Podríamos decir que el género de vampiros en la gran pantalla es
casi tan antiguo como el cine mismo. Aunque anteriormente ya se
habían realizado algunas películas que trataban, de un modo más o
menos directo, la temática del vampirismo, no sería hasta 1922, con
esa obra maestra del séptimo arte llamada Nosferatu, Eine Symphonie
des Grauens, de Friedrich Wilhem Murnau, que el género de vampiros
empezó una muy fructífera relación con el medio cinematográfico. El
mismo título permite que nos hagamos una idea de hasta qué punto
Murnau concibió su obra maestra como una, literalmente, "Sinfonía de
horrores", en la que todos y cada uno de los elementos y recursos a
su alcance jugaban un importante papel a la hora de sembrar el terror
entre la poca acostumbrada al género audiencia de la época. Nosferatu
es una obra que bebe de los recursos estilísticos y técnicos del
Expresionismo alemán, como puede comprobarse en su acertado uso de
contrastes luz-oscuridad, en el magistral uso de las sombras,
decorados, y en la marcada e hiperbólica actuación de sus personajes,
que tenían que pintarse los labios para poder transmitir, de la forma
más claramente posible, toda la gama de emociones que pedía la
historia y que no podía comunicarse de otro modo en un medio en el
que no tenía cabida, por aquel entonces, ni la voz ni la música. El
resultado es una de las más grandes películas de vampiros jamás
rodadas, mucho más terrorífica que gran parte de las chapuzas tan
desgraciadamente comunes en nuestros días, y cuya única y triste baza
es la exhibición de efectos por ordenador que no hacen sino poner de
manifiesto la paupérrima premisa argumental de las que parten.
Gran
parte de la eficacia de esta película se debe a la inconmesurable
interpretación del actor Max Shreck, que dejó tras de sí toda una
estela de misterio e incógnitas acerca de si verdaderamente era un
vampiro de verdad o si, por el contrario, no se trataba más que de
otro de tantos y tantos fanáticos del método Stanislawski, tan de
boga por aquel entonces, y según el cual el actor debía implicarse
completamente en su papel, no sólo durante el rodaje de las escenas,
sino también durante todo el período que abarcase la filmación de la
película. Esto implicaba que, según, se cuenta, Shreck apenas si se
relacionaba con el resto del rodaje de la película, haciendo acto de
presencia únicamente para rodar sus escenas. Las leyendas del rodaje
afirman que incluso dormía en un ataúd de verdad. Todas estas
anécdotas aparecen reflejadas, de un modo más o menos exacto, en la
magnífica La Sombra del Vampiro, rodada por E. Elias Merhige en el
año 2000.
Anteriormente comenté que sobre la capacidad expresiva y gestual
de los actores recaía gran parte del peso de la película, ya que ni
la voz, un elemento tan importante para la transmisión de
significados, tanto de índole lingüístico como paralingüístico (ahí
tenemos por ejemplo el papel fundamental que juega la entonación, o
la prominencia, en el lenguaje hablado), ni tampoco la música, tan
importante a la hora de acentuar las emociones y ambientar la
historia, tenían cabida por aquel entonces en el cine. Sin embargo,
eso no significa que la película, en su estreno, no contara con un
acompañamiento musical de peso. Y es que, aunque por aquel entonces
no se pudiera incluir un score en la película, la productora de
Nosferatu, Prana Films, sí tenía un director musical, Hans Erdmann,
al que encargaron la composición de una banda musical que pudiera ser
interpretada in situ en el momento de su estreno en cines. Como
podéis imaginar, esto requería una compenetración muy precisa entre
la orquesta y las imágenes de la película, todo tenía que ser de una
precisión matemática, ya que la banda sonora se interpretaba al mismo
tiempo que los espectadores veían la película, por lo que no se
podían permitir fallos de sincronización. Así, Hans Erdmann compuso
ad hoc una muy rica y completa banda sonora que, hasta la fecha, y a
juicio del aquí firmante, es el score más perfecto que se haya podido
escuchar en cualquiera de las decenas de ediciones en video y DVD de
este clásico del cine expresionista alemán. Muy adelantada a su
tiempo, esta banda sonora hacía uso de peculiares efectos sonoros que
conferían una atmósfera siniestra a la película de gran interés.
Actualmente existe una edición de esta joya, de gran calidad musical,
fruto de una ardua tarea de reconstrucción a cargo de Gillian B.
Anderson a mitad de los años 90. Debido a los problemas legales que
tuvo la productora a causa de la demanda interpuesta por la viuda de
Bram Stoker, no se conserva ninguna copia original del score. La
causa de la demanda fue que Murnau utilizó el libro de Stoker sin
pagar derechos de autor a su viuda. En un alarde de ingenuidad sin
precedentes, Murnau pensó que sólo con cambiar los emplazamientos y
los nombres de los personajes evitaría llamar la atención, cuando en
realidad eso no hizo sino agravar su situación. La "fidelidad" a la
obra original seguía siendo demasiado evidente para que Florence
Stoker no se diera cuenta. Afortunadamente para todos los que amamos
el género, no todas las copias fueron destruidas, gracias a lo cual
hoy día podemos disfrutar de esta maravilla del cine.
Precisamente debido a que la partitura de Erdmann no pudo ser
recogida en ningún medio debido a la quiebra de Prana Films, todas y
cada una de las distintas ediciones en video o DVD de esta película
cuentan con un score propio y distinto, compuesto ad hoc para cada
edición, de una calidad que oscila entre lo bueno y lo sencillamente
insoportable. Una de las mejores composiciones de todas las que
pueden escucharse hoy día nos llega del tristemente fallecido James
Bernard, célebre compositor de la Productora Hammer films, que ya
pasó a la historia por su soberbio tema para Drácula, uno de los
clásicos indiscutibles del cine de terror, junto con el tema de
Psicosis de Herrmann y el de Tiburón de Williams. La banda sonora que
compuso James Bernard para Nosferatu sigue unas pautas muy similares
a las que utilizara en las películas sobre Drácula de la Hammer. Sin
ir más lejos, el tema principal de Nosferatu se basa en cuatro notas,
una por cada una de las sílabas que conforman la palabra "Nosferatu",
como si la misma música estuviera "pronunciando" dicha palabra, lo
cual, unido a su contundencia sonora a base de cuerdas, cuatro
trompetas, cuatro trombones y una tuba, confieren a este tema una
grandiosidad realmente aterradora. En contraste con esta aterradora
overtura, Bernard, que, desde mi opinión, siempre fue un gran
compositor de temas de corte más romántico y melancólico, nos ofrece
en este score un tema de Ellen realmente conmovedor, muy en la línea
del tema de los enamorados de su banda sonora para Taste the Blood of
Drácula (El Poder de la Sangre de Drácula). Bernard concibió esta
banda sonora como un "poema sinfónico" en el que pudieran tener
cabida distintos temas fácilmente reconocibles. Sin embargo, y como
suele suceder con los scores de James Bernard, en su conjunto el
score llega a hacerse, quizás, y desde mi punto de vista personal,
algo cansino y monótono, por lo que no llega a igualar, en su
conjunto, a la obra de Erdmann, pese a que el tema de Nosferatu de
Bernard suene mucho más aterrador y siniestro. En cualquier caso,
Bernard hizo un trabajo de calidad que acompaña a la perfección las
imágenes de este clásico inmortal del cine.
Después de Nosferatu, llegó Drácula. Por fin habían conseguido
los derechos para llevar al cine una obra que hasta entonces había
tenido una buena aceptación en Broadway. Tod Browning, el maestro del
género terrorífico de la Universal, autor de esa joya del cine
llamada Freaks (La Parada de los Monstruos) fue el encargado de
llevar a la gran pantalla esta historia. Desgraciadamente, eran malos
tiempos para el terror, muy especialmente en un país de una moral tan
puritana e hipócrita como la que imperaba por aquel entonces en los
Estados Unidos. Por este motivo, en vez de basarse en la obra
original, optaron por la adaptación teatral que Hamilton Deane
hiciera años atrás, lo cual repercutió muy negativamente en el
resultado global de la película de Browning. La obra Drácula tal y
como Stoker la concibiera era una constante transgresión tras otra,
una obra atrevida que buscaba socavar la estricta moralidad de la
sociedad victoriana de finales de siglo, haciendo un especial
hincapié en todo el elemento sexual, tan prohibido por aquel
entonces, y que ya había sido tratado en relatos anteriores tales
como Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu. La adaptación "para todos
los públicos" de Deane carecía de profundidad y de espíritu, se
trataba en definitiva de la edulcorada y conformista revisión de una
obra que podría causar revuelo en unos tiempos en los que el público
no estaba muy acostumbrado a ver terror en el cine. Hay que tener en
cuenta que, como género, éste no había hecho más que nacer, por lo
que los productores tampoco se atrevían a tratar según qué temas por
miedo a una reacción negativa por parte de la audiencia.
Como
consecuencia de todo esto, ni siquiera el genio de Browning ni el
buen hacer de Bela Lugosi pudieron salvar una película muy irregular
que cuenta con una primera mitad (que transcurre en el castillo)
realmente antológica, maravillosa, y una segunda parte torpe,
aburrida, muerta, sin ninguna capacidad para atraer el interés del
espectador. Para colmo de males, esta adaptación apenas sí hacía uso
de un score propiamente dicho. Para los créditos iniciales se podía
escuchar un fragmento de una conocida pieza musical de Tchaikovski,
mientras que, por lo demás, en los breves momentos en los que se
podía escuchar música ésta no tenía otra función aparte de la
meramente descriptiva, funcional. Ni se percibe apenas en la película
ni se recuerda una vez acabada la película. Esta desidia, esta falta
de interés por añadir un buen score que pudiera agilizar el ritmo
moribundo de la segunda mitad de la película y subrayar los aspectos
más importantes de la historia, contribuye igualmente a que la
película se haga pesada a pesar de su ya de por sí corta duración.
Afortunadamente, con motivo de una reedición de sus clásicos en
los 90, la Universal encargó a una serie de compositores de renombre
que solventaran tal error y que hicieran una banda sonora que pudiera
ser añadida a posteriori. En el caso de Drácula la elección fue
Philip Glass, lo cual no pudo ser menos acertado. A primera vista, el
maestro del minimalismo americano parecía la elección perfecta para
una película, en cierto modo, bastante minimalista y sobria.
Efectivamente, Philip Glass consiguió dar en el clavo una vez más con
uno de los scores más perfectos que ha acompañado jamás cualquier
adaptación de la obra de Stoker. La película de Browning, en blanco y
negro, sobria, gótica, fría, austera... requería justamente una
música gótica, fría, sobria, en blanco y negro. Y eso es lo que
consigue a base de piano y un cuarteto de cuerda (el célebre Kronos
Quartet): uno de los scores más góticos que haya podido escuchar
jamás, una música deliciosamente oscura, no exenta de un cierto
romanticismo trágico. Sin duda se trata de todo un acierto que ayuda
a pulir y corregir muchas de las imperfecciones que ya de por sí
traía la película de Browning. Indudablemente, se trata de un score
que dignifica y ensalza la película, demostrando hasta qué punto el
lenguaje cinematográfico y el musical se complementan el uno al otro.
Una delicia.
Un año antes de que la mítica Hammer acometiera la primera
adaptación en color del célebre personaje, en Estados Unidos se
estrenó una modesta y nada desdeñable película titulada The Return of
Drácula, que contaba con una excelente interpretación de Francis
Lederer en el papel de un Drácula que suplanta a un artista de viaje
por Centro Europa para instalarse en casa de sus familiares en
Estados Unidos y huir así de aquellos que le buscan para matarle. La
música fue compuesta por Gerald Fried, el cual utilizó el
memorable "Dies Irae", un cántico de siglos de antigüedad, asociado
históricamente al Diablo y las Misas Negras, para construir un
contundente y aterrador tema principal realmente antológico. No será
la primera vez que esta pieza sirve de inspiración para el cine de
terror. Recordemos que en El Resplandor Wendy Carlos volvió a
utilizarlo para su magnífico Opening Titles, aunque el tono de su
composición dista mucho del de Fried, que suena más contundente y
caótico, en un crescendo demoníaco realmente eficaz. Estilísticamente
hablando, Fried optó por la clásica fuga, que está asociada a la
música Centroeuropea y muy en especial a J. S. Bach. De este modo,
pudo crear con su música una ambientación muy tradicional y europea,
asociada al personaje transilvano. Esta banda sonora fue editada por
el sello Film Score Monthly junto con otras tres bandas sonoras del
mismo compositor.
Y llegamos a 1958 y a la Hammer. Y a Terence Fisher, maestro de
maestros del género fantástico, que realizó la hasta ahora mejor
adaptación que ha dado el cine de Drácula y también una de las más
fieles. La Hammer ofreció por vez primera sangre en multicolor, y
colmillos, y sexualidad, y agresividad, retratando a un vampiro más
próximo a un animal enrabietado y astuto que a un actor de opereta.
La versión acometida por es una auténtica joya que se equipara en
belleza y perfección al Nosferatu de Murnau, permaneciendo como la
película sobre Drácula más perfecta que ha dado nunca el cine. Fisher
se reunió del equipo perfecto: Jimmy Sangster en el guión, un guión
magnífico cargado de matices y dobles lecturas, James Bernard en la
música y un elenco de excelentes actores para conseguir la que es
hasta la fecha la mejor recreación de la obra de Stoker. El guión,
una vez más, se aparta ligeramente el libro y sigue su estructura
sólo parcialmente, pero esta adaptación triunfa en donde fallaron
todas las demás: el espíritu de la obra de Stoker, el espíritu de los
personajes, nunca ha vuelto a estar tan fielmente retratado como en
esta película. Encontramos un profundo respeto al espíritu impregnado
por Stoker en su obra, más que un seguimiento ciego a su desarrollo
argumental. Pero el éxito de esta maravilla no reside solamente en su
gran director, sino también en sus actores: Peter Cushing, uno de los
más grandes actores que ha dado jamás el cine británico, borda su
interpretación y nos ofrece al mejor Van Helsing del cine, en una
interpretación no sobreactuada que rebosa sobriedad, inteligencia, y
también actividad, dinamismo. El suyo es un Van Helsing de
pensamiento y de acción.
Y Christopher Lee nos ofrece la mejor
caracterización jamás dada por el cine del célebre personaje. A
diferencia del torpe y redundante conde teatral de Lugosi, el conde
de Lee es un vampiro feroz, real, físico, un vampiro que rezuma
ficisidad, brutalidad y sexualidad. Por vez primera en el cine todos
los rasgos que caracterizaban el carácter del vampiro aparecen
retratados en el cine. Su Drácula es en todo momento una amenaza
física, real, es un animal de acción, no de palabras, un monstruo
cuyo único propósito es socavar los cimientos de la rígida e
hipócrita sociedad puritana de la Inglaterra de la época. Tal y como
Stoker concibió al personaje. Lee no malgasta sus energías en
discursos perifrásticos e inútiles, sino en su presencia, y no duda
en hacer uso de su fuerza demoníaca para imponer su voluntad, con tal
violencia y agresividad que realmente resulta un ser diabólico que
impone respeto y temor.
La contribución de James Bernard fue, lógicamente, fundamental.
Bernard creó un tema que refleja a la perfección la auténtica
naturaleza del personaje literario: un tema que resulta brutal,
violento y amenazador, a base de repetir hasta la exasperación tres
sencillas notas, como si la misma música estuviera anunciando, con
demoníaca solemnidad, al mismo rey de los vampiros.
En general la
música compuesta por James Bernard para la saga sobre Drácula de la
Hammer gira en torno a este antológico clásico musical del cine de
terror, aunque en posteriores secuelas se permitiera el lujo de
demostrarnos hasta qué punto su talento va más allá de la creación de
espeluznantes temas de horror, como demostró en Taste the Blood of
Dracula. No soy un entusiasta, debo aclarar, de la música de Bernard
en general, ya que sus scores me resultan tremendamente reiterativos
y cansinos, pero no por ello dejo de reconocer su maestría a la hora
de legarnos clásicos temas como el que compuso para Drácula. Se
trata, a juicio del aquí firmante, del mejor tema musical jamás
creado para el personaje.
En 1970, Jesús Franco pensó que era hora de realizar su
aportación al mito de Drácula, con la pretensión de ofrecer, por vez
primera, la adaptación más fiel al libro jamás hecha hasta la fecha.
Para tal magno propósito, reunió a un reparto estelar: Christopher
Lee repitiendo el papel que nadie mejor que él ha sabido entender y
bordar, Herbert Lom como Van Helsing, Klaus Kinski, el alucinado,
como Renfield, y Soledad Miranda, su actriz fetiche, como Mina. La
película se presenta como la versión más fiel del libro, e
indudablemente fue esa promesa de fidelidad la que consiguió que Lee
aceptara el papel, ya que por aquel entonces estaba más que harto de
cómo había degenerado la visión del personaje en los filmes de la
Hammer. El caso es que, aparte del aspecto físico del conde (como un
anciano con bigote que rejuvenece al beber sangre), no hay nada fiel
al libro en tamaño despropósito. Y más aún, no sólo engaña al
espectador como un chino al prometer algo que no ofrece, sino que
además, y a diferencia de otras chapuzas de Franco que al menos
provocan la risa de lo malas que son, esta película es realmente
soporífera, un bodrio de proporciones cataclísmicas.
Para la banda sonora Franco contó con los servicios de Bruno
Nicolai, habitual colaborador del genial Ennio Morricone, lo cual
supuso uno de los pocos aciertos de tamaño disparate. En su conjunto
nos encontramos ante un score muy irregular, con algunas partes
basadas en ruidos, campanas y sonidos que no tienen ninguna otra
función aparte de la de crear una atmósfera en la película, y que, al
margen de la misma, constituyen sencillamente una audición casi
insufrible. Por otro lado, Nicolai hace uso de instrumentos
tradicionales de Centro Europa para crear un interesante tema
principal nada desdeñable. Se trata de un score ecléctico y por
momentos inspirado, aunque en ningún instante alcance esos momentos
de genialidad tan propios del maestro Morricone. Al fin y al cabo,
Nicolai no es Morricone.
Como tampoco es Morricone el también italiano Claudio Gizzi,
autor del score de la película Blood for Dracula, un nuevo bodrio de
grandes proporciones parido por Peter Morrisey bajo los auspicios de
Andy Warhol. Para los que no hayan visto semejante disparate, Blood
for Dracula es una aproximación en clave de softcore a la historia de
Drácula, aunque al final resulta involuntariamente autoparódica y
denigrante. El conde, interpretado en esta ocasión por Udo Kier, debe
alimentarse de la sangre de jovencitas vírgenes para subsistir (si es
que se ha vuelto de un exigente este conde...) Su sirviente le
recomienda, lógicamente, que si lo que quiere es vírgenes, donde debe
buscarlas no es en Transilvania, sino en Italia, ya se sabe, por la
fuerte influencia de la religión católica. Nuestro desdichado conde
se hospeda en el castillo de una familia noble italiana, con un buen
número de hijas.
Una por una, el conde intentará alimentarse de
ellas, pero siempre llega tarde, ya que el sirviente del castillo,
un "joven proletario" guapo y apuesto en oposición a la frágil y
decadente y enfermiza nobleza del castillo, se ha ido encargando de
acostarse con todas y cada una de las hijas, lo cual acarreará más de
un dolor de tripas a nuestro infeliz vampiro. En definitiva, se trata
de un lamentable y bochornoso film petardo de lectura política
igualmente vergonzoso. Con tamaño material, el bueno de Claudio Gizzi
se limita a cumplir con un score modesto, sencillo, basado en un
bonito tema a piano, que se deja escuchar en pequeñas dosis.
En 1974, Dan Curtis realizó una nueva adaptación de la obra de
Bram Stoker, utilizando un guión escrito por el mismo Richard
Matheson. Esta película, modesta e injustamente desconocida, ofrece
una nueva e interesante aproximación al mito de Drácula. Para
empezar, se trata de la primera adaptación que analiza, más o menos
en profundidad, la relación entre el personaje literario y la figura
histórica. En segundo lugar, se trata de la primera adaptación de la
obra de Stoker que trata al personaje como un ser atormentado,
trágico, que se encontrará con la reencarnación de su amor perdido.
Esta humanización del personaje está llevada con corrección por
Curtis, que en ningún momento vendió su obra como una "adaptación
fiel al libro", sino como una nueva interpretación del personaje, lo
cual es de agradecer.
Robert Cobert, habitual compositor de Curtis, nos deja un score
muy íntimo, lírico y de una belleza conmovedora, utilizando una caja
musical para uno de los temas más hermosos e inusualmente románticos
que jamás haya escuchado en una adaptación cinematográfica sobre el
conde Drácula. Dicho tema contribuye a reforzar el carácter dramático
de la historia. Ciertamente podemos considerarlo como una de las más
bellas melodías jamás compuestas por el autor de la mítica música
para el serial Dark Shadows. Desgraciadamente, no se ha editado aún
un score con la música completa, por lo que la única forma de acceder
a esta preciosa música es gracias a las geniales suites incluídas en
los recopilatorios "Vampire Circus: The Essential Vampire Theme
Collection" y "The Night Stalker and Other Classic Thrillers".
Después de la adaptación que hiciera la BBC de Drácula en 1977,
con Louis Jourdan en el papel protagonista, y que podría considerarse
como la adaptación más fiel (tanto en argumento como en espíritu) del
libro que haya dado el cine, en 1979 encontramos una nueva adaptación
de la Universal, dirigida por John Badham e interpretada con acierto
por un actor de sólida formación teatral, Frank Langella. Aparte del
erotismo que irradia este conde, que no es nada nuevo, ya que también
se encontraba en el Drácula interpretado por Lee o Jourdan, la gran
aportación de Langella al personaje fue en convertirlo en un
personaje de la Inglaterra Victoriana más. De hecho, esta película
elimina toda la escena del castillo y comienza justo con la llegada
de Drácula a tierras inglesas. Si en las anteriores adaptaciones
Drácula era presentado como un outsider, un intruso en tierras
extrañas y que no sentía ningún interés por integrarse en sus
costumbres y hábitos, en esta película Drácula se comporta como un
miembro de una familia aristocrática o noble inglesa más, que asiste
a reuniones sociales e intima con la protagonista, Lucy, como si se
tratase de un humano cualquiera.
Esto, unido a unos muy interesantes
personajes femeninos, muy distintos a los que nos tenían
acostumbrados las anteriores adaptaciones (al fin y al cabo ya
estamos prácticamente en los 80), hace de esta adaptación un film
digno de conocerse y con grandes aciertos, si bien también peca de
algunos defectos propios de la época: algunos efectos de fotografía
propios de videoclips, demasiado discretas interpretaciones de
grandes actores como Laurence Olivier y un Drácula que, aunque
correcto y original, no consigue hacer olvidar a Christopher Lee. Con
respecto a la banda sonora, John Williams se limita a componer un
acertado tema principal, muy en su línea, sobre el que basa todo el
resto del score, con ligeras variaciones y matices. Sin estar mal, no
es, ni mucho menos, lo mejor que hayan dado, musicalmente, todos
estos Dráculas cinematográficos.
También en 1979 Werner Herzog acometió un remake del Nosferatu
de Murnau y lo tituló Nosferatu El Fantasma de la Noche. Esta
adaptación contaba con el histriónico-alucinado-intérprete-de-papeles-
importantes-y-trascendentes-elevados-y-gran-divo Klaus Kinski. Esta
película es ante todo un remake de la obra de Murnau, de la que toma
el guión, los emplazamientos, nombres de los personajes y en general
la estética expresionista que tan buenos resultados daba en la
película de 1922 pero que tan ridículo resultó en ésta. Así, ver a
Hutter retrocediendo ante Orlock después de haberse cortado con el
cuchillo mientras el vampiro avanza hacia él, o verle simplemente en
su catre horrorizado ante el avance del vampiro con expresión
alucinada sin emitir un sólo sonido resulta un tanto ridículo. Para
más inri, Klaus Kinski presenta a un vampiro amargado y digno de
lástima, que se comunica entre jadeos y sonidos pretendidamente
ilustrativos de su condena y soledad y que a un servidor les resultó
harto cargantes.
Esta película, muy criticada y también muy alabada a
partes iguales, cuenta también con sus grandes aciertos, empezando
por la magnífica música de Popol Vuh y la excelente fotografía. La
marcha de Hutter al castillo del vampiro debe constar en los anales
cinematográficos como la más aterradora y lograda jamás filmada, con
esa música que realza la sensación de estar, a medida que Hutter se
acerca más y más a su objetivo, abandonando el mundo de los mortales
para entrar en un mundo fantasmal, cuasi onírico, y sumamente
aterrador, aunque esa sensación se desvanece de golpe desde el
momento en el que el conde hace acto de presencia. En ese instante,
el terror se ve suplido por la lástima o la risa, y es que, cuanto
más trata de resultar aterrador este vampiro, más ridículo resulta.
También debo destacar su original y fantástico desenlace, que supone
una desviación significativa del film de Murnau que, sin embargo, se
agradece. En definitiva, se trata de una película en opinión del aquí
firmante algo sobrevalorada por la crítica, pero no del todo
desdeñable, y con suficientes aciertos como para que resulte una
película de visión obligada para el aficionado al género.
La música de Popol Vuh siempre se ha caracterizado por sus
toques étnicos, muy especialmente hindúes, que emparejan su música
con la de muchos otros compositores de finales de los 60 y principios
de los 70 tales como Chaitanya Hari Deuter, generalmente clasificada
como New World Music o Global Music. Para los Opening Titles de
Nosferatu, Popol Vuh hace uno de los usos más oscuros y opresivos de
coros jamás escuchados, con unas voces muy graves recitando
siniestros mantras que resultan, sencillmente, aterradores, y que dan
una imagen quizás errónea del tipo de película ante la que nos
encontramos. En cualquier caso, consigue crear una atmósfera de
pesadilla como muy pocos han podido hacer antes. Algunos cortes
incluyen y se benefician de la muy especial sonoridad del sitar
hindú, realzando una vez más la interesante paleta de sonidos de la
que se nutre este muy étnico score de vampiros. Precisamente por eso
no es una música para cualquiera, aunque hay que admitir que se
adapta a la perfección a esa interpretación orgánica y folclórica,
tanto visual como temáticamente, que hace Herzog del personaje.
Y llegamos finalmente a los noventa. Francis Ford Coppola
decidió acometer la supuestamente adaptación definitiva del libro,
una vez que Winona Ryder le dejara un guión escrito para tal efecto
por J. Hart. Coppola demostró ser un gran conocedor del género al
incluir en su film guiños a todas las adaptaciones anteriores del
libro: tomó algunas secuencias del Nosferatu de Murnau (el modo de
salir del ataúd en una escena, por ejemplo), otras del Drácula de
Lugosi ("Nunca bebo... vino"), otras del Drácula de la Hammer, del
Drácula de Curtis (la asociación de Drácula con Vlad, la visión
romántica del personaje...)... etc. Y eligió a un elenco de grandes
actores entre los que relucía con luz propia el magnífico Anthony
Hopkins.
¿Y el resultado? ¿Es Bram Stoker's Drácula una buena
película? Por supuesto que lo es. Al fin y al cabo está dirigida por
Coppola, y Coppola es responsable de algunas de las más grandes joyas
del cine (El Padrino, El Padrino II, Apocalypse Now...)...
lógicamente la película no podía ser mala. La fotografía, los
decorados, el vestuario, la recreación de la época... son
absolutamente deliciosos, y hacen de esta película todo un deleite
visual, así como un ejemplo de cómo hacer buen cine. La música de
Kilar es simplemente apabullante, imponente, apoteósica, una de las
más grandes bandas sonoras de terror jamás compuestas. Entonces...
¿dónde está el fallo? Podemos empezar por su guión, un guión que
muestra hasta qué punto se tomó como referencia la aportación al
género vampírico de esa autora tan comercial y de tanto éxito por
aquel entonces llamada Anne Rice. Un guión que, para tratarse de la
versión más fiel a la obra de Stoker, acaba siendo una tomadura de
pelo digna del bodrio de Jesús Franco. Hacer una adaptación fiel a
una obra literaria no consiste simplemente en incluir a todos los
personajes secundarios y todos los episodios narrativos del libro en
idéntico orden, sino que, por encima de todo, implica respetar el
espíritu de dicha obra. Bram Stoker's Dracula de Coppola no sólo no
es la versión más fiel al libro de todas las que ha dado el cine,
sino que por el contrario se trata de una de las versiones menos
fieles al libro. En esta película Drácula aparece como un héroe
trágico enamorado que va "cruzando océanos de tiempo" para
encontrarse con la reencarnación de su amor perdido. Esta concepción
del conde es diametralmente opuesta a la concepción original de
Stoker, para el cual Drácula era un ser maldito y corrupto para el
que Mina no era ninguna fuente de amor sino su fuente de sustento, y
una oportunidad de sembrar la corrupción en la supuestamente idílica
alta sociedad inglesa de finales de siglo. El film tiene un prólogo
que trata de justificar la visión del personaje y a la vez intenta
revelar la asociación entre Drácula y Vlad el Empalador, episodio que
el libro, sin embargo, no tiene. De hecho, en ningún momento hay
referencias explícitas en el libro sobre dicha asociación, aunque
estas sean, a posteriori, significativas. No tengo nada en contra de
la visión romántica del vampiro o el conde Drácula, siempre y cuando
no se pretenda con ello convencer al público de que se trata de la
versión más fiel cuando en realidad se trata de la historia de
Drácula desde una perspectiva más próxima al mundo rosa de Anne Rice,
autora que el mismo guionista y director conocían bastante bien de
antemano. Y para colmo de males, resulta que este giro de guión ni
siquiera es original, porque ya encontrábamos dichos elementos en la
película de Dan Curtis, aunque sin tanta pretenciosidad y lujos
visuales. En definitiva, se trata de la adaptación más comercial,
vacía y estúpida que ha dado el cine del libro de Stoker, un bonito
envoltorio que no contiene nada dentro y que toma al espectador por
estúpido (¿a quién esperaban engañar con esa campaña publicitaria?),
prometiendo justo lo opuesto de lo que realmente ofrece, deleitándose
en lo de fuera y engañando en lo realmente importante, y demostrando
que los responsables de tamaño despropósito conocen muy bien el
género pero que a la hora de innovar y aportar sus propias ideas son
completamente inútiles. Titular a este film "Bram Stoker's Dracula",
y pasar la historia del conde por el tamiz de Anne Rice, autora de
moda y con cientos de seguidores en todo el mundo, no hace sino
confirmar que nos encontramos ante una película con una enorme
pretensión comercial, puro marketing, cine del que Hollywood tanto
hace uso en estos días. No deja de resultar gracioso que haya mucha
gente que, a raíz de ver esa película, y que sin duda no han leído el
libro, piensan que Drácula es, en esencia, una novela de amor, cuando
realmente se trata de lo contrario.
Con respecto a la banda sonora, decir que fue el gran acierto de
la película. En vez de recurrir a los compositores habituales de las
grandes producciones de Hollywood, Coppola prefirió apostar por el
polaco Wojciech Kilar, quien demostró ser la elección perfecta para
tal proyecto. Su banda sonora es la segunda gran obra maestra que ha
dado el cine inspirado en el libro, junto con la de Philip Glass. El
gran acierto de Kilar está en su rica variedad de sonoridades, que
constituyen una colorida, barroca y desbordante paleta de sonidos que
entretejen hermosas melodías de una contundencia de la que muy pocos
scores pueden presumir. Frente a la sobriedad de la obra de Glass,
Kilar opta por el exceso, entendido en el buen sentido. La película
de Kilar, visualmente, es un espectáculo embriagador, y por ende
requiere de una música igualmente embriagadora.
Para ello, para
cautivar nuestros oídos, Kilar utiliza los sonidos de la orquesta,
piano y coros como nunca antes se había escuchado en un film de
vampiros, de manera que todos y cada uno de dichos elementos
contribuye a engrandecer la historia y conferirle un dramatismo y una
fuerza de la que por sí misma la película carece. Es muy difícil sino
imposible hacer justicia a esta maravilla. Los títulos de crédito son
ya de por sí antológicos, con esa marcha tétrica a piano que no
augura nada bueno, o ese crescendo demoníaco, tejido a partir de unos
coros de infarto, o las delicadas y a la vez fantasmales voces
femeninas en los momentos de mayor comedimiento emocional. Es uno de
esos temas que, simplemente, es imposible superar, y sin embargo
Kilar casi lo consigue con esa otra maravilla titulada The Storm,
construida a partir de una satánica letanía. Sanguis Vita Est.
Soberbio. Temas como The Brides combinan a la perfección elegancia y
un áurea malsana como únicamente Christopher Young ha sido capaz de
aunar en su célebre música para Hellraiser.
Un año después Roger Corman decidió aprovechar el tirón de la
obra de Coppola para realizar una nueva incursión en la ya manida y
exhausta interpretación humanizada y romántica del personaje. Su
película, titulada Dracula Rising, cuenta, como único aliciente, con
una soberbia banda sonora de Ed Tomney que casi iguala en maestría al
score de Kilar. Basándose en teclados y coros principalmente, Tomney
consigue crear una música de carácter atemporal, casi onírica en
ocasiones, y también muy siniestra y demoníaca en otras. Se trata de
un trabajo poco conocido si acaso pero del todo aconsejable.
También resulta recomendable la música compuesta por Hummie Mann
para la parodia de Mel Brooks Drácula, Un Muerto Muy Contento y
Feliz. Decir que, pese al carácter humorístico de la misma, Mann opta
por ofrecer un score dramático utilizando prácticamente los mismos
recursos que Kilar, unos potentes coros y orquestas. Es un trabajo
correcto, de gran interés, aunque tampoco se le pueda exigir más.
Finalmente, en el año 2000 Wes Craven se aproximó al personaje
desde una óptica muy distinta a la que nos tenía acostumbrado el
cine. Gerald Butler realizó una interpretación correcta que recuerda
la de Frank Langella o Louis Jourdan. Evidentemente no deja de ser
una película de consumo para adolescentes, y sin embargo está
realizada con una cierta dignidad que hace que no sea del todo
desdeñable. Drácula 2000 cuenta además con una magnífica banda sonora
de Marco Beltrami, posiblemente su mejor score hasta la fecha. Su
música se basa principalmente en la sonoridad de los instrumentos y
voces étnicos propios de las culturas del Oriente Medio, que
permiten a Beltrami lucirse en algunos cortes en los que brilla su
talento para emocionar con bellos crescendos vocales, tales como el
de Brotherly Love, realmente impresionante.
En definitiva, llegados a este punto resulta evidente hasta qué
punto la célebre e inmortal criatura creada por Bram Stoker ha
servido de inspiración a decenas de grandes talentos de la historia
musical del cine a la hora de acompañar nuestras más oscuras
pesadillas con sus exquisitamente malignas sinfonías de horrores.
Esperemos que esta relación no muera nunca, y que Drácula, cien años
después de su creación, y consolidado ya como icono cultural por
antonomasia del siglo XX, vuelva a servir de fuente de inspiración
para todos aquellos que nos nutrimos de las sombras y vivimos en
ellas.
Luis Fernando Rodríguez Romero
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