Decía el escritor Noel Clarasó en su novela ‘El Asesino de la Luna‘ que, y pongo textualmente, «El hombre siempre es enemigo natural de otro hombre desconocido. La amistad es un estado de excepción y el amor una excepción rarísima.»
Como ya os avance en mi anterior editorial, en mi actual fase de misántropo no puedo estar más en sintonía con la frase de este ilustre escritor que también fue guionista de cine y televisión.
Hoy quiero centrarme en la «tontuna» generalizada. En el «que guay soy que pongo todo a parir» que impera en nuestra actual sociedad.
Tontos ha habido siempre. Como dicen en mi pueblo-ciudad, Úbeda, «hay mas tontos que botellines».
Con eso no descubrimos nada. Pero a diferencia de mis queridos ochenta, donde a estos se les daba collejas o se les tiraba de la oreja (viva ‘Cobra Kai‘) y se quedaban en la cola de la linea de la brillantez, en la actualidad vivimos en una época donde el tonto tiene el altavoz, el mando y el escenario.
El tonto suele gritar mucho. Y lo hace muy de seguido. El está allí y todos lo vamos a saber.
Los inteligentes como tales, son prudentes y hablan cuando deben de hacerlo. «En boca cerrada no entran moscas», gran frase que no recuerdo ahora muy bien quién la dijo.
Las redes sociales se han convertido en nuestro altavoz, nuestro escenario, nuestro púlpito. Algunos plantamos fotos de comida (yo lo he hecho y lo sigo haciendo, respondiendo a ese instinto pobre e idiota que sale a relucir cuando me tomo una copita de más). Otros comparten fotos de posados supuestamente accidentales, “robados” que dicen, que solo evidencian lo poco accidentales que son. Todos divinos de la muerte. Portadas de revistas de moda del todo a 100%. Y en eso ayuda mucho las cada vez mejores cámaras de nuestros móviles.
Ahora somos políticos, actores, modelos y cantantes de garrafón. Profesionales del «interné». Invitados en fiestas, conciertos y festivales por ser «influencers». Recibimos artículos de patrocinadores de forma gratuita simplemente por hablar de ellos en nuestro canal de youtube antes que los propios compradores, de aquellos que han realizado el gran esfuerzo económico de tener esa última tecnología.
El mundo ha cambiado. Como decían los Presuntos Implicados en esa maravillosa canción, «¡Cómo hemos cambiado!»
En nuestro pequeñísimo mundo de los bandasoneros, del cine o del ocio en general, están los llamados Trolls. Seres engullidores de garruchitos sabor queso anaranjado que, sentados en sus sillas gamers de 200 euros la pata, escupen a las tres pantallas panorámicas de su ordenador, plantando una niebla del «mal es bien», La Masa (y no, la masa no es Hulk, que es como llamaban al anti-héroe Marvel en los ochenta), donde decir algo positivo de algo es un «menosmola».
En silencio, a puerta cerrada (de su habitación) engullen placeres culpables. La saga completa de Transformers, Avatar más de 30 veces y escuchan a Zimmer a toda pastilla, rozando la masturbación cerebro-genital.
Su bandera es «esto es mierda». Nunca los encontrarás diciendo que algo es bueno.
Y como os dije, tienen un altavoz incorporado. Su doctrina se expande. Invade cada centímetro del conocimiento (o desconocimiento) humano. Creando un movimiento imparable, implacable y tenaz del mal rollo. La Masa (The blob, en pitinglis). Tan implacable que los inteligentes, la gente de bien, son intoxicados, infectados. Todo cae bajo el poder de esos seres negativos y oscuros. Y una atmósfera de negatividad gafapasta termina por dominar todo lo conocido.
Para mí todo cambió un determinado día. Ese día me levanté a lo Neo de Matrix. Pensé que algo no estaba bien. Ya está bien de ser oscuro. De vestir de negro. De estar enfadado y de pensar que todo lo nuevo es una mierda o debía de serlo.
Supongo que ese ser luminoso de 4 años que inundó mi casa de princesas, unicornios y nubes de algodón de color de rosa, además de superhéroes de colores chillones, me despertó de ese sueño fétido y de color verde. Fue como tomarme la pastilla rosa de Morfeo. Y darme cuenta de en qué tontería se había convertido este mundo del «mal es bien».
Un día decidí dejar de hacerle caso a la gente. Dejar de ver películas, series o de no jugar a determinados videojuegos que La Masa detectó como nefastas.
Recuerdo haber dejado de ver Exodus: Dioses y Reyes por lo mal que la puso La Masa. Hace unos meses la compre de saldo en iTunes. Por cierto, os recomiendo pasaros por la tienda de Apple de vez en cuando si tenéis un Apple TV y una tele 4K, porque comprarás películas de saldo en determinados momentos.
Bueno, que me pierdo. A lo que iba. Pude ver la película de Ridley Scott en glorioso 4k HDR, y a pesar de considerarla algo irregular (producto más bien de los extensos metrajes y sus consiguientes remontajes que siempre caracterizan las películas del director inglés), me pareció una más que interesante propuesta, que además aportaba una visión de la historia de Moisés bastante diferente a la que habíamos visto hasta la presente.
En verdad reconozco que siempre he ido en contra de esa Masa. Y haciendo memoria y por poner un ejemplo, disfrutaba y lo promulgaba a los cuatro vientos con esa impresionante banda sonora de Hans Zimmer para Misión Imposible 2. Vilipendiada y defenestrada en su momento por una Masa menos embrutecida y poderosa que ahora.
El último caso que recuerde fue el de Jurassic World: El reino caído. Tardé en verla pues su estreno me pillo muy cerca de la organización del MOSMA 2018. Literalmente leí y escuche pestes de la película. Y ya no digamos de la banda sonora de Michael Giacchino. Por supuesto que en mi nuevo afán de aislarme de opiniones ajenas la vi y puedo deciros sin temor a equivocarme que la considero posiblemente la mejor de la saga detrás de su mítica primera parte. La película posee planos de una fuerza descomunal. Y es todo lo que se le pide a una película de este tipo. Que sea un non-stop de acción bien filmada, que además aporta algún que otro componente emotivo que personalmente no esperaba, con esa relación entre el personaje de Chris Pratt y el velocirraptor de manchas azules, Blue.
La Masa es capaz no solo de influenciar en el pensamiento de la gente sino también de cambiarlo.
Recuerdo la de maravillas que se dijo de La La Land antes de convertirse en lo que se convirtió. Después de ser el fenómeno que fue, creo que muy necesario, para rescatar un tipo de cine en Hollywood que parecía perdido, La Masa empezó a utilizar sus oscuras artes para hacernos creer a todos que La La Land era un musical mal bailado, mal cantado y cuya historia era tan simple como el mecanismo de un chupete. Pues si es tan fácil, hazla tú, me proferí en decir (añadí una referencia genital al final de la frase que he decidido suprimir aquí en beneficio del buen rollo).
La Masa seguía esa línea del abuelo Quincy «tomate el Iniston» Jones de decir que los Beatles eran malos músicos, y que Michael Jackson triunfó más gracias a él que a los propios talentos del mítico Rey del Pop. ¿En serio? ¿Hay algo ya intocable en esta sociedad? ¿Cuándo empezaremos a ver a La Masa desacreditando a gente como Hugh «eres capaz de hacerme cuestionar mi sexualidad» Jackman? Sin duda será el Apocalipsis.
¡El Apocalipsis está cerca! ¡Arrepentíos!
Vivimos malos tiempos querido amigo no seguidor de La Masa. Pero debemos ser fuertes y despertar de ese profundo sueño oscuro y fétido del «malo es bueno» en el que nos han sumido los ácratas de esta sociedad.
Si una personita de cuatro años fue capaz de hacerme despertar de mi profunda irrealidad, creo que aun hay esperanza de curar mi misantropía. ¿Quién sabe? A lo mejor en el futuro no nos volvemos gilipollas como vaticinó el gran Doc Brown.
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