George Clooney había nacido para encarnar a James Bond. Sólo tenía un problema: era americano. Ya no podía convencer al creador Sir Ian Fleming, al productor Albert Broccoli ni al director Guy Hamilton de que Bond también puede hablar con acento de Kentucky.
Con la sonrisa impertérrita, frunció el ceño en su villa del Lago Cuomo y llamó al productor Enzo Sisti para una reunión inmediata. Había leído el libro A Very Private Gentleman (Un caballero muy privado), de Martin Booth, y estaba a punto de comprar los derechos para estampar en la gran pantalla un nuevo James Bond a su medida y, por supuesto, americano.
Sisti, con experiencia en grandes producciones como Indiana Jones y la última cruzada o El paciente inglés, advirtió a Clooney que ya no queda dinero en el cine para supermegarrollos; menos aún si se rueda en Europa y con equipos europeos. Clooney asintió con un gesto grave, pero dejó claro que éste no era un proyecto para becarios. Necesitaban, paradójicamente, a gente nueva aunque con mucha experiencia.
Decidieron llamar a un fotógrafo disputado por todos los artistas de rock para plasmar portadas y rodar videoclips, el holandés de origen checo Anton Corbijn, para que asumiera el papel de director. Encargaron el guión al hijo del director de La Misión y Los gritos del silencio (Roland Joffe) y de la actriz Jane Lapotaire, un inédito Rowan Joffe, y adjudicaron la composición de la banda sonora del film a un actor alemán que últimamente ha cosechado fama como músico: Herbert Grönemeyer… “Añadimos un puñado de estudiantes de interpretación suecos e italianos, y la cosa va que chuta”, sentenció Sisti.
En casa y con gaseosa Se trata de una producción americana, el título no engaña. El propio Clooney corre con buena parte del dinero. Es, en cierto modo, su película. Pero aquí acaba todo. El resto es una película italiana que bien podría haber rodado Leone allá por los años sesenta, muy de estar por casa, prestando mucha más cancha a las emociones y a las tramas sociales que a la acción. Para los amantes del género de superespías intrépidos de la marca Bond, esta película queda a años luz. Pese a todo, cuestión de formas, Clooney insistió en caracterizarse a lo James Bond y se atrevió a empuñar su mítica pistola, una Walter PPK… Si la cosa luego iba de “Anacleto, agente secreto”, no importaba.
Se rodó la película en la localidad italiana de Castel del Monte, un pueblo perdido de sólo 129 habitantes. La cosa va de un espía americano que lleva dos vidas paralelas –Jack y Edward– y a quien una persona rica y poderosa encarga un asesinato a medida. El espía en cuestión (Clooney) acude a Italia con este propósito y huyendo de antiguas enemistades que llevan años mascullando su venganza. Allí conoce a una prostituta (Violante Placido) de quien acaba enamorándose, y traba amistad con el cura del pueblo, el padre Benedetto, que se desenvolverá como mentor. La trama está bien urdida, hay suspense, aunque sin las persecuciones características del género. Los diálogos traen mucha miga. Padre Benedetto a Edward/Jack: “No puedes negar la existencia del infierno, vives en él…”
Spaguetti Bond Insisto en que si la película se hubiera rodado en los 60 habría tenido a Leone por director y a Ennio Morricone por músico. No en vano, The American incluye en su banda sonora (no aparece en el disco) un fragmento de Hasta que llegó su hora…
Cuando los aficionados al arte melocinematográfico asociamos el nombre de Stanley Myers a la trayectoria de un compositor alemán que debutó en los 80 pensamos de inmediato en Hans Zimmer. Sisti se quedó de piedra cuando se reunió por primera vez con Herbert Grönemeyer y le preguntó lo típico: “¿Has trabajado alguna vez en una banda sonora?”. El músico alemán le recordó que en la película de 1983, Sinfonía de primavera, no sólo encarnó al músico Robert Schumann sino que colaboró con Stanley Myers en la composición de la banda sonora. Todo un referente. En un encargo menor, pero más reciente (2007), Grönemeyer también había trabajado con Corbijn en Control. De hecho, fue el director quien escogió al músico.
Grönemeyer, al contrario de Zimmer, tenía en mente en los años 80 más interpretación que música. Su celebrada actuación en Das Boot (El submarino), encarnando al teniente Werner, le abrió falsas expectativas en una Alemania de transición con un cine también de transición. Decidió entonces buscar fama como músico (aunque no en el cine).
The American suponía para Grönemeyer un regalo-trampa. Era una película muy italiana que requería una música más italiana aún. El disco incluye cortes como la canción La Bambola, de Patty Bravo, o Tu Vuo Fa l’Americano, de Renato Carosone, aderezados con fragmentos de Madama Butterfly, de Giacomo Puccini, con la excusa de que Madame Butterfly era precisamente el alias del espía protagonista.
Con un piano y una orquesta de bajo presupuesto, Herbert Arthur Wiglev Clamor Grönemeyer, nacido el 12 de abril de 1956 (un chaval) en Göttingen, acometió su primer score en solitario y salió bien parado. Nada falta y nada sobra en su partitura, bien adscrita al clima y al ritmo de la película de Corbijn.
El músico de la Baja Sajonia estudió a la vez piano e interpretación en la Escuela de Arte Dramático de Colonia. En los setenta llegó a montar una Orquesta Oceánica (jazz) y a editar discos de gran éxito en el país, como Bochum. Pero el éxito de Das Boot y el hecho de enamorarse (y casarse) con una actriz de aquel reparto, Anna Henkel, le hicieron perder de vista el pentagrama. Empezó a prodigarse como actor en numerosas series locales de televisión, aunque seguía siendo recordado como músico y, los veranos, montaba alguna que otra gira musical. Para colmo, también ofició de intelectual y criticó duramente al gobierno de Helmut Kohl, lo que le valió un encasillamiento como artista.
En el 2002, volvió a la música por la puerta grande y su álbum Mensch (Humano) fue disco de platino y le valió toda suerte de alabanzas. Puede que The American reponga a este artista en su punto de partida: un piano ante una gran pantalla y una música con la que emocionar.
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