¿No hay puntada sin hilo? |
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Jonny Greenwood escala posiciones en el universo melocinematográfico asumiendo retos que escapan, en lo creativo, a su zona de confort. En los años 80 del siglo pasado muchos rockeros hicieron sus pinitos en la música de cine componiendo y tocando como tocaban siempre, aunque dando algo más de cancha a los temas instrumentales. Greenwood por entonces era sólo un niño que tocaba la flauta en la escuela y empezaba a rasgar las cuerdas de un violín… Con sólo 15 años se enamoró perdidamente de una pieza clásica contemporánea: la sinfonía Turangalîla, de Olivier Messiaen. Confiesa que esta pieza le llevó años más tarde a interesarse por un instrumento complejo, las ondas Martenot, y a incorporarse a las propuestas rockeras del cambio de siglo más alternativas, con una intención musical de muy altos vuelos.
El ahora guitarrista de rock cuarentón de Oxford recibió el encargo de componer una banda sonora para Phantom Thread mientras se hallaba en la India rodando un documental (Junun), y discutió después con Anderson sobre las bases estéticas de la música requerida. La acción de la película se desarrollaba en la Inglaterra de los años 50 y Greenwood se sumergió, por un lado, en la pianofilia enfermiza de Glenn Gould y, por otro, en los estilizados argumentos musicales de gente del jazz como Nelson Riddle, Ben Webster u Oscar Peterson. Se sentó al piano, reunió a una orquesta de cámara compuesta básicamente de cuerdas y empezó a componer. Como Nyman en The Piano, Greenwood cargó el romanticismo musical casi minimalista en este pesado y dúctil instrumento, con reiterados ataques de sección de cuerdas para enfatizar sus fugas.
El piano, en Phantom Thread, es el arte del protagonista, su creatividad. Cuando Reynolds (un excelente Daniel Day Lewis) se pone a trabajar, el piano reverbera; lento, rápido, triste o alegre en función de las escenas. El trabajo es constante, y la música está presente en el 90% del metraje montado por Anderson; entra en todas las habitaciones de la mansión Woodcock, cose más que ninguna costurera, posa siempre con porte distinguido, hasta toma el té…
Como si de un director de fotografía se tratara, la “paleta de colores” de Greenwood llena toda la película sin otro error que no sea su abrumadora presencia, su saturación. Del mismo modo que hizo con Anderson en There Will Be Blood, Greenwood mezcla sus propias composiciones con un encaje de piezas clásicas. En esta ocasión no se limita a Brahms, sino que emplea también músicas de Debussy, Schubert o Berlioz. Para que el encaje musical resulte aún más clásico, el guitarrista de Radiohead saca del piano de marras un apoteósico “Endless Superstition” que evoca, tributa, la Sonata núm. 14 de Beethoven.
Podría decirse que Greenwood, como muchos compositores de cine en la actualidad, no busca temas ni motivos. Opta por sentar las bases de un estilo ambientalista que case perfectamente con la gama de temores, frustraciones y obsesiones del trío interpretativo principal. Piano y cuerdas se aceleran y ralentizan en función de los avatares del guion.
“I’ll Follow Tomorrow”, por ejemplo, es la vibración más íntima del sastre Reynolds; su aparente ausencia y concentración en propósitos creativos, en ocasiones oscuros, absolutamente impermeables al mundo que los solicita.
“The Tailor of Fitzrovia”, desgarradoramente melancólico, es el tema que acompaña a Reynolds en su declive, su ocaso. “Never Cursed” lleva la música a una zona prohibida, vetada; ese tono oscuro y misterioso, un punto salvaje, se repite con “Boletus felleus”. “Alma” es una pieza humilde que pasaría por tema de amor; su base melódica engarza con las dos variaciones de “Sandalwood” (en referencia al perfume de sándalo que usa Alma). La excelente sintonía entre piano y cuerdas se pone de relieve en “Catch Hold”; más que un tema de amor, casi un himno.
Greenwood deja claro que su forma de hacer música para el cine no es, en absoluto, convencional (¿una pose?). Lo hace en piezas como “Barbara Rose”, “The Hem” (banda sonora del trailer de la película) o “For the Hungry Boy”. Su música tiene de bueno una característica cada vez menos habitual en las bandas sonoras: la insinuación. Se trata de una insinuación mucho más expresionista que impresionista, que encaja como un guante (o un vestido de alta costura) en una película de estas características. Pese a que su currículum musical sea demasiado pobre como para codearse con los académicos de Hollywood (Carter Burwell, Alexandre Desplat, John Williams o Hans Zimmer), su música viste la cualidad más admirada entre directores y productores: la eficacia.
Preguntado acerca de si esta exitosa aproximación de Greenwood (guitarrista) al piano podría tener continuidad, el compositor británico aseguró a la revista Variety que “los pianos funcionan bien para entretener a los vecinos, pero en los estudios de grabación son harto complicados”… Le van los clásicos más contemporáneos; además de Messiaen, Greenwood es también un gran fan de Krzysztof Penderecki, a quien rinde tributo con los temas dedicados al personaje de Alma.
Trabajando como compositor en más de una escala y tratando de hacer sonar 32 violines al unísono, Greenwood se sirve de Phantom Thread como de un experimento; en casa, aunque con champán. |
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