Esta semana que nos ocupa tendría que celebrarse el Festival Internacional de Musica de Cine ‘Provincia de Córdoba’. Yo aprovecharé que esa semana ya estaba bloqueada en mi calendario para, en vez de trabajar duramente y sin descanso, debajo de un sol insistente y terco y acumular horas y horas de sueño, irme de vacaciones con mis amigos y mi familia. Serán mis primeras vacaciones en 11 años.
Así que cuando leáis esto uno estará paseando por la playa, por el campo, por el bosque o vaya usted a saber. Que desde lo ocurrido, uno pretende controlar mucho menos lo que le depara el destino, y más aún en vacaciones.
Y lo ocurrido deja muy claro dónde nos encontramos actualmente: en un mundo donde la deslealtad y la falta de compromiso compite con la desvergüenza y el “aquí no pasa nada”. Y fijaros que os hablo de un Festival. Y encima de un Festival de Musica de Cine. Que para nosotros será todo lo importante que queráis, pero no deja de ser una actividad cultural y lúdica, centrada en una parcela musical muy especializada y reducida, por más que día a día, año a año, esta crezca y se extienda, muy a nuestro beneficio y especial disfrute.
Es decir, que si lo que nos ha ocurrido con el Festival es algo “sin importancia”, aunque no lo veamos así las personas perjudicadas, que hemos sido muchas -organización, músicos y compositores- por la decisión injusta y oscura de una serie de políticos, imaginaos que esto mismo pasa con algo tan importante como el futuro de las personas y su porvenir.
El español esta desensibilizado a situaciones alarmantes. De estafas, robos (de guante blanco), del «quítate tu para ponerme yo» o de puñaladas “cesarias” del todo a cien. Y eso da mucho miedo. Principalmente porque si no se le pone freno la situación será insostenible. Y no para un Festival de Musica de Cine, sino para nuestro día a día. Para nuestro futuro y el de nuestros hijos.
Esta situación y su degenerativa evolución me han acompañado en estos 10 para casi 11 años que hemos realizado el Festival. Hemos vivido un inicio lleno de energía positiva, brillante, luminoso y optimista en Úbeda, con unos políticos que aún seguían manteniendo su palabra y que luchaban por lo que realmente creían que era lo mejor para su ciudad.
Así, entre todos, políticos, aficionados, aficionados metidos en la organización y habitantes de mi bella ciudad Patrimonio de la Humanidad, construimos un “campo de sueños” que erizaba el pelo a unos, enamoraba a otros y, en general, deslumbraba por su espontaneidad, autenticidad y vitalidad.
Conforme los años fueron pasando, la ciudad no terminaba de creerse que Úbeda pudiera mantener tantas actividades culturales. Y lo que pensábamos que estaba asentado, no lo estaba, como vimos aquel fatídico julio de 2011, donde ante la bellísima y arrebatadora imagen de una iglesia del Salvador, iluminada con colores majestuosos, con una orquesta de Málaga y un pasional Arturo Díez Boscovich y algunos de los más prestigiosos y talentosos compositores europeos (Alberto Iglesias, Gabriel Yared, Phillipe Sarde, Pascal Gaigne y Bruno Coulais), delante de 3.000 almas, contemplaba cómo el recién nombrado alcalde de la ciudad no se dignaba a aparecer en publico para entregar el premio de la Ciudad, el Mérito a las Artes de Francisco de los Cobos, a uno de los compositores más míticos de la historia de la música de cine: Phillipe Sarde.
Y ahí es cuando empezábamos aquellos barros, que generarían los lodos actuales.
En Córdoba, demasiado cercano y fresco aún, tuvimos la suerte de tener una persona que retomó el Festival. Pero nada fue igual. El dinero no lo es todo. A pesar de un aumento del presupuesto en comparacion con Úbeda, se echaba de menos una mayor planificación previa del trabajo, pues todo se cerraba de una manera u otra a última hora. No entraré en más detalles pues, como digo, aún está todo muy fresco y dolorosamente apegado a mi psique. Pero ya sabéis lo que ocurrió. O si no, ya os lo comentaré con unas cervezas cuando todo este menos dolorosamente cerca.
Los barros se convirtieron en lodos. Las palabras se las llevó el viento y, con estas, la vergüenza y la digna caballerosidad que antiguamente reinó entre los hombres y mujeres de bien. Algo para contar a nuestros hijos a modo de cuento nocturno antes de dormir: “Había una vez… gente con principios y palabra…”
Está claro que quien este libre de culpa que tire la primera piedra. Pues nosotros también caímos en malas decisiones o errores de peso. El que os habla/escribe empezó siendo un sargento chusquero, un mero aficionado con cierta experiencia en la movilización de pequeños grupos de personas que de repente tenía que ser un capitán o un general y saber por dónde encaminar un evento que era pionero en sus formas y en su fondo. No podía mirar a mis lados, a mi frente o a mi retaguardia para ver qué hicieron otros en determinadas situaciones.
Sevilla y Valencia habían marcado ciertas pautas en el pasado para llevar a cabo conciertos o encuentros entre compositores y aficionados, pero nada de la locura que montamos en Úbeda: una especie de híbrido entre festival, congreso, encuentro y campamento de verano. Los festivales se crearon más desde el corazón, los riñones y, por qué no decirlo, los cojones, que desde la cabeza. Y esto último produjo alguno de los errores de peso que, o bien marcarían alguna excisión en nuestro equipo organizativo, o bien algún problema que otro con algún compositor demasiado acostumbrado a trabajar en ambientes mucho más evolucionados y asentados.
Tampoco nos pongamos como únicos culpables de ciertos fallos. La falta de capacidad para trabajar en equipo, la brillante pero engañosa atracción por colocarse en un lugar preferente o bien al lado de un compositor de alto nivel, de “figurar» en determinados momentos (recordemos, hablamos de un Festival de Musica de Cine, no de curar el cáncer), dejando de lado las responsabilidades autoadquiridas en un principio dentro de la organización, o las «Divas» (que haberlas haylas) también ocasionó alguno de estos comentados problemas.
Recordad que éramos miembros de una Asociación que paso a paso, año a año, se convirtieron en profesionales. Porque, ¿qué mejor que el “campo de batalla” para formar a personas?, y más cuando ese campo estaba lleno de minas y uno no paraba de ganar batallas a base de los comentados ovarios/cojones, más que por tener una artillería o armamento de primera.
Nuestro problema siempre ha sido nuestra falta real de presupuesto y, sobre todo, lo que es aún peor, una estabilidad que pueda armar un evento de estas características. Un evento que es un hijo pequeño que necesita de nuestra dedicación diaria y un apego emocional bastante más elevado de lo que debería ser necesario para un evento cultural. Si cada año que pasa te cuestionas la continuidad del proyecto, nunca tendrás una hoja de ruta real para desarrollar lo que te propones. Porque hoy puedes realizar lo que quieres, pero mañana puedes perderlo.
Esa situación siempre nos ha acompañado en cada edición.
A veces uno se empecina en seguir con una idea, luchar por un proyecto, pero no se da cuenta, porque está dentro de ese túnel que no te hace ver más, que ese proyecto debe de mantenerse pase lo que pase. Que no muera. Porque es único. Porque has dedicado tu vida o parte de ella en el. Tiene tu personalidad. Tiene tu amor.
Y es cuando el destino, un caballero sin capa, o la misma vida, te da una bofetada y te deja claro que lo que pensabas que era tan vital e importante no dejaba de ser algo bonito, en cierta forma único y a veces gratificante, pero que en verdad era un sueño que se había anclado demasiado a nuestra realidad.
Cuando te quitan de golpe de las manos aquello por lo que luchaste tanto tiempo es cuando te alejas. Entonces ves todo en perspectiva y te das cuenta de cosas que antes no veías. Y para los que sois padres, sabéis que también relativizáis a nuestros «hijos no de carne», esos proyectos que finalmente deben de quedar en segundo plano por detrás de esas personitas que realmente necesitan de tu tiempo, ilusión, esfuerzo y guía. Algo más gratificante y, sobre todo, en donde solo dos participan en su creación y crecimiento. Un desahogo.
Así me encuentro hoy. En la playa, en el campo o en el bosque. Valorando lo que hemos hecho mal. Lo que hemos hecho bien. Sabiendo que fuimos pioneros y, por tanto, luchadores en campos desconocidos. Que creamos algo que otros han tomado como bueno y lo han incorporado en parte de su ADN. Eso me llena de satisfacción y de una sonrisa perpetua.
Pero lo que más me gratifica, a pesar de los problemas habidos, es saber las vivencias que he tenido. La de gente buena que he conocido. Gente que aún me acompaña en esta loca andadura, ya sean compositores, compañeros de organización o aficionados que no fallan ni un año en asistir al Festival. Y por supuesto, Basil. Mi estrella polar en temas de música de cine.
Hoy el guerrero está de retiro. Llenándose de energia. Viendo el atardecer. Afilando su espada.
Mañana sera un nuevo amanecer. Uno nuevo, diferente y posiblemente más brillante. Donde nuestras raíces anclen nuestras decisiones y nuestra experiencia domine nuestro nuevos y esperanzadores proyectos.
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