Sin fin no te tomará todo un día de tu vida para verla. Solo 98 minutos. Pero al menos te tendrá todo un día rondando en la cabeza esa historia de amor con tintes cíclicos que centra su historia.
Que sirva de aviso. Sin fin es una historia de amor. Y como el amor es una medida personal e intransferible, el límite de azúcar es algo muy personal también.
Para el que escribe la película no se incluye en ese apartado de películas románticas edulcoradas. Es más bien ese tipo de películas que llamaría románticas vitales. Porque saben cómo retratar ciertas facetas de las relaciones románticas de una manera más que real.
Además, incluye en la ecuación una debilidad mía. Los viajes en el tiempo. Esas paradojas temporales que se pueden o no producir por ciertos elementos en la trama. No es Donnie Darko, al ser mucho más liviana en sus planteamientos científicos. Su aproximación al mito del viaje en el tiempo es metafórica. Es una fábula que basa sus mecanismos científicos en tics narrativos que dan personalidad a la historia.
Pero si uno ve Sin fin no espera un episodio piloto de Star Trek. Espera una buena historia, con buenos personajes y que entretenga.
Sin fin consiguió en mi más que todo eso. Me entregó una historia que considero redonda, intachablemente interpretada por un inconmensurable Javier Rey y una roba escenas como es María León.
Estos dos actores/personajes son el todo. El motor, la carrocería y la velocidad de una historia que va de menos a más. De la toxica oscuridad cotidianidad del día a día, a la felicidad que la vida puede darte aunque sea a partir de migajas de una impetuosa juventud.
Los hermanos Alenda, los directores de esta fábula romántica fantástica, saben lo que se hacen. Y nos entregan una historia donde el montaje es otro de sus valores destacados. La historia, tan terrenal que podría ser aburrida, está presentada como un combate entre presente y pasado. Entre felicidad y asfixia. Y estas tonalidades se funden en capas que en verdad son los engranajes que encajados mueven la historia.
Un tercer personaje entra en escena. Y lo hace dejándose querer. Preguntándose por él. A unos 15 minutos de metraje escuchamos sus primeras pisadas en escenario. Y a partir de ahí su presencia se hace vital. La banda sonora de Sergio de la Puente, es ese tercer personaje.
Uno que aporta esa melancolía, esa nostalgia, esa irreal presencia de ciertos personajes que no deberían de estar allí, ese sentir inmortal y cíclico de una historia de amor que transciende al tiempo y posiblemente al espacio, a esos pequeños espacios cerrados que atenazan con devorar al personaje de María León.
Sergio aboga por ser el hombre orquesta. Por controlar el producto final con una banda sonora que usa una instrumentación mas popera que orquestal. El es hijo de una herencia de melodías y leitmotivs intensos (ya lo demostró en La dama y la muerte y en El lince perdido), alejado de ese síndrome de la titulitis de grandes universidades americanas que parecen obsesionadas en hacer todas las bandas sonoras apostadas en una orquesta de académicas proporciones e idénticos encorsetados resultados. Pero sin alma. Sin nada. Bandas sonoras huecas.
No todas las imágenes necesitan el mismo y estandarizado tratamiento. Y Sin fin pedía a gritos una banda sonora más intimista, más pequeñita en instrumentación pero no en resultado y en caracterización.
La música de Sin fin tiene mucha alma. Y también presencia. Pero no excesiva presencia. No hay ego musical asfixiando las imágenes. Recordad, hay un tercer personaje. Uno que adapta las dimensiones que las imágenes y la historia demandan.
La columna vertebral de la banda sonora es un retentivo leitmotiv que recibe varias versiones según la escena. De este tema principal deriva otro secundario de fuertes tintes melancólicos que el compositor utiliza en la recta final de la película, rescatando ese amor perdido, enterrado por la cotidianidad y la indiferencia que ambos personajes principales se han tenido demasiado tiempo.
No tengo duda de que estamos ante la mejor banda sonora del compositor hasta la fecha y posiblemente una de las mejores películas de nuestro cine en los últimos años. Al menos una de mis favoritas.
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