Terror atmosférico moderno pero al modo de la vieja escuela |
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Mi opinión sobre la música de terror y thrillers en la actualidad suele ser una de mis habituales quejas sobre el estado actual de la música para el audiovisual. Básicamente porque suelen confundir en la gran mayoría de las ocasiones el efectismo con la efectividad de la música. Por no hablar de cuando caen en el puro diseño de sonido, música ambient o similares desarrollos atmosféricos, los cuales suelen aportar poco más que lo que ya hayan aportado los efectos digitales, visuales o el montaje de la propia película. Es decir, que desgraciadamente y en demasiadas ocasiones la banda sonora hace poco más que reforzar lo que ya está viendo y sintiendo el espectador. Lo que yo llamo un desperdicio de esfuerzos, vaya.
Pero en este caso Annabelle: Creation me viene de perlas para poder comentar a los aficionados cómo, incluso cuando se prefiere trabajar sobre atmósferas en vez de sobre emociones, hay maneras y maneras de hacerlo. Y aquí, en el terror, uno de los géneros donde la electrónica parece haber aportado y evolucionado menos que en ningún otro, nos llevamos una pequeña sorpresa. Tiene que venir uno de los nombres más destacados actualmente a demostrarnos que en este terreno de los sustos, lo orquestal y acústico es capaz de aportar ese algo más que la electrónica o las composiciones de estilo híbrido no parecen terminar de conseguir. Sin ser en absoluto una banda sonora brillante, Benjamin Wallfisch muestra cómo se pueden seguir las pautas actuales, pero demostrando que, cuando hay alguien detrás con capacidad y estilo, el resultado puede ser al menos infinitamente más interesante y destacado que el 90% de los trabajos de este género que nos llegan actualmente.
Wallfisch, aunque es un nombre actualmente muy en boca de los aficionados por su relación muy cercana con Hans Zimmer, es un viejo conocido de los buenos seguidores de la música de cine, bien sea colaborando con él en proyectos de prestigio y taquilla o incluso tomando las riendas por sí splo ante proyectos que normalmente hubiese estado a cargo del compositor teutón. Pero sobre todo es un compositor al que principalmente muchos relacionamos con un sonido mucho más clásico y orquestal, alejado de estos géneros. Eso no quiere decir que no haya mostrado su capacidad en el mismo e incluso con la electrónica. Aunque en esta ocasión, e incluso tratándose de una precuela de un spin-off de una saga exitosa, él consigue aportar su punto de clase.
A priori es casi una sorpresa encontrarnos con su nombre atado a este proyecto. Pero principalmente porque el habitual compositor de todas las películas y ramificaciones de esta saga había sido Joseph Bishara, quien probablemente se había marcado uno de sus trabajos más destacados en la primera Annabelle. Pero Wallfisch, a pesar de su muy diferente origen y estilo, no decide romper con el mismo. Aunque sí consigue demostrarnos que se puede hacer de otra manera, y para mí, mucho más efectiva. La banda sonora continúa enmarcada en ese estilo efectista y atmosférico habitual, pero el compositor es capaz de recurrir a elementos totalmente acústicos y orquestales para conseguir que los principales momentos de terror y tensión destaquen, con lo cual consigue ofrecer un sonido mucho más orgánico y natural que favorece la escucha aislada de la banda sonora (aunque no por ello la haga cómoda y fácil precisamente), con un resultado que es mucho más efectivo a la hora de causarnos incomodidad, y mantenernos en un estado de tensión continua.
La partitura es claramente atmosférica, sin miedo a incorporar los clásicos recursos efectistas puntualmente. Pero este sonido acústico y no electrónico, que no recurre nunca a la percusión, no proporciona sensación de sobrecarga de sustos o golpes de efecto, con muchas ocasiones en que las piezas mantienen perfectamente ese tono ambiental, con ligeras subidas y bajadas de intensidad, y cambios de ritmo, pero de una manera cuidada y muy medida. Los primeros momentos en que la oscuridad y la tensión empiezan a invadir la partitura lo apreciamos en “Bee’s Room” y “Annabelle Awakened”, donde la orquesta en conjunto, con cuerdas, metales y vientos, empieza a sobrecargar la música y la atmósfera de una manera importante creando la sensación de tensión e incomodidad en su audiencia. Sin embargo, Wallfisch controla mucho las explosiones de terror, midiendo dónde y cómo deben hacer aparición, y dejando que en muchas ocasiones la tensión se mantenga. “Puppets and Mischief”, “Linda’s Suspicion” o “Samuel’s Death” parecen más jugar a no dejarnos resolver los extraños sucesos que acontecen en la película.
Ese control que ejerce Wallfisch sobre la música hace que las explosiones de terror, que nos ofrecen esa especie de catarsis de acción, estén muy controladas. Especialmente en su inicio, donde sólo “Shadows and Sheets” y “Your Soul” nos dan ese puntual desahogo. Son como simples muestras de lo que está por venir. Dicha tensión sufre un evidente aumento con “Demon Fishing” y “The Possession”, para terminar de explotar en los momentos finales con “Jannabelle”, “Transformation”, “Demonquake” y la ya tópica coda conclusiva “Conduit”. Esa capacidad de manejar la intensidad e ir aumentando la intensidad de esos claros momentos de explosión del terror, desatando las fuerzas de la orquesta de manera incontenible, es uno de los grandes aciertos del compositor, que nunca cae en los habituales caos orquestales o “muros de sonido” que suelen acumular las películas de este tipo. Sin embargo, la sensación que nos proporciona la música es de bastante potencia y efectividad.
Por supuesto que la principal razón por la que estos momentos de terror destacan no es simplemente por estar controlados y medidos, sino también por el contraste que le proporciona la introducción de elementos melódicos y emocionales. Estos son muy escasos, pero lo suficientes para que el terror destaque y, además, proporcione el suficiente enganche emocional con la música por parte de la audiencia. Esta música, además, concentra su presencia principalmente en la primera mitad de la banda sonora, con lo que el compositor ayuda a crear esa falsa sensación de normalidad que necesita la película.
“The Mullins Family” nos trae una pieza emocional y delicada, con el piano en primer plano, que nos introduce a la familia protagonista. Algo reforzado por la orquesta, con un tono melódico algo más dramático en “A New Home”. Es esa parte de la historia, convencional y humana, sobre la que lo desconocido y lo maldito va introduciéndose. De ahí que “Bee’s Room” ya incluya elementos oscuros y atmosféricos, aunque su desarrollo siga siendo orquestal y melódico. A partir de aquí, la tensión sólo se ve interrumpida por puntuales momentos de paz como “Bunkmates” o “Bee’s Photo”, para desaparecer completamente hasta la parte final, donde al revés que en su forma inicial, empieza a reaparecer sobre la atmósfera en “Police”, para continuar con el desarrollo dramático y melódico en “The House Is Blessed”, y ese piano (referencia a lo humano y la familia) de “Adoption”. Una manera de crear un pequeño círculo melódico y emocional con mucha clase, y que le proporciona el marco adecuado para colgar ese lienzo terrorífico.
Como explicaba al inicio, no es una banda sonora que vaya a romper moldes, ni un diamante en bruto por descubrir (salvo para aquellos que no conozcáis aún al compositor, que ya estáis tardando). No se aparta de las pautas de películas similares y anteriores. pero sí lo hace de otra manera, con un toque más clásico. Y además demuestra cómo, aun cayendo en los tópicos actuales del género, se puede componer trabajos que proporcionen un buen resultado. Incluso en su escucha aislada, la cual, aún sin ser nada fácil ni cómoda, sí que recompensa a su audiencia sin necesidad de recurrir a trucos baratos, sino a clase y estilo. |
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