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Philip Glass llevó Naqoyqatsi a Barcelona

Philip Glass visitó el pasado 9 de julio la Ciudad Condal para ofrecer un concierto en el marco del Festival Grec 2005. El compositor neoyorquino sacó partido a una orquesta volante de 14 músicos con la que lleva de gira unos meses, actuando en el Barcelona Teatre Musical (BTM) y bajo una gran pantalla en la que se exhibía, sin efectos de sonido, la película de Godfrey Reggio Naqoyqatsi, con la que el realizador cerró en el 2002 la trilogía inaugurada tiempo atrás con Koyaanisqatsi (1981) y Powaqqatsi (1988).

Naqoyqatsi se desmarca de las dos entregas anteriores en su planteamiento político y también estético. El blanco y negro predominan en esta cinta de nombre casi impronunciable, traducida como “la vida como en guerra” y producida por Steven Soderbergh.

Reggio abandona el afán estético-documental y se centra en la iconografía propia de un relevo de siglo que, a tan sólo 3 años de completada su película, parece ya caduco. En lo que a cine puro se refiere, Naqoyqatsi bien pudiera catalogarse como experimento con computadora al estilo de Tron o Matrix, con denuncia social incluida.

La música de Glass es la encargada de engarzar la película a sus predecesoras, mediante un sonido, bautizado por los críticos como Skywalker Sound (Caminando por el cielo), que articula una sola expresión oral, el “qatsi”, palabra de los nativos hopi para designar una vida fuera del equilibrio natural y condenada al abismo. La textura abismal -casi vertiginosa- e hipnótica de esta banda sonora se dejó escuchar en Barcelona con un protagonismo superior al de la película.

Experimento eficaz

Ver discurrir una cinta en una sala oscura y silenciosa, sin ni siquiera oir la cizalladura del celuloide en las cintas de proyección, al tiempo que una orquesta se dispone a interpretar la música escrita especialmente para cada tiempo, cada escena y cada emoción es una experiencia hasta este punto insólita y preciosa.

Puede que Naqoyqatsi se preste mejor a este experimento que Powaqqatsi o Koyaanisqatsi (pese a que Glass también realizó giras con ambas). Su música es más intimista, más lírica. La voz grave y el órgano ceden terreno a un violonchelo, que en la banda editada en disco interpreta Yo Yo Ma y que en la singladura concertante corrió a cargo de una joven e inspiradísima Maya Beiser. El resto de los músicos se repartió entre veteranos que llevan acompañando a Glass desde su primer trabajo (Música en doce partes), como Jon Gibson (flautas y saxos), Michael Riesman (director y teclista) o Kurt Munkacsi (técnico de efectos), con el propio Philip Glass al frente de los teclados y samples, y un elenco de músicos nuevos: Lisa Bielawa, Philip Bush, Frank Cassara, Dan Dryden, Stephen Erb, Alexandra Montano, Richard Peck, Mick Rossi, Andrew Sterman y Peter Stewart.

Con la participación de instrumentos tan curiosos como el arpa de boca o el didjeridú australiano, la música de Naqoyqatsi se basa por entero en el violonchelo. Acompañando el espíritu de la obra, el nuevo mundo y el viejo mundo quedan unidos en un esquema mucho más clásico de lo acostumbrado (Glass remite a composiciones de corte tan clásico como Las horas), y las imágenes de terroristas, científicos, políticos o actores mediáticos se funden con alegorías de Leonardo da Vinci o Jerónimo Bosch. Marylin Monroe, Mona Lisa y la oveja Dolly flotan de forma onírica como en un montaje de Andy Warhol y en un clima musical sosegado, dulce. Luego, desfiles militares marchando al son de percusiones estridentes se alternan con proezas deportivas y proporcionan una explosión súbita de energía que el violonchelo de Maya Beiser deshace una y otra vez como un arrullo, como una canción de cuna con la que arropar el fragor de un mundo sobrepoblado y a la vez deshumanizado que los indios hopi intuyeron mucho antes incluso de haber sido imaginado.

Contemplando absorto la pantalla, paseando dedos y manos por un teclado escueto de apariencia, pero complejo en su función, Philip Glass dio cuenta una noche de verano con su música, en Barcelona, de una vocación artística muy cercana a lo iconográfico. Música e imagen bailaron como pocas veces se les ha visto bailar.

Jordi Montaner

 
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