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Whale Rider

Whale Rider


Compositor : Gerrard, Lisa
Año : 2003
Distribuidora : 4AD/Beggar's Banquet

Muy bueno
Tracklist:
  1. Paikea Legend
  2. Journey Away
  3. Rejection
  4. Biking Home
  5. Ancestors
  6. Suitcase
  7. Pai Calls The Whales
  8. Reiputa
  9. Disappointed
  10. They Came To Die
  11. Pai Theme
  12. Paikeas Whale
  13. Empty Water
  14. Wakak In The Sky
  15. Go Forward

La mar, la protagonista, las ballenas varadas, la historia, la leyenda, la cultura ignorada, la adolescencia, la soledad, la marginación, la escritora, la directora, la metáfora, la compositora, la belleza... Todas son, en Whale Rider, partes de una trama urdida siempre en femenino singular.

Desnuda de todo ropaje político, ésta sea tal vez la película más feminista que el cine haya arrojado a la pantalla en años... Transcurre en las antípodas y se recrea en la épica del pasado; pero encaja como un guante en las tan caducas perspectivas de futuro que nuestra sociedad trata de dibujar para las generaciones de adolescentes (sin pasar de un discreto y caduco cliché); casa con esa lírica triste con que muchas niñas disuelven su madurez de mujeres.

Whangara, en la costa occidental de Nueva Zelanda, es una comunidad maorí que recibe el siglo XXI bajo el peso de una leyenda (o una maldición). La novelista Witi Ihimaera, narra en su novela cómo Whangara debe, en realidad, su existencia a un joven héroe llamado Paikea, que huyó en canoa de su poblado natal, naufragó y fue salvado por las ballenas y arrojado luego a una remota costa, donde cimentó una estirpe maorí legendaria: la de los jinetes de ballenas (whale riders). Cada hijo varón de aquella estirpe, desde incontables generaciones, está llamado a representar al héroe Paikea y gobernar a la gente del poblado de Whangara con el arrojo y la sabiduría del padre de todos los padres...

La fatalidad, no obstante, irrumpe en forma de un parto mellizo difícil en el que fallecen el sucesor varón de la estirpe de Paikea y la madre que lo engendró, quedando sólo con vida la pequeña Pai, a quien todos culpan desde su nacimiento por haber quebrado el destino de Whangara.

Pai vive su niñez sin comprender en ningún momento el estigma de que es objeto, tutelada con reparos por su apesadumbrado abuelo, más atento al cercano fin de todo que al cuidado de su nieta.

Cuando Pai cumple 12 años, gana un concurso literario en la escuela local, y lo hace precisamente con una oda dedicada a su abuelo Koro. Éste, sin embargo, se avergüenza de su nieta y decide menospreciarla. Entonces, en una de las secuencias más mágicas de la película, Koro descubre a un grupo de ballenas varadas frente a la costa... En la cultura maorí, las ballenas tienen asignado un papel mitológico: el de guardianas de almas. Koro cree que el fin ya ha llegado, y no puede dejar de pensar que su nieta Pai es, en verdad, la culpable.

Las ballenas varadas movilizan a toda la comunidad, que reacciona en apoyo de los cetáceos y tercia por liberarlos de una muerte segura. Koro, sin embargo, argumenta que no se trata de una emergencia medioambiental sino de una señal de los dioses.

La pobre Pai, a quien el rechazo y la soledad han convertido en una adolescente precoz, sabe que su existencia es fruto de un error y decide pagar con su vida por todo el daño que ha ocasionado a su pueblo... Sorteando a las ballenas varadas, monta a lomos de la mayor y, en un gesto épico, guía a toda la manada mar adentro, salvando así a los animales y hundiéndose con ellos en el gran manto azul, atada a una aleta con su culpa invisible.

Whale Rider tiene un poco de Local Hero, otro poco de Dead Poet Society, bastante de Billy Elliot, y mucho de la reciente y también oceánica Rabbit Proof Fence. El esquema parece sencillo: historia local, conflicto cultural y de generaciones, desenvolvimiento trágico. La directora Niki Caro resuelve la película con más poesía que moral, lo que le valió los elogios de la crítica en el Toronto Film Festival y el Sundance Film Festival; pero comunidades de padres de las más reaccionarias de EE.UU. arremetieron contra la cinta al poco de su estreno en el país, y la tacharon de "peligrosa" por su manifiesta apología del suicidio.

Pai no disimula su intención, y a lo largo de la película evoca ideas inequívocamente suicidas ("La vida, por tanto, ha perdido ya todo propósito")... La muerte, en definitiva, no es para las culturas oceánicas lo que todos pensamos por estos pagos. Cuando las ballenas recalan en una playa poco profunda, "es porque vienen a morir"... They Came To Die es, precisamente, uno de tantos temas del álbum de la banda sonora en los que Lisa Gerrard se solidariza, con sus temperados góticos y su elegíaca voz, a la evocación de la novelista y de la directora de Whale Rider.

Lisa GerrardCarteleraLisa Gerrard se reivindica en este disco como compositora de cine, y no sólo como arreglista vocal al servicio de Hans Zimmer (Gladiator) o Pieter Bourke (The Insider o Ali). Ya en los 90 dejó claro que Dead Can Dance no era sólo Brendan Perry, y lo hizo sacando al mercado dos álbumes en solitario: Mirror Pool y Duality. Quedaba pendiente demostrar su talante en la composición cinematográfica, lo que en Whale Rider consigue y no sin evocar cada una de sus etapas de colaboración con otros músicos.

Hay quien descubrirá en Go Forward (la coda del disco) más de una reminiscencia del Now We Are Free que Gerrard ejecutó a las órdenes de Zimmer para Gladiator. Pero la influencia de Zimmer en este disco puede que sea mucho más intrincada... Cuando el gurú de Media Ventures compuso The Thin Red Line, quedó prendado con una serie de grabaciones "caseras" que la mujer de Terrence Malick había coleccionado por la Melanesia. En una entrevista, Zimmer explicaba que, según antropólogos a los que había consultado, las tribus oceánicas son los únicos moradores primitivos de este planeta que aprendieron a vocalizar espontáneamente de forma armónica. Se trata, con toda probabilidad, de un aprendizaje arrojado (como el mítico Paikea) del mismo mar, nacido de la canción de cuna más antigua del planeta: la que ejecutan las ballenas jorobadas (humpback whales) en el sur del Pacífico, y en la que se hacen acompañar de forma sincopada por el arrullo de las olas.

Gerrard compone como en una paleta de pintor en la que, dicho sea de paso, abundan más los tonos que los colores. En Whale Rider manda el azul, y a Gerrard le va que ni pintado.

En un kilométrico e-mail, la directora Niki Caro comentó a la compositora sus ideas para la película. La música no podía nadar en las estridencias de una gran orquesta, ni podía sacar punta a las múltiples marinas sinfónicas ya compuestas desde Ravel o Khachaturian, hasta el más cercano Horner. Pero estaba claro que, aunque la historia transcurriera en tierra firme, la música de Whale Rider debía llegar del mar y llevar al mar, como una marea.

Una valoración estrictamente musical situaría a este disco en los archivos de la new age, y más concretamente, en el apartado de "música ambiental" que tiene por gurús a gente como Brian Eno. Gerrard, sin embargo, no busca parecerse a nadie más que a sí misma ni componer una música nada más que para una cinta muy sui generis.

Su discurso melocinematográfico, en tal sentido, casa mejor con lo que Eric Serra compuso para Besson en Le Grand Bleu o Atlantis que a Zimmer. Pese a que la película tiene una intensidad dramática arrolladora (que daría entrada a orquestaciones intimistas de la escuela polaca, del tipo de Kilar o Kaczmarek, o a las vertientes más líricas de Isham o Portman), pese a que la soberbia fotografía de Leon Narbey se recrea en una erótica del paisaje que invitaría a pensar más bien en músicos como Barry o Jarre, pese a que el guión asume planteamientos muy contemporáneos en los que se recrearían músicos como Nyman. Hacía falta en la película un discurso melocinematográfico neutro, pero que a la vez pudiera evocar ese cosquilleo sensorial que determinados efectos de sonido del tipo de un viento, una lluvia, la sirena de un barco o un "bodegón" marino con gaviotas o ecos de ballena pueden dar a una secuencia. Caro era consciente de que nadie mejor que una mujer podría hablar por la mar, por las ballenas, por la niña Pai o por la cultura maorí, desde la perspectiva de alguien destinado a ocupar un lugar que la historia propicia más que nada a los hombres, al progreso, al sistema. Desde su misma concepción, la película es un desafío de lo femenino a lo masculino: la cultura maorí y las ballenas frente al progreso, Pai frente a su abuelo Koro, la directora Niki Caro frente al sistema, Gerrard frente a su papel de compositora de segunda fila junto a Zimmer o Dead Can Dance...

La actriz novel Keisha Castle-Hughes, que en la película habla sobre todo con los ojos, en la banda sonora lo hace arropada por los aterciopelados ambientes de Gerrard en tres temas: Paikea Legend, Pai Calls the Whales y Go Forward. La compositora no olvida el esqueleto rítmico propio de toda composición cinematográfica, y confía esta pauta en el pianista Phil Pomeroy para el tema de la protagonista: Pai Theme. Rinde un obligado tributo a la cultura maorí en todo el disco (rodeada de colaboradores como Rawiki Paratene, Keriana Thomson y los Wananga Boys); pero, para desmérito de los productores, no está en el disco todo lo que en la película fue (es el mismo pecado de siempre que tanto nos abruma a los aficionados a la músicas de cine). El clima grave y azul, sostenido, de toda la banda sonora se despide en Go Forward con una recitación maorí desde orillas distantes, quedando suspendido en plena mar, como una embarcación perdida, una ballena, una sirena que sacrifica su voz a un inapelable destino.

Lo Mejor: Escuchar el disco a oscuras y con la película en mente.

Lo Peor: Los discos no siempre incluyen toda la música de las películas (dicho sea otra vez), y en Whale Rider se echan en falta canciones maoríes que, en la cinta, consiguen enternecer al público hasta las lágrimas.

El Momento: Go Forward. Significa "sigue adelante", y resume perfectamente la vicisitud de Pai al final de la película. Las cadencias ambientales de Gerrard dan cabida en este corte a un haka, canto típico (acompañado de gestos obscenos) con el que los maoríes saludaban antiguamente a las canoas y hoy reciben y despiden a los turistas o a los contrincantes deportivos. Es un adiós elegíaco, desde la costa distante y a un mundo remoto; sumergido a lomos de una ballena, hacia la gloria, hacia la muerte.

Jordi Montaner Maragall

 
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