Eerie… Se trata de un término inglés de traducción difícil. ¿Salvaje, nebuloso, espectral, místico? Desplat despista, se aleja de su faceta sinfónica y recurre a sintetizadores, guitarras, duduk, oboe, piano o harmonium para trenzar una partitura mucho más en la línea de los primeros trabajos de Mark Isham, o los últimos de Nick Cave y Warren Ellis.
La película en sí tiene muy mala leche. El título francés, “herrumbre en los huesos”, es una de tantas metáforas de las que se sirve el realizador, Jacques Audiard, para presentar un largometraje de factura impecable, de belleza sin preciosismos, duro, bestia y tan imposible como la vida misma: un perfecto hijo de puta con un hijo a cuestas (Matthias Schoenaerts) y una mujer físicamente discapacitada, vulnerable (Marion Cotillard) inician un idilio de amor en la Costa Azul francesa. La propuesta es como un puñetazo en la boca del estómago del espectador, algo que sólo puede acabar mal o muy mal… Pero subyace una magia invisible, a modo de subtrama, en la que cuentan tanto las metáforas (como la de las orcas cautivas del acuario) como la música: canciones cañeras de una parte y una música ambiental, fría, casi glacial, de otra.
Desplat se acoge a esta segunda faceta, al igual que los dos temas de Bon Iver incluidos en la BSO.
Bon Iver
Como Sufjan Stevens, Giant Sand, Cat Power, Belle and Sebastian o Calexico, la música alternativa de Bon Iver flirtea con el celuloide por su versatilidad ambiental. Son canciones intimistas que tienen cabida en cualquier realización de época presente.
Canciones lentas, vocalizaciones angelicales, letras poéticas que se dejan sentir como un perfume y que arropan muchas emociones de la gran pantalla sin solución de continuidad. Tanto las series de televisión como las películas de ficción e incluso los documentales parecen abonarse a las canciones de estos nuevos cantautores estadounidenses de folk urbano izquierdista y sin guiños comerciales, en las antípodas de cuanto uno escucha hoy en la radio, o en mitad de este disco.
Domar lo indomable
Desplat se acoge a la espiritualidad de Bon Iver, la invoca en sus temas instrumentales, le rinde tributo a su manera. Sabe que esta película se digiere en silencio, es de las que acaba y los espectadores quedan apoltronados sin saber reaccionar, no valen fanfarrias, aunque sí himnos añejos como los salmos, paisajes sonoros en la línea de Brian Eno o Michael Brooks.
Es una película lenta pero intensa, una película que se sufre tanto como se disfruta. La producción franco-belga cuida hasta los efectos especiales. Nada aparece por casualidad. Todas las canciones están ubicadas en momentos perfectos y los temas ambientales de Desplat has sido concebidos con más mimo que presupuesto, buscando un sonido requeteintimista, que cale en esa herrumbre que todos llevamos dentro de los huesos, poso de la vida y de las emociones.
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