y vientos dibujan una pieza a ritmo de jazz melódico.
Sin embargo, en su parte final “My First Costumer” retoma el sonido más clásico y orquestal, con un punto dramático y melancólico más cercano al tono del resto de la partitura de Vilallonga. Es curioso cómo estas piezas más completas, instrumentalmente hablando, son las que proporcionan el tono más romántico y serio a la partitura. Momentos como “Don’t Like Reading” o “Chinese Tray” son los momentos más evidentes de este tono. Porque inicialmente la música es casi monocromática. Con solo presencia de cuerdas en el comienzo de la partitura con “The Bookshop”, “Dreamy Bookshop”, “Green & Brundish” o “Brundish House”, es como si la música nos dibujase la emoción de un carácter romántico y triste, melancólico. Pero que poco a poco, mientras su sueño va tomando forma, comienza a sentirse más completo y lleno. De la misma manera que lo hace la música.
Eso no le quita que en ciertos momentos tenga un tono triste y dramático, especialmente en la relación con el huraño Brundish, que sirve de detonante y apoyo a los sueños de la protagonista. En dichas piezas, especialmente cuando el sólo piano hace su aparición, es cuando la música se torna más seria y reflexiva. Momentos como “Walls”, “Lolita” y “No Way of Knowing”, son las piezas en donde se refleja ese otro lado del sueño de la librería. La parte complicada y difícil de ponerlo en marcha, en las que la música trabaja emociones que se mueven entre melancolía y romanticismo, pero siempre sobrecargadas de una cierta tristeza.
Es en la parte final cuando la música claramente nos marca un final que no se intuye completamente feliz. “Muerte Brundish” nos muestra esa evolución con el inicio a sólo piano, sobre el que la orquesta va ganando presencia, pero sin conseguir en ningún momento retornar al tono romántico anterior. La música se va tornando más oscura, especialmente con esas graves notas a piano que van desgranándose como mazazos en la partitura. De ahí, llegamos a “Final Bookshop” en el que cuerdas y orquesta claramente se muestran apesadumbradas. Sólo interrumpidas en su parte final por un brillante solo violín que, aunque igualmente triste y melancólico, tiene un cierto brillo. Si no de esperanza, al menos de no caer rendido totalmente frente a la adversidad.
Realmente la banda sonora, aunque breve, sí que es verdad que tiene ese regusto muy clásico que de seguro interesará a algunos aficionados. Con los momentos más jazzy proporcionando un tono más vital y divertido, sin nunca terminar de cambiar el tono dramático y serio general de la banda sonora. La música de Vilallonga no brilla completamente porque se mueve en un terreno que no le da mucho margen de juego. Y tampoco estamos ante una interpretación que se pudiera llamar original o innovadora. Sigue unas pautas típicas y habituales. Pero que se dejan escuchar sin complejos y sin molestar a nadie. Con ese regusto que dejan los olores y sabores tradicionales. No nos rompe los esquemas, pero no molesta ni incordia en absoluto. Y en un buen día podemos hasta disfrutarlo. |
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