“This Must Be the Place” fue en 1983 una canción de Talking Heads que hablaba en tono críptico de orígenes e identidades; una canción que el realizador italiano Paolo Sorrentino eleva ahora a la categoría de himno y a través de un difícil poema visual.
Los desiertos de California, Tejas, Arizona y Nuevo Méjico inspiraron a Wim Wenders una visión descarnada de la paranoia en la que nuestra sociedad creció a lo largo del siglo XX. Tierras en las que hace dos siglos uno acudía a buscar oro, y a las que hoy acude sin otra intención que perder de vista al mundo… Antiguo refugio de indios y bandidos forajidos que Sorrentino redime con la hierática presencia de un Sean Penn irreconocible y de un David Byrne disfrazado (junto a Will Oldham) de Pieces of Shit.
{youtube width=»330″ height=»253″}zEG4FRmqGlk{/youtube}
La historia es decadente y pura a la vez. De ser sólo decadente, Sorrentino habría podido rodarla en escenarios de Almería, explotando el histrionismo de, por ejemplo, Johnny Depp, y cabalgando musicalmente con el piano de Nick Cave o el violín de Warren Ellis. Pero no es sólo decadente; es pura y fresca en su concepto.
Cuentan que Sean Penn conoció de primera mano el propósito, aún ambiguo, de Sorrentino cuando en el 2008 presidía el jurado del Festival de Cannes. Acabado el accidentado rodaje de The Tree of Life, Penn se metió de lleno en el personaje del roquero gótico Cheyenne, que algunos consideran inspirado en el solista de The Cure (Robert Smith) y otros relacionan con el de The Boomtown Rats (Bob Geldof).
Cheyenne es un roquero caído en desgracia que vive en Irlanda, víctima de una depresión psicótica, y que un buen día decide viajar a Nueva York para encontrarse con su padre, un judío superviviente del campo de concentración de Auschwitz que sobrevive cazando nazis. Una vez cruzado el Atlántico, Cheyenne descubre que su padre ha muerto y decide vengar su honor persiguiendo a un criminal de guerra de las SS, el oficial Aloise Muller, que ha logrado burlar la justicia escondiéndose en el remoto Oeste.
La película cuenta asimismo con el apoyo de grandes intérpretes como Harry Dean Stanton, Francis McDormand y Judd Hirsch, además del depurado trabajo de Luca Bigazzi como director de fotografía.
Es una película extraña, como si un personaje creado por Tim Burton cayera en las páginas de un guión firmado por los hermanos Coen. La música parte de una canción compuesta por David Byrne, y es el propio David Byrne quien se recrea en las distintas composiciones y arreglos de la banda sonora. Lo hace junto al compositor Will Oldham y el letrista Michael Brunnock. Byrne aparece también actuando en la película y se dice que intervino en la producción.
Un escocés con hielo Si cuesta reconocer a Sean Penn en el papel de Cheyenne, cuesta más indagar en la presencia de David Byrne de principio a fin de la banda sonora. Las tres versiones (ninguna original) de “This Must Be the Place” se plantean con un timbre y un tempo distintos. Pero los paisajes musicales se expanden. Gavin Friday arranca con un tema apocalíptico, que recuerda al “Knockin’ on Heaven’s Door” de Bob Dylan. La América profunda subyace en viejos temas como “Chairmaine”, de Mantovani, que alguien recordará de películas como One Flew Over the Cuckoo’s Nest.
David Byrne Byrne, de hecho, ama lo ambiguo, lo paradójico, lo contracultural. Hijo de un ingeniero electrónico, este músico nació en Dumbarton (Escocia) en 1952. De niño emigró a Estados Unidos y, moderno él, decidió estudiar creación artística en la prestigiosa Escuela de Diseño de Rhode Island. Allí conoció en los 70 a Tina Weymouth y Chris Frantz, con quienes acabaría formando el grupo Talking Heads.
Músico inquieto, Byrne ha colaborado con Richard Thompson, Brian Eno, Adrian Belew o Robert Fripp. El realizador Jonathan Demme convirtió un concierto de Talking Heads en la primera película de la historia con un sonido completamente digital: Stop Making Sense. Demme también se sirvió de la música de Byrne en su película Married To the Mob.
Por su parte, Byrne dirigió, protagonizó y musicó la película True Stories, colaboró con Sakamoto y Cong Su en The Last Emperor, creó un sello discográfico propio (Luaka Bop) y compuso música instrumental para The Kronos Quartet y The Balanescu Quartet en la vanguardia de experimentos cercanos al teatro y el ballet.
En This Must Be the Place, Byrne apuesta nuevamente por la ambigüedad. Se inventa una formación (The Pieces of Shit) y recurre a voces nuevas, sonidos estrafalarios y algún que otro tema clásico del rock, como “The Passenger”, de Iggy Pop. Música nueva con aire de deja vu; música lenta, para liturgias desérticas.
{youtube width=»330″ height=»253″}s77FGZQASJg{/youtube}
|
No hay comentarios