Tracklist:
- 100,000 People
- Target Destruction
- Revolution in the Pentagon
- Low Evil
- Blind Moles
- Behind the Moon
- November 1, 1967
- IBM Punch Cards
- The War to End All Wars
- Statistical Control
- A New Weapon
- Damned If I Don't
- The Family
- Chengtu
- Dominoes
- 67 Cities
- Rolling Thunder
- Invitation
- Success
- Data
- Across the World
- 5 Weeks
- Norman Morrison
- Snowing
- Gulf of Tonkin
- Return From Vietnam
- Private and Public
- Unilateralism
- Why Are We Here?
- Evil Grade
- Body Count
- The Light That Failed
- No Second Chance
- The Fog of War
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La mayoría de los compositores de cine han tocado el género documental, pero incluir a Philip Glass en dicho paquete supone abrir una brecha en la controversia sobre si Glass es, a ciencia cierta, un compositor cinematográfico. El ejemplo viene como anillo al dedo, puesto que es a la hora de musicar unas imágenes desdramatizadas, sin emociones convencionales, diálogos teatrales ni acción cuando un músico puede poner a prueba la afinidad de su universo sonoro con el universo iconográfico del fotógrafo o director del documental.
Philip Glass es un exorcista de imágenes. Geodfrey Reggio reconoce que su trilogía documental Kokaanisqatsi-Powaqatsi-Naqoyqatsi nunca habría podido completarse sin la fuerza que la música de Glass sabe extraer de las secuencias. Errol Morris quedó impresionado con la sintonía que la música de Glass pertrechó para su proyecto The Thin Blue Line y era consciente de que en un proyecto tan abrupto como The Fog Of War semejante efecto estético iba a ser crucial:
"Me pregunto cómo sería la música que un compositor utilizaría para acompañar el desarrollo del siglo XX. Las imágenes serían sobrecogedoras: ciencia, horror y un sentido curioso de capricho y destino. El guión plantearía las guerras como un hilo conductor, planteando si en el fondo no serán como una parte inevitable e irrenunciable de la naturaleza humana... No puedo pensar en nadie mejor que en Philip Glass para poner música a un proyecto así... He trabajado con él en tres ocasiones, y en una de ellas le confesé que, a mi modo de ver, era capaz de crear una sensación de temor existencial mejor que ningún otro músico conocido... Si a los jinetes del apocalipsis les diera por tocar, tocarían música de Glass..."
El hombre de cristal
Su música es arquetípica y repetitiva, anoréxica, esquelética; pero Philip Glass es un músico poliédrico, un genio y un creador. Su formación musical es calcada de la que recibieron académicos tan renombrados como Bernstein, Goldsmith, Williams o Mancini.
Pese a su origen humilde (hijo de un reparador de radio-transistores), el talento juvenil de Philip Glass atrajo pronto la atención de academias como la Juilliard School of Music y de músicos como Darius Milhaud o Nadia Boulanger. Fue también aventajado discípulo de un músico de cine: Laurence Rosenthal; pero, más que nada, fue y ha sido siempre un rebelde sin causa en esta profesión.
Glass se aficionó a la música a partir de un experimento de su padre que, además de reparar radios, vendía también discos a sus clientes. Ben Glass no sabía nada de música, y no entendía por qué los discos de Beethoven o Strauss se vendían como churros y los de Shostakovitch no había quien los comprara; así que se llevaba estos últimos a casa y los regalaba a su hijo Philip, quien desarrolló un interés ilimitado por la música "rara". A los 15 años tocaba la flauta o el violín con la firmeza de un concertista; pero lo más asombroso es que había inventado una técnica de progresión de escalas en 12 tonos, tan innovadora como difícil de conciliar con los gustos musicales del momento.
En París, estudiando bajo la tutoría de Nadia Boulanger, Glass hizo migas con un entonces desconocido Ravi Shankar, y descubrió que su "invento" musical se practicaba en la India desde hacía siglos. En una odisea similar a la de Peter Gabriel en los años ochenta, Glass se convirtió 20 años antes en explorador musical y viajó por el norte de África, la India y el Tibet. Se convirtió al budismo y regresó a América con un talante creativo aún por inaugurar.
Mientras otros discípulos de la Juilliard ya empezaban a "oscarizarse", vender discos y adquirir gran fama popular gracias al cine, Glass trabajaba como taxista en Nueva York, practicando estrofas musicales con un piano eléctrico en un cuartucho diminuto.
A principios de los setenta, el teatro neoyorquino estaba sediento de ruidos nuevos, exóticos y rompedores con los que amenizar raros proyectos... Glass encajaba perfectamente en ese universo y acabó juntándose con otros músicos y creando el Philip Glass Ensemble. Su primer disco, Music In Twelve Parts, no dejó a nadie indiferente; pero fue la ópera Einstein On The Beach, de 6 horas y media de duración, la que convirtió tanto al músico como al escenógrafo Robert Wilson en los más modernos de todo lo moderno.
Tras el teatro, llegó el cine: Koyaanisqatsi, Mishima, Powaqqatsi, The Thin Blue Line, A Brief History Of Time, Candyman... Pero las mieles del prestigio sólo se entreverían en 1998 con Kundun (LA Critics Award, nominación al Oscar, nominación al Golden Globe y nominación Grammy), 1999 con The Truman Show (Golden Globe a la mejor BSO) y, sobre todo, en el 2002 con The Hours (Golden Globe y nueva nominación al Oscar).
Musicalmente, entre los pareceres reina la división. Los críticos de su país han tachado la música de Glass de rompecabezas rítmico y han acusado la falta de progresiones narrativas en sus composiciones.
Glass, que concibe la música "sólo como una expresión artística", no busca complacer ni a críticos ni a compradores de discos ni a productores cinematográficos. Su música de latido persistente, de oscilaciones orquestales reiterativas, de ritmos empastados sobre una estructura harmónica frágil en la forma e inalterable en el concepto, busca un solo efecto: el éxtasis; un extasis no tan entendido como placer sino como paréntesis temporal (etimológicamente, éxtasis significa fuera del tiempo). Escuchar una composición de Glass es como someterse a una sesión de hipnosis por la que seis horas y media pueden transcurrir sin noción alguna, como en un letargo.
Sin esa clave hipnótica, la música de Glass puede poner a más de uno de los nervios y resultar impermeable al gusto musical. La música tradicional hindú paga un precio similar.
El músico siempre ha definido su música como "arriesgada". El término "minimalista" no partió de Glass, pero admite que casa con sus primeras composiciones. La música actual, sin embargo, gana en riesgo y pierde en minimalismo. Desde los ochenta, Glass y sus dos eternos colaboradores, Kurt Munkacsi y Michael Riesman, han explorado construcciones para orquestas de cámara, lieds para populares colaboradores como Paul Simon, David Byrne o Suzanne Vega, instrumentaciones étnicas y hasta piezas con guitarras o bajos eléctricos y batería (Mishima marcó un hito y The Fog Of War profundiza en este mestizaje sonoro).
La niebla inextinguible
Demasiado excepcional en todo para pasar por músico de cine convencional, Philip Glass culmina, en cualquier caso, una labor melocinematográfica perfecta en The Fog Of War. La película de Morris no es menos arriesgada que la BSO hipnótica de Glass. Sorprendió que a principios del 2004 compartiera cartel de estrenos en los cines estadounidenses con películas como The Passion... de Gibson. Ganar el Oscar al mejor documental puede que sea una tarjeta de presentación más que honorable, pero por nuestras latitudes ni se huele... Es una película, insisto, difícil; casi una entrevista de dos horas con pegotes de escenas de televisión de hace 40 años, anuncios publicitarios y poca cosa más. Pero las revelaciones de McNamara resultan arrebatadoras, y la música de Glass las viste como si de un transporte a la dimensión desconocida se tratara.
Como la música de Glass, con la música de Glass, las palabras de McNamara se hacen epidérmicas; no buscan los oídos sino la piel del espectador, sus entrañas, su pensamiento. Pavlov disfrutaría examinando las reacciones de un burócrata al servicio de la actual Administración estadounidense ante una película así, en la que lo más contundente es lo que no se ve. Los militares no soportarían visionar un documental como éste en un lugar público y hacer frente a las propias flaquezas morales del engranaje bélico, y la música de Glass les parecería seguramente insoportable, como una gota malaya...
Pero Morris quiso con esta película democratizar los secretos de estado en general. Racionalismo occidental, unitarismo político, patriotismo, todo se va a la mierda en un desfile trenzado para el que Glass compone una marcha marcial.
La tensión arranca cuando McNamara recuerda sus conversaciones con el general Curtis LeMay casi al fin de la segunda guerra mundial. Por entonces era sólo un burócrata salido de la Ford y fichado por el pentágono por su habilidad numérica para identificar errores de producción... Posiblemente fuera el primer tecnócrata que aterrizó en la Administración americana.
McNamara descubrió que uno de cada cinco aviones enviados a Dresde (Alemania) para arrasar aquella ciudad con bombas incendiarias no llegó a descargar jamás su munición. LeMay, indignado, sometió los pilotos "cobardes" a un consejo de guerra. Poco tiempo después, el propio LeMay diseñó un plan similar para castigar la población civil japonesa...
Antes de que Hiroshima y Nagasaki entraran a la historia, bombardeos selectivos de los B-59 estadounidenses habían causado ya cerca de un millón de bajas en la población civil japonesa. El peor escenario fue Tokio.
McNamara era el secretario de Defensa de Kennedy en la crisis de los misiles cubanos. Morris explica cómo no fueron John y Robert Kennedy quienes salvaron al mundo de un holocausto nuclear (tesis de otra película, 13 Días), sino el juicio racional de este maquiavélico personaje que, a los 85 años, no da respuestas sino que abre interrogantes de una crítica más que lúcida. Robert S. (la "s" decían los halcones de la Casa Blanca que venía de strange, estraño) McNamara, como los Kennedy, viene de una familia americana de origen irlandés. Hombre de confianza de John Kennedy, McNamara no tardó en descubrir que una guerra nuclear sólo se gana perdiendo al mundo y aconsejó a su presidente que empatizara con "el enemigo" y abriera puentes de diálogo.
McNamara también le aconsejó que retirara a los técnicos de la CIA del Vietnam y que evitara una guerra en aquel sitio. The Fog Of War es el primer documental que destapa las conversaciones telefónicas grabadas entre McNamara y Lyndon B. Johnson tras el asesinato de Kennedy, en las que éste último le reprende por haber aconsejado a Kennedy que no enviara tropas a Vietnam.
"Porque tenemos la fuerza aérea más poderosa creemos que nos es posible ganar cualquier guerra, y no es cierto..." McNamara recuerda que Vietnam nunca fue un aliado del comunismo sino que se debatía en una guerra de independencia con China que había iniciado mil años antes... También recuerda que Vietnam vio morir a una cuarta parte de todos sus habitantes durante la guerra con Estados Unidos. Las imágenes de su visita a Vietnam en 1992 se solapan con la queja de McNamara sobre los intensos bombardeos de la aviación en el norte del país a finales de los sesenta, "que no obedecían a una estrategia sino a un capricho de los militares y a un desdén por las culturas asiáticas"... La música de Glass abre el campo visual a imágenes de destrucción y muerte; a la lógica de la guerra, criticada por un tecnócrata con escrúpulos en su venerable ancianidad. La música también explora los silencios entre palabras, o la conmovedora confesión de que su labor de consejero de la Casa Blanca pudo dar de comer a su familia y, a la vez, mató a su mujer...
Las once lecciones de McNamara (como reza el título de este documental) se resumen en la necesidad de que la Administración estadounidense sea capaz de empatizar con sus adversarios diplomáticos. "Lo conseguimos con los rusos, pero fuimos incapaces de empatizar con el Vietcong ni somos capaces de hacerlo con el mundo del Islam... Debemos ser capaces de ponernos en la piel de los demás."
Morris no beatifica al ex secretario de Defensa; al contrario, lo desnuda casi hasta el límite de la humillación. Su vida transcurre en un apacible retiro y una salud envidiable (practicando aún el esquí a sus años en Aspen, Colorado); pero, con un fondo musical tan intimista como crudo, McNamara se confiesa ante las cámaras como el responsable de la muerte de 3.400.000 vietnamitas (la mayoría, población civil) y 58.000 soldados estadounidenses, "al igual que de la de miles o tal vez millones de japoneses"...
Otra delicia audiovisual es la profundidad que la música de Glass otorga a la voz de McNamara cuando, hacia el fin del documental, trae a colación unos versos de T.S. Elliott extraídos de su poema Four Quartets: "El pasado está presente en el futuro, y el futuro contiene el pasado... La gente sin historia no halla en el tiempo su redención, porque la historia es un patrón hecho de instantes eternos..." De forma más prosaica, The Fog Of War concluye que quien no extrae ninguna lección de la historia está por siempre condenado a repetirla.
Lo Mejor:. El tema principal, que despunta en los cortes 100.000 People, Damned If I Don't y, por supuesto, The Fog Of War. Es un tema pegadizo con latido muy bajo y que aparece en los momentos en que McNamara parece como si sucumbiera al hipnotismo de Glass y extrajera de su subconsciente los datos más escalofriantes acerca de la guerra y sus razones, o bien se pusiera a recitar como en un sueño apocalíptico los versos de T.S. Elliott.
Lo Peor: Un disco de estas características merecía un mayor desembolso en tinta y papel para informar de quienes toman parte en el proyecto (solistas) y de la consonancia de los 34 temas con las partes del documental... Supongo que Orange Mountain Music no puede rivalizar con SONY o Nonesuch en semejante cometido. Tampoco va a ser una BSO fácil de encontrar en las tiendas.
El Momento: Se trata de una revelación que McNamara hace en The Fog Of War por primera vez: "Meses antes de las dos bombas de Hisoshima y Nagasaki, los B-59 estadounidenses bombardearon Tokio la noche del 10 de marzo de 1945 y causaron más de 100.000 muertos civiles..."
En ese preciso instante arranca la pieza 100,000 People de Glass, con una exactitud quirúrgica, a la vez que McNamara razona fríamente: "¿Está justificado acabar con la vida de 100.000 personas civiles en una sola noche para poner fin a una guerra y evitar que miles de soldados estadounidenses sigan causando bajas? Todo es cuestión de números. La guerra es cuestión de números..."
Cada redoble de tambor suena a bomba desatada y la música de Glass se esparce como una onda explosiva; luego Vietnam, luego Irak...
Jordi Montaner
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