Elliot en el País de Nunca Jamás |
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Desde que era niño había escuchado esa maldita frase rodeándole. Esa que no paraba de acosar a los niños que se hacían mayores:
«¿Cuando crecerás?» parecía acompañar ya no solo a los niños cuando hacían travesuras, sino a aquellos niños que no querían ser mayores.
Ahora que era un director reputado, o eso le hacían ver, seguía teniendo que explicar por qué no iba a crecer. Y por qué no iba a hacerlo ahora, con setenta años. «Si no lo he hecho hasta ahora…», pensaba con una frase en voz baja que resonaba en su cabeza con la misma fuerza con la que desaparecía.
Él había llegado a ser quien era porque nunca enterró a ese niño, a ese Peter Pan al que todos, antes o después, le cortábamos la punta de sus orejas. Esas que caracterizaban al ser inmortal de juventud perpetua.
Durante una temporada pensó que debía cambiar, ser todo un hombre. Y especialmente en su profesión, la dirección de películas. Él era un director de renombre, respetado y valorado por las más altas cotas de la crítica cinéfila.
Pero cuando llegó la primera decepción de su carrera se dio cuenta de que no podía ser más que él. Debía responder a sus inquietudes. Y estas eran pasarlo bien. A veces le llegaba la necesidad, tal vez por su edad, por su paternidad, de utilizar su potente voz para, no ya aleccionar, pero sí tratar temas más serios. O para rendir homenaje a aquellos que hicieron un lugar mejor de este presente.
Pero nunca jamás olvido su esencia. Ni cuando lo tildaron de director comercial que se vendía a la taquilla, o cuando se rieron de él en sus sucesivas intentonas por acercarse al cine más serio y dramático.
Al final entendió que debía ser él mismo y a quien no le gustase, pues que se fuese a ver el cine de otro director. Él seria consecuente con sus ideales y sus inquietudes.
Nunca perdería ese avatar que le hacía ser especial en cada rodaje. Ese niño llamado Elliot que hacía cine para divertirse, para conectar con otros niños o para hacer que una familia olvidara sus problemas. Con historias más grandes que ellos mismos. Con esa magia que solo aparece cuando uno busca la sonrisa de ese Peter Pan desaparecido entre capas y capas de cotidianidad y preocupaciones.
Él quería ser un mago. No solo Peter Pan. Un mago que contara cuentos asombrosos y con ellos llevar al espectador adonde él siempre estaba cada vez que se ponía las gafas de director.
No sabremos nunca quién era el avatar y quién era la persona tras las gafas. Desde luego nunca fue un viejo de 70 años. Y por eso, su cine nunca jamás parecería viejo.
Festival referencial de los ochenta
Ernest Cline podría ser nuestro mejor amigo. Al menos si eres friki como yo. De esos que son enciclopedias andantes sobre referencias de la cultura pop de los ochenta. Generacionalmente esa década marcó a los que peinamos canas. Algo que he evidenciado demasiado en mis últimas reseñas en respuesta a este claro revival de aquellos maravillosos años.
Ernest, además, sería ese amigo que envidiamos en secreto. Porque tiene un Delorean. Sí, el coche de Regreso al futuro. Si queréis saber más de su envidiable pertenencia, no dejéis de ver el magnífico documental de Netflix Back in Time, centrado en la santísima trilogía de Marty McFly.
Su primera novela, Ready Player One, a priori es tachada de demasiado multirreferencial y mal escrita. Si lees las primeras páginas y no sigues puede que pienses eso. Y es que este libro no es para cualquiera. Tienes que reunir una serie de características personales para poder, no solo disfrutar, sino seguir el excesivo cúmulo de referencias a todo tipo de producto cultural pop. Principalmente los videojuegos. Y si no eres muy amante de los videojuegos, o has jugado poco, te perderás. Si además el cine de los ochenta, hasta el casposo, no entra entre tus preferencias, está claro que este libro no es para ti.
Es cierto que su prosa podría ser mejor. Pero también es cierto que es lo que necesita la novela. Si, por poner un ejemplo, Clive Barker, con una prosa mucho más densa y trabajada, hubiese escrito este libro, no sé hasta qué punto su intensa forma de escribir hubiese ayudado a hacer de la novela todo lo adictiva que es.
Porque, y dejándonos de rodeos, Ready Player One es droga de la dura. De esa que te engancha y te deja pegado a las hojas del libro. En mi caso lo devoré en un viaje a Los Ángeles, hará dos años. ¡Solo en sus trayectos de ida y vuelta a España!
Ningún libro me había tenido tan enganchado en mi vida. Pero, claro, Ernest parecía tocar todo aquello que me encantaba: cine fantástico de los ochenta, cómics y, sobre todo, videojuegos. Con esas referencias a videojuegos míticos como Black Tiger.
Y todo justificado por una trama más que interesante y brillante. Brillante por el uso de conceptos que cada vez están más presentes en nuestra sociedad lúdica. El MMORPG y la Realidad Virtual.
Por un lado el MMORPG -las siglas en ingles de lo que se conoce como Juego de Rol Multijugador Masivo-. En él puedes asumir la piel de un avatar o personaje que llevarás a evolucionar gracias a la experiencia. Cada acción exitosa te ira generando un sinfín de puntos de experiencia que podrás aplicar a los distintos atributos de tu personaje. Y este podrá vivir sus aventuras en una epopeya espacial, un mundo de espada y brujería o un universo surgido de los relatos del gran Lovecraft. Sin duda, ha sido el tipo de videojuego más exitoso en los últimos tiempos con World of Warcraft a la cabeza (si, el juego en el que se basó Ducan Jones para hacer su irregular película homónima).
La Realidad Virtual no tiene mucha explicación ya. Convivió con nosotros como producto de ciencia-ficción en los noventa con la modesta El cortador de césped y ahora es toda una realidad con el sinfín de visores que podemos encontrar en el mercado. Si no la has probado, no sabes lo que te pierdes. Y si lo has hecho, sabrás que es toda una revolución en el mundo del entretenimiento. Nada que ver con el 3D. Revolución con letras mayúsculas.
Y Ernest Cline, consciente de ellos, lleva un paso más allá lo que sería la Realidad Virtual, jugando a ser Julio Verne. ¿Quién sabe si dentro de diez años no nos encontraremos en Oasis, un mundo similar al que nos describe el autor en Ready Player One?
¿Nadie mejor que Steven Spielberg?
No cabe duda de que cuando uno termina de leer Ready Player One piensa que es un libro perfecto para llevar a cabo una adaptación cinematográfica. Y el anuncio de esta no se hizo esperar mucho. Rápidamente se alzó el nombre de uno de los magos de Hollywood. Posiblemente el mago mayor: Steven Spielberg.
Parecía una buena decisión, pero quedaba ese poso de duda. Spielberg era muy dado a edulcorar sus relatos. Minority Report, una obra maestra del director, cedía su desenlace a esa tendencia optimista de su director. Inteligencia artificial, con claros elementos de conexión con Ready Player One, parecía no ser la película dura y fría que posiblemente Kubrick hubiese llevado a cabo.
Y lo más importante. El relato de Ernest Cline, aunque divertido y ligero en su mayoría, contenía secciones de clara crítica social donde entraba de lleno en el lado más oscuro, incluso siniestro, del ser humano. El mal uso, o mejor dicho abuso, de tecnologías como la Realidad Virtual, que dejan al protagonista, poco antes del desenlace, desprovisto de la noción de la realidad, olvidando su estado físico en claro proceso de adición a su droga, la Realidad Virtual.
No solo eso. El autor sabe muy bien trasladar al lector, casi desde la primera hoja, una más que evidente diferencia social. Nuestro protagonista no puede viajar a todos los mundos de Oasis por que no tiene los suficientes medios económicos para comprar naves o materiales que le permitan ir más allá del primer mundo donde empieza el juego. Algo en candente realidad en el mundo del videojuego, ahora que está en plena critica el sistema de «pay to win», pagar para ganar, para conseguir el mejor equipo que te de ventajas en el juego, algo que ha perjudicado notablemente a videojuegos como Star Wars: Battlefront 2.
Evidentemente, una vez Spielberg dentro del “juego”, comprobamos como este se ha centrado en un relato más ligero, divertido y, sobre todo, mágico. Ha dejado de lado esos elementos sociales, solo apuntados con pequeñas pinceladas. Y ha preferido no hacer esa distinción social a nivel económico. Su relato no está centrado en el dinero más que en el propio juego y en la necesidad de acabar con un sistema opresor, totalitario, tanto en el mundo virtual como en el real.
No dejo de pensar en qué se hubiese convertido este relato en manos de un director tan capaz en el terreno de la ciencia-ficción (a pesar de sus muchos detractores) como es James Cameron. Por supuesto que su relato seréa más oscuro, posiblemente más adulto y por supuesto más centrado en aquellos efectos técnicos que apoyan la tecnología del relato. Pero, ¿eso la convertiría en una mejor película?
La magia ha vuelto
¿Se había ido? Bueno, nunca se va totalmente. Pero para el que escribe, la magia infantil/juvenil que poblaba cintas de nuestra infancia, no parecía replicarse en nuevas cintas para nuevas generaciones.
Frozen podría considerarse al fenómeno más cercano, pero podríamos compararlo con el boom en su momento de La bella y la bestia o El rey león.
Pero ese efecto que se inició en una generación de películas como E.T., La historia interminable o Los Goonies, llenas de esa magia inocente tan necesarias para poblar de ilusión la infancia de una generación, pues como que no existían.
Hasta ahora. Y quién sino el mago Spielberg para volver a destapar ese frasco de polvo de hadas que tuvo muy a mano para películas que él dirigió en los ochenta, o produjo.
Ready Player One es una película muy Spielberg. En casi todos los sentidos. Ante todo, es un cuento mágico. Uno con un final feliz de esos que siempre gustan al director y que, por otro lado, es muy fiel a la novela. Así que nada se le puede achacar a este respecto.
El protagonista está totalmente desarraigado. Sus padres han muerto y el ambiente familiar es bastante deplorable. De ahí que busque algo de magia para perder la vista de su triste día a día. Esto ya aparecía en el libro, pero viniendo de un libro que bebe directamente de películas de Spielberg, es como esas fotos que se hace uno al lado de un espejo. Por supuesto la influencia más clara la encontramos en este caso en E.T.
Los protagonistas son un grupo de adolescentes. Una pandilla capaz de hacer frente a un adversidad oscura y mucho mayor que sus ínfimas posibilidades. Bueno, aquí tenemos un montón de películas producidas por Spielberg. Sí, Los Goonies como influencia capital.
A diferencia del libro, en la película los jugadores de Oasis no tienen que pagar para ganar. No tienen que tener muchos ingresos para poder viajar a otros mundos. De hecho hay una escena de la película que parece referenciar este hecho, de pasada, y denostando totalmente esa posibilidad. Algo que personalmente considero más coherente con la actitud del creador de Oasis, James Halliday, donde predisponía lo lúdico a lo lucrativo.
Y finalmente, Spielberg no se detiene tampoco demasiado en un aspecto tangencial que está muy presente en el libro: que la sociedad se ha ido a la mierda y la realidad es un sitio donde mejor no pararse demasiado. Él describe rápidamente este hecho y solo se detiene en el lugar donde vive nuestro protagonista, dejando claro que es un gueto. No es ejemplo del resto del mundo. Porque, para él, demasiada crítica social rompería la magia y el divertimento del relato. Eso sí, nos deja claro que tenemos que jugar, pero con moderación. No pasar tanto tiempo delante de la pantalla, que también hay que meterle mano a nuestra novia. Algo que, no tan intensamente, también está en el libro cuando Halliday le dice a nuestro protagonista: «La Realidad es mejor porque es Real», frase que también encontramos en la película.
Spielberg confecciona una película muy suya, pero adaptándola a los gustos de las nuevas generaciones con una dirección que ya quisieran directores más jóvenes.
Hay escenas que directamente quitan el hipo. Los 20 primeros minutos están dirigidos por un virtuoso del formato cinematográfico. Con un pulso, un dinamismo y una belleza dignos de un genio. Toda la primera carrera, un plano secuencia demoledor que aconsejo ver en 3D (en esta película el 3D SÍ merece la pena), deja claro que Spielberg nunca perdió ese niño interior, ese joven que experimenta con formatos cinematográficos, con efectos especiales de vanguardia y con un montaje rápido, directo, propio de los videojuegos, y repito, con una forma de comunicar propia de nuevas generaciones. Fui al cine con niños y os aseguro que salieron totalmente emocionados.
Spielberg ha devuelto esa magia que, posiblemente, se había perdido.
Regreso al futuro 4
No es nada sorprendente que el maestro Alan Silvestri haya desvelado que durante la producción de la película y la confección de su banda sonora Steven Spielberg le solicitara claramente una referencia musical: Regreso al futuro. Y no es algo sorprendente porque desde la lectura del libro, uno pensaría que es de las decisiones más justificadas y evidentes que se tendrían a la hora de llevar a cabo su adaptación cinematográfica. Perzival tiene el Delorean como vehículo para trasladarse en Oasis, algo que nos conecta directamente con la película de Zemeckis y, por supuesto, con la banda sonora de Silvestri.
Vamos que Spielberg le pidió a Silvestri que se autorreferenciase.
Esto, desde mi punto de vista, es bueno y es malo a la vez. Igual que Spielberg juega con las múltiples referencias en su película, a nivel musical la banda sonora está centrada en muy pocas referencias y casi exclusivamente en Regreso al futuro. No solo en el momento de la película en el que se hace clara referencia a Zemeckis con un objeto sumamente poderoso (no lo destripare porque es un momento genial que tiene que ver con el prólogo de la segunda llave). En ese momento es más que clara la referencia a Regreso al futuro.
Hablo de toda la banda sonora, donde hay claros motivos, muletillas musicales que el compositor ya utilizó en Regreso al futuro. Desde esos momentos puntuales que tienen que ver con un descubrimiento, con una revelación, basados en arpa y piano, que ya estuvieron más que presentes en la trilogía de Marty McFly. O esos motivos de tres notas que siempre venían en pareja en Regreso al futuro y referenciaban un momento de alarma que podemos escuchar durante la banda sonora, especialmente encontramos uno en el corte «There’s Something I Need to Do».
Los manierismos de Silvestri para la música de acción, aparecen por toda la banda sonora, esas autorreferencias que en el caso de James Horner parecían escandalosamente evidentes y hasta cómicas, y que en el caso de Silvestri siempre me he preguntado cómo no ha sido así. Autorreferencias que están presentes en películas vitales de su filmografía como la comentada Regreso al futuro, Depredador, Juez Dredd o Los Vengadores aquí también aparecen, por supuesto. Pero a pesar de todo lo anterior, que es lo menos bueno para mí (no es malo ni mucho menos), el compositor pertenece a una vieja escuela, la de los ochenta, que sabe imprimir corazón y alma a todo lo que hace.
La banda sonora de Ready Player One se beneficia enormemente de ello. Desde un tema principal magnífico, que, a lo Regreso al futuro, repite hasta la extenuación (pero al igual que en Regreso al futuro al ser bueno, no solo no te cansas de escucharlo, sino que tu oído pide hacerlo), hasta uno mucho más melódico y calmado que el compositor destina a este grupo de jóvenes luchadores por la libertad. Ese trato musical que recibieron películas de los ochenta realizadas por el propio Silvestri, Bruce Broughton o John Williams.
Hablando de este último, la ausencia del maestro no se echa en falta, porque Silvestri sabe referenciarlo no solo en determinados momentos (evidente la referencia a 1941 en «An Orb Meeting»), sino en la base musical de gran parte de su composición. Tal como pasara con El puente de los espías, la banda sonora de Thomas Newman tenía claras referencias a la forma de componer de John Williams. Y es que, como vulgarmente se podría decir, «la cabra tira al monte». Steven Spielberg tiene una concepción musical muy definida que ha influido notablemente para bien no solo en la trayectoria profesional del maestro Williams, algo más que evidente, sino también en la musical-formal.
Hablando de referencias, también las tiene Maurice Jarre y su Lawrence de Arabia para describir Oasis, una de las películas favoritas de Spielberg.
Lamento, eso sí, como gamer que me considero, no encontrar referencias musicales al mundo del videojuego. Es cierto que hay momentos en los que la instrumentación cambia y tenemos unos sonidos más contemporáneos, menos ochenteros. Pero son los menos. Y eso nada tiene que ver con referencias musicales a videojuegos, que podría haberlas. Es más, desde mi punto de vista, debería haberlas.
Esto no condicionará la buena recepción de esta banda sonora por aquellos que aman la música de cine de los ochenta. De esa forma de tratar melódicamente y orquestalmente las historias. Si perteneces a este grupo, te aseguro que Ready Player One te enamorará.
Pero para aquellos que pedimos algo más, que buscamos esa chispa de originalidad, aunque sea basada en la «no originalidad» de las referencias, creo que Ready Player One, a pesar de ser una gran banda sonora, no está a la altura de las imágenes, del inmenso trabajo que Steven Spielberg ha realizado. Incluso me atrevería a decir que es un trabajo arriesgado y valiente para un director de su edad y estatus profesional.
En un mundo gafapasta en el que él se mueve, lo más sensato hubiese sido realizar una película al estilo de The Post. Pero el director es fiel a sus principios y a ese niño interior que siempre le ha acompañado.
Me temo que Silvestri intenta estar cerca de sus sentimientos e inquietudes, pero en su caso, en su interior, no hay un niño, tal como sí lo hay en el caso del maestro Williams. Una persona que a pesar de su edad, ha sido y es, sin ninguna duda, el mejor compañero de aventuras de Spielberg.
A pesar de ello, larga vida a Ready Player One y su magnífica banda sonora. |
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