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El Dilema de los Spirit

Con motivo de nuestro primer aniversario en la red, aquí os presentamos un divertido y desenfadado relato protagonizado, más o menos, por algunos de nuestros colaboradores habituales, cortesía de Jorofer. Esperamos que lo disfruteis.

La luna sonreía desde la cúspide de una noche enteramente estrellada. El viento lanzaba sus murmullos de un bosque a otro, acariciando con sus manos los ramajes de las frondosas arboledas. Y el riachuelo, sinuoso y juguetón, cuchicheaba con los peces sobre aquéllos que a sus aguas se postraban a beber. Desde su atalaya en la torreta más alta de su castillo, Lord Doncel contemplaba extasiado el devenir de la madrugada. Ataviado con una túnica de color pardo que remataba en una misteriosa capucha que ahora descansaba sobre sus espaldas, el líder de los Spirit se introdujo con lentitud en las sombras de su palacio. Tras atravesar un lúgubre pasillo al que ni siquiera las antorchas podían dar vida, descendió por unas empinadas escalinatas hasta llegar a un amplio recinto de la segunda planta. Una gigantesca bóveda se veía embellecida por el fragor de un intenso hogar; bajo el colorido de la cristalera que la coronaba se hallaba una gran mesa de forma circular.

Circunvalándola, varios sitiales vacíos. Lord Doncel se dirigió a uno de ellos, aquél cuyo respaldo, ricamente ornamentado, destacaba sobre los demás. Tras tomar asiento, Lord Doncel batió sus palmas con energía, momento en el cual apareció un repulsivo ser que, más que caminar, se arrastraba.

-¡Joriak, que las viandas estén dispuestas para después del concilio! -dijo con autoridad Lord Doncel.

-Amo bueno, Joriak obediente, amo recoger Joriak... -farfulló el fiel sirviente.

-Está bien, está bien, guarda silencio. Sé de mi bondad, pues yo te protegí tras la caída de tu reino. No es menester que me lo recuerdes constantemente. Ve y dispón los manjares en el comedor, pues el resto de los Spirit están al llegar; la primera cabalgadura ya ha aparecido en el horizonte.

Efectivamente, tras el ulular de un solitario búho apareció una nueva túnica en la sala. Su propietario, un Spirit versado en las leyes y muy conocido por el ardor con el que defendía sus ideales, se inclinó ante Lord Doncel y ocupó un asiento a su lado.

-Lamento la tardanza, maestro -se disculpó-. Unas justas me entretuvieron en mi condado, mas no me arrepiento de haberlas disfrutado, pues el Caballero del Madrid ha ganado.

-No os excuséis, Lord Nieto, pues sois el primero en llegar.

-Nuevamente tiempos difíciles vivimos...

-Así es, mi estimado discípulo. Una nueva crisis ha estallado. Me temo que es incluso peor que la trágica invasión de los magos olopeos, allá en una centuria olvidada.

-Grave en verdad es la situación -se oyó decir a una inesperada voz que surgía de la entrada principal. Envuelto en un misterioso ropón negro, Lord Rofer avanzó pausadamente hacia la mesa. Su capucha le cubría incluso los ojos, y las largas mangas de su prenda le ocultaban por completo las manos. Su andar era regio y su porte elegante; lástima, eso sí, que sus pies pisaran las faldas de su propio atuendo y le hicieran perder el equilibrio, cayendo todo su cuerpo en el suelo con un inusitado estrépito.

-¿Os encontráis bien, Lord Rofer? -se preocupó el líder del cónclave.

-Oh, sí, no... no ha sido nada - musitó el recién llegado, algo aturdido-. Déjenme informales, no se me vaya a olvidar, que Lord Infante no va a poder asistir a esta reunión... Ya saben, siempre se distrae mirando las... estrellas, y hoy ninguna nube cubre nuestros cielos.

-Jo, entre estrellas y noches jamás podré ver ya la luz del sol -protestó Lord Nieto.

-Estimado compañero, estáis muy equivocado -matizó Lord Doncel al tiempo que se levantaba de su silla-. La luz acaba de llegar...

En efecto, Lady Julia hizo acto de presencia en la reunión; retirada su capucha, la sonrisa de su rostro embelesó a los presentes. Pronto ocupó su lugar al lado de Lord Nieto.

-¿Chica? -preguntó inesperadamente Lord Rofer.

-Mi apreciado amigo, sois muy perspicaz a la hora de definir mi sexo -sentenció Lady Julia con su habitual ingenio.

-Oh, no, no, me refería a si habéis visto a Lord Chica por el camino.

-Al único al que he visto es a Lord Marsus. Se atrevió a insinuar que, al ser una mujer, mi presencia en el Consejo sobraba.

Lord Doncel lanzó una sonora carcajada:

-Mi buen amigo Marsus siempre anda haciendo todo tipo de bromas...

-¿Bromas? ¿Bromas habéis dicho? -preguntó Lady Julia, ciertamente desconcertada; mientras, un nuevo Spirit, Lord Martin, tomaba asiento a su lado-. Vaya, pues ahora nunca podremos salir de dudas... Creo que le he separado la cabeza de su cuerpo. No me pude contener, bien que lo siento...

Lord Doncel movió la cabeza de un lado a otro mientras cubría con su mano izquierda la mitad de su rostro.

-Si no os importa, y ya que estamos hoy aquí todos reunidos -intervino Lord Martin, alzando su cuerpo-, quisiera pedir vuestra opinión acerca de la redacción de los estatutos de los Spirit que me encargasteis...

Tras batir enérgicamente sus palmas, una docena de lacayos aparecieron por la puerta del servicio; en sus brazos portaban un buen número de manuscritos de apreciable grosor.

-De paso, he añadido algunos artículos que podrían resolver un problema que, quién sabe, igual se nos presenta: la remuneración que recibiremos cuando nos cesen en nuestros cargos, y los gastos que sufragará la asociación para el entierro de nuestro líder si es que es asesinado por uno de sus propios integrantes. -Lord Martin dibujó en su boca una mueca siniestra-. En la página mil novecientos dos encontra...

-Muchas gracias, Lord Martin, creo que con esto bastará -sonrió forzadamente el presidente de la reunión mientras movía su mano para que los mayordomos se retiraran-. Y ahora... ¡ATCHÍS!

Semejante estornudo retumbó en toda la estancia, y casi al momento apareció un sonriente jovenzuelo que, ataviado con vestimentas de gala, agachó su cabeza con la mejor de las elegancias:

-¿Llamaba, mi señor?

-¡No, no te llamaba, Aritz! -contestó, algo molesto, Lord Doncel-. Hala, vete al órgano y prepáranos una buena velada para después de la cena.

-Comienzo a impacientarme... -susurró, aburrido, Lord Nieto-. ¿A qué se debe en concreto nuestra presencia aquí? ¿Cuál es ese asunto tan grave por el que nos habéis llamado? ¿Por qué no han llegado aún Lord Chica y Lord Molina?

Lord Doncel suspiró amargamente y se levantó mientras apoyaba las palmas de sus manos en la mesa:

-Bien sabéis quién es nuestro guía espiritual, aquél al que admiraremos hasta el fin de nuestros días... Allí arriba pende su majestuosa figura -dijo, señalando a un estandarte que colgaba cerca de la cristalera principal y en el que se vislumbraba el dibujo de una persona-; allí arriba brilla su plateada melena. Y, sin embargo, ¡ay de nos!, se la ha cortado...

No hubo tiempo para exclamación alguna. De sopetón, dos presencias irrumpieron por la puerta, arrastrando tras de sí un enorme saco que gemía y se removía como si dentro hubiera gallinas o conejos. Lord Chica y Lord Molina habían llegado.

-Estimados colegas, ¡nuestra misión ha concluido! -anunció Lord Chica-. Drásticas medidas para difíciles problemas, mas ya no habrá necesidad de variar nuestro escudo. Como ordenasteis, Lord Doncel, fuimos al reino de Hollywood para comprobar si en verdad nuestro dios particular se había transformado. Con horror, observamos estupefactos la certeza de nuestros temores, pero, ayudados por nuestro tesón, al fin hallamos la solución. A su majestad Goldsmith la coleta le hemos podido... restaurar.

-Pero... ¿cómo es posible? -se levantó Lord Doncel, incrédulo.

-¡Vedlo con vuestros ojos! -exclamó Lord Molina al tiempo que sacudía el saco que hasta el momento mantenía posado en el suelo. Un Goldsmith atado y amordazado examinaba con terror a los presentes-. ¡Fijaos como luce en su nuca la grácil cola de mi corcel!

Atónito ante lo que contemplaba, Lord Doncel abrió su boca hasta casi transformarla en un boquete.

-Pero, ¿qué habéis hecho, desdichados? ¡Ay, al Elevado doy gracias de que nuestro gurú no sea Wendy Carlos! ¿Qué habríais hecho entonces? -preguntó Lord Doncel mientras se retiraba compungido a sus aposentos, apoyando teatralmente sus manos en la frente y, de paso, dando un buen puntapié a Joriak, intentando con ello contener su irrefrenable ira.

Jorofer

 
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