Metáfora satánica de una raza |
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Majestuosa obra del director griego Yorgos Lanthimos, en absoluto recomendable para amantes del cine pasivo y comercial o si, por otro lado considerado, con la esperanza de conocer verdadero arte. Pausada, tensa, atrevida, reflexiva y metódica…
Vayamos al lado musical, punto fílmico que nos interesa. El tratamiento que el director realiza con la música es ejemplar. Ninguna pieza compuesta para la ocasión, Lanthimos opta por un conjunto muy compacto y bien presentado, todo él atado, abrigado e influenciado por la grandeza de dos piezas clásicas, un inicio y un final el primero directo y eficaz y el segundo, sin duda, de una mezcolanza religiosa y satánica devastadora: espectacular. Los temas son el “Stabat Mater, D 383- I. Jesus Christus schwebt am Kreuzel», de Schubert, y “St. John Passion, BWV 245- No. 1, Chorus. Herr, unser Herrscher«, de Bach, ninguno de los autores mencionados en los créditos de la edición discográfica y sí los intérpretes.
Hay en la música de El sacrificio de un ciervo sagrado la unidad precisa, el impacto necesario y el estudio óptimo para otorgar a la historia el matiz deseado por el director, una adjetivación del argumento absoluta y en un primer plano tan rotundo que, por instantes, las notas llegan a ser tratadas intencionadamente con un volumen ensordecedor y que, en segundos concretos, tapan incluso el lenguaje, prueba incuestionable de la trascendencia de la composición de las piezas para la película. De hecho, un detalle importantísimo es el inicio de la locura de la familia ya desde el segundo inicial, cuando las imágenes simplemente relatan los encuentros entre el joven Martin y el padre de la familia. Cómo el director trata estos primeros minutos es de una inteligencia desbordante y consigue, incluso, adaptar movimientos y detalles al sonido o intensidad de la música, teniendo siempre en cuenta que él ha de conseguir su secuencia, ya que los temas no han sido compuestos para la ocasión.
La línea que traza inicialmente, con el tema “Sonata para violín y cello, Rejoice!- IV. And He Returned To His Own Abode”, como director del comienzo intuitivo, es interesantísima. Este fragmento se repite siempre que joven y adulto se ven (elemento embriagador único de los primeros minutos) y como única referencia musical del casi primer cuarto completo del filme. Tras la pieza de Schubert, esta de la compositora Sofia Gubaidulina se convierte en única transmisora de lo que está por llegar. El espectador conoce que nada normal está ocurriendo, que un desenlace extraño vendrá mientras sus ojos presencian escenas que su mente ya olvida, gracias a la transposición musical que nos lleva hasta las futuras. Espléndido.
Existe en la obra, igualmente en la musical, una estructura dual muy marcada: el lado sacro y clásico de las dos piezas mencionadas y el adjetivo contemporáneo y experimental del resto de la composición. La abstracción, etérea concepción y misticismo del lado clásico y, por otro, la realidad, la descripción y la angustia vital del contemporáneo. Este, a su vez, se viste de negro y blanco en un topetazo de contrarios que, al tiempo, se complementan para formar un todo: el tránsito al futuro de la parte inicial y el apoyo ya a la realidad angustiosa que se nos muestra en la parte central y final del filme. En fin, una combinación de estructuras formales que, de hecho, actúan sobresalientemente como si de una partitura escrita original se tratara.
Aderezada la historia con tres o cuatro temas puntuales que sólo sirven para matizar instantes y que, en la escucha aislada del CD, bien podrían haber desaparecido a la más mínima intención de contemplarlos oficialmente, el argumento se asienta en tres motivos principales. El primero, ya comentado (“Sonata para violín y cello, Rejoice!- IV. And He Returned To His Own Abode”, de Gubaidulina), ha mantenido una evolución intensa y estudiada en los minutos nacientes. El segundo, “Et Exspecto- I. Movement”, también de Gubaidulina, da un paso más en contundencia y gira determinados momentos hacia el “golpe”, el nerviosismo y la adherencia a la imagen (que no tuvo el primero).
La habilidad musical de Lanthimos se muestra: la estructura compositiva del filme ha quedado sellada. ¿Cómo?: escuchamos prácticamente una hora de historia bajo la batuta de las piezas de la compositora rusa. Un detalle: Gubaidulina es conocida por la profundidad religiosa de sus obras y el matiz trascendental de sus composiciones, lo cual nos lleva a crear un lazo más en la forma estudiada de la música en la presente película: demostrado queda el sentido religioso del tema inicial y final. Y con la elección de la artista rusa, igualmente la parte central de las notas más contemporáneas. Un todo que adquiere el sentido profundo de un significado que el espectador, a medida que avance la historia, irá creando alrededor de sus propias creencias y especulaciones. Absolutamente una película personal, individual y subjetiva.
Lanthimos desarrolla la parte más dramática con el tema de Gubaidulina “De Profundis”. Un drástico movimiento en la historia que nos lleva hasta el problema de la familia. Hasta ahora, la música describía y profundizaba en la relación del joven Martin y el médico. Siempre se escuchaba en sus encuentros o relaciones. El director, astuto, mueve el argumento para con la desgracia familiar al tiempo que lo hace con este fragmento histriónico, ahogante y mortífero. Ha llegado el desenlace.
La evolución de la música y la historia van a la par. Si bien, al inicio, aquélla residía en el corazón del espectador y ésta se mantenía lineal, avanzando los minutos ambas fusionan sus caminos y adquieren un paralelismo absoluto, consiguiendo tensionar al espectador con toques inteligentes en pantalla y en partitura. Lanthimos acude a un par o tres más de fragmentos de contemporánea, una vez afianzada su temática musical, cierra los histriónicos sucesos con fragmentos neutros en cuanto a estudio (una vez fabricado el armazón) y concluye religiosamente como inició todo, ahora con el tema de Johann Sebastian Bach, como ocurre en otras muchas obras de grandes cineastas: un canto al pensamiento, al orden del caos que ha ocurrido, a la metafísica de la existencia y a la metáfora satánica de una raza, la humana, a la cual somete el mismísimo Satán a los propios deseos y castigos que ella misma genera dando forma al monstruo social que representa el joven Martin.
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